Carlos Irijalba: High Tides. Albergue, Barrio de Paresi. Basturia

Sentido y sostenibilidad. Diversas localizaciones. Urdaibai (Vizcaya). Hasta el 14 de octubre.

Sentido y Sostenibilidad nos lleva de locales industriales a canteras por todo el valle de Urdaibai. Es un acto religioso, peregrinación incluida

En La transformación del lugar común, Arthur Danto reflexiona sobre la distinción entre lo que llama "meras cosas" y "obras de arte", una distinción que el arte contemporáneo se ha esforzado en hacer cada vez más tenue, cruzándola, a menudo, en uno y otro sentido. ¿Cómo se puede transmutar la realidad en arte? ¿Cómo podemos hacer que nuestra mente ponga en marcha ese cambio de actitud que se da cuando pasamos de ver las cosas, a ver en esas mismas cosas algo más?



Sentido y Sostenibilidad es un proyecto de dimensiones "a lo vasco" (o sea, enorme) que plantea esa reflexión. También, a lo vasco, es un proyecto con numerosas aristas, algunas de ellas cortantes, en las que surge a menudo la política. Más de trescientos mil euros de presupuesto, diez artistas internacionales, una guía que se reparte gratuitamente a quienes quieran conocer las obras, dispersadas por todo el área del Urdaibai, un libro de lecturas para quien quiera profundizar en las relaciones entre natura y cultura. Todo ello englobado en un declarado "Año de las culturas por la paz y la libertad" y la polémica que se creó hace cuatro años ante el plan de la Diputación de Vizcaya (gobernada por el nacionalismo) de construir un segundo museo Guggenheim en la zona.



Resulta difícil sustraerse a la idea de confrontar aquel proyecto, descabellado, con éste, y leer las diez intervenciones como una alternativa al pretendido museo, pero esas cuestiones quedan para los políticos y la política, aunque sea cultural. Despojado de todas esas sombras, el proyecto planteado por Alberto Sánchez Balmisa se puede ver como un acto religioso, con su peregrinación incluida, que nos lleva de locales industriales a ermitas en la montaña, de playas a canteras por todo el valle de Urdaibai. Y en como toda religión, a veces hace falta creer, abrazar a ciegas aquello que se le plantea a uno, suspender el sentido crítico y decir que sí. O volverse desnudo, descreído y desilusionado, a casa.



El acto iniciático lo tenemos en el centro del valle, en Torremadariaga, uno de esos "Centros de interpretación" que tanto se llevan ahora, donde el peregrino puede equiparse con su guía y su libro de lecturas. Allí está instalada la pieza de Rafael Lozano-Hemmer, Regar corazonadas. El mexicano ha colocado en el extremo de una manguera de riego un sensor que capta los latidos del corazón y los transforma en chorros de agua con los que se riega la hierba del jardín. Junto a las dos publicaciones, en Torremadariaga te dan un plano con una serie de puntos señalados. Es la guía de campo de la intervención de Maider López, quien ha marcado "lugares" de la zona. Lugares en el estricto sentido que Marc Augé da al término: puntos del territorio marcados por el uso, la historia o el valor que les dan sus habitantes. Desde el que ocupa Rosario, la única vendedora que asiste todos los días al mercado de Gernika, al muelle de la ensenada de Mundaka, utilizado en verano como solárium.



Metiéndose hacia el interior se encuentra la cantera de Forua, visible desde muchos lugares del valle. Allí, sobre la pared de un antiguo horno de cal, Lara Almarcegui ha inscrito los datos de la composición y el "peso" (653.515.628 Tm.) de la montaña que la cantera va comiéndose poco a poco. La inscripción tiene un perturbador aire clásico, como las que aparecen en algunas pinturas de Poussin, y provoca inmediatamente preguntas y esa transformación de la que hablaba al principio. Carlos Irijalba eligió como ubicación para su pieza High Tides, una antigua escuela de tiempos de la República ubicada en lo más alto de los montes que rodean el valle. La pieza está compuesta por lo que los geólogos llaman una probeta. Un corte cilíndrico hecho en el suelo del valle hasta una profundidad de 17 metros que permite ver la composición del suelo y la historia geológica del valle desde la glaciación del Terciario; y, al mismo tiempo, comprobar cómo la escala de "lo humano" se disuelve en esa dimensión mucho mayor de lo geológico.



En Gernika se encuentran las instalaciones de Renata Lucas, que ha jugado con el peso histórico y simbólico del árbol de Gernika colocando junto a la verja que rodea el recinto otro árbol, una Sipiruna, una especie ornamental típica de su país. Liam Gillick ha forrado con un dibujo geométrico la parte trasera de la remodelada fábrica de armas Astra y Pieter Vermeersch (de evocador apellido) ha elaborado dos enormes lienzos, ubicados en una lonja industrial, en los que reúne, en el primero, una interpretación conceptual de los tonos de los cielos del Urdaibai y el gris metálico de las herramientas industriales en el otro. Vermeersch quiere con ello dar una réplica a la lectura romántica del paisaje que habitualmente guía nuestra relación con la naturaleza.



El recorrido, que ya empieza a pesar, lleva a la vieja cantera de Ereño, de donde se extraía la piedra de color rojo que puede verse en tantos edificios de la arquitectura bilbaína del pasado siglo. El lugar, ahora abandonado, se ha convertido en un escenario impactante por la mezcla de geometría, naturaleza y presencia del pasado. Allí ha quedado instalada la pieza de Haegue Yang. Un apilamiento irregular de placas de piedra extraídas tanto de esta cantera como de la de Forua y cubiertas por una última, de caliza, en la que un artesano local ha grabado el signo solar habitualmente presente en las estelas vascas y tres bajorrelieves de la mano del artista que indefectiblemente invitan a tocar.



Unos cinco kilómetros separan la cantera de Ereño del lugar donde se encuentra la pieza de Oscar Tuazon. En un sendero del bosque, que lleva a la ermita de San Pedro de Atxarre, Tuazon ha colocado dos bancos de mármol negro con un sensor que activa un sonido cuando el caminante se acerca a ellos. ¿Motivador, no? pues resulta que donde usted espera oír música celestial, suena la radio. Pero, en fin, siempre puede uno resarcirse en la cercana playa de Laga, donde la sueca Gunilla Klingberg ha remedado a poetas, filósofos y novios enamorados, marcando la arena con un motivo gráfico que las pisadas de los bañistas y el agua de la marea se encargan de borrar cada día. Feliz verano.