Mano, 2011
Si buscásemos un denominador común que extraer de las tres exposiciones de Fernando Renes (Covarrubias, Burgos, 1970) en Distrito 4, éste sería, independiente de la técnica, su sentido del humor. Dicho esto, habría que definir más concretamente cómo es este ingenio y cómo ha cambiado en el transcurso de los casi ocho años transcurridos desde su primera presentación hasta hoy.En la primera muestra, El maíz picotea al pájaro, algo tenía de apolíneo tanto en lo paradójico como en la sutil factura de las acuarelas. En la segunda, seguramente la más potente y coherente de las realizadas, la adecuación entre el "empapelado" hecho con sus dibujos a línea en las paredes de la galería y los vídeos realizados con ellos, hicieron de Animaciones de la calle Havemeyer un universo contradictorio y poético en el que la sorpresa, sin sobresaltos, sonriente y deslizante, estaba asegurada.
Ahora, con un título tomado de una reiterativa canción infantil, Hay un agujero en el cubo, presenta sus pululantes y activas figuras de forma voluntariamente más tosca, colorista, y con una sugerente y sarcástica manera de ver el mundo. La exposición se articula entorno a la presentación individual de cada dibujo, en dípticos y, sobre todo, polípticos que componen superficies preñadas de situaciones y acontecimientos que la mirada sigue y persigue, conmovida por una irrefrenable empatía sentimental. Es inevitable sonreír ante sus propuestas, ya sean puramente visuales o dibujos de alguna de sus rutilantes frases como La enfermedad: materia lírica, La verdad es fácilmente tapada por la retórica o Todos somos luminosos. Del mismo modo, pese a la ligereza y aparente banalalidad de sus juegos, no deja de pensarse que en ese deambular por lo leve hay razones de peso que lo alientan.
Su dibujo actual es de trazo más decidido y grueso que en sus exposiciones anteriores, como si lo que buscase fuese una silueta definida, que construyese por sí misma un ser ficticio. En ese sentido, destaca el conjunto de dibujos en blanco y negro, de 2010, en los que la simplicidad es justo el secreto de la expresividad y el movimiento que los anima. Los demás se constituyen en formas rotundas y cálidas, tocadas de colores vivaces, alegres o profundos que absorben la capacidad visual del espectador, a la vez que le invitan a un recorrido igual de aleatorio y paralelo al de su composición. Cumplen con un deseo que el artista expresaba hace algunos años en una conversación con el crítico y comisario Octavio Zaya, cuando le decía: "Creo que todo lo que tenga que ver con condensación y significación a un nivel artístico me interesa".
Todos han sido realizados entre marzo de este año y las vísperas de la inauguración -el último ha sido El padre vuela, el hijo ilumina y la madre es artista-, sin responder a la idea de relato autobiográfico, por más que alguno sí pudiese serlo. A lo que responden es a algo más sencillo: el desempeño cotidiano por agudizar el ingenio y atrapar la realidad y el imaginario que ésta destila.