Cien veces Nguyen (detalle), 1994
Es la exposición de PHotoEspaña en Lisboa. Una intensa instalación del chileno Alfredo Jaar que retoma un proyecto de hace 17 años: cien variaciones del gesto de un niño vietnamita, Nguyen, de la naturalidad a la melancolía.
Se trata, en concordancia con el tema del festival, de un retrato. Lo hizo en un viaje a Hong Kong, motivado por las alarmantes noticias sobre los 80.000 refugiados vietnamitas a los que se quería obligar a abandonar el campo en el que vivían para regresar a su país; la respuesta fue una amenaza de suicidio colectivo. Estuvo allí durante tres semanas, visitó siete campos, hizo cientos de fotografías... pero se quedó con una, o mejor dicho con cuatro. Es una secuencia que muestra las sutiles variaciones en un gesto: la sonrisa tímida de Nguyen que pasa, según Jaar, de la naturalidad a la pose y a la melancolía, evidenciando en último término que "todo en la vida es efímero".
El interés del proyecto no radica tanto en esta referencia a una crisis humanitaria -en las fotos no hay ninguna insinuación de este escenario; podrían haberse tomado en cualquier otro lugar- como en la formalización y el montaje, que hacen que dejemos de verla como lo que era en origen, una imagen de prensa, y la observemos como obra de arte. La secuencia fotográfica ha sido un recurso bastante utilizado en el arte de las últimas décadas, asociado a proyectos de carácter conceptual. Jaar hace uso de una tipología concreta: la permutación. Muestra las 24 combinaciones diferentes de las 4 imágenes. Más una secuencia en vídeo y una composición con todas las secuencias en menor tamaño. Cien veces Nguyen.
Decía el artista en la inauguración que había querido hacer "un templo" para la niña. El espacio en el que se han instalado las fotografías, longitudinal y con mucha altura, conducente a una pequeña sala que funciona como sancta sanctorum, sirve a esa intención. Los grupos de 4 fotografías se suceden en línea y, de manera más acentuada que en otros montajes, provocan la "procesión" del espectador a lo largo de ese camino de rostros marcado por el artista. La aliteración continua de las mismas imágenes constituye una especie de mantra -no sonoro sino visual- que termina suscitando un estado no diré de trance, pues sería exagerado, pero sí de extrema concentración en la obra. Puede incluso imaginarse, en esta misma línea de asimilación a lo sonoro, un ejercicio musical en el que cada una de las cuatro caras es una nota, y el conjunto una partitura que juega con esos cuatro tonos emocionales. En otro plano de significación, hay en el conjunto ecos de lo cinematográfico. Las 4 fotografías fueron realizadas con muy escaso intervalo de tiempo, segundos, con lo que casi pueden verse como fotogramas, stills de una acción que se reduce a un gesto. Así lo subraya Jaar en el vídeo que hace de "altar" en su templo a Nguyen, en el que se suceden, con transiciones suavizadas, las cuatro fotografías. Pero no ha intentado reconstruir el tiempo real, el de los pocos segundos en los que la niña mira a la cámara, sino que mantiene durante un tiempo la resonancia de cada una de las "notas".