La pesca nocturna (S. Paisajes encontrados), 2010

Galería Soledad Lorenzo. Orfila, 5. Madrid. Hasta el 24 de noviembre. De 19.400 a 54.450 euros.

Con esta última entrega de su trabajo, Guillermo Pérez Villalta vuelve a desentenderse del clima pesado que nos atenaza para mostrar paisajes fértiles y cálidos, decantaciones de su mejor pintura.

El dicho popular "para gustos, los colores" le conviene a este heterodoxo de la pintura, empeñado en defender la experiencia estética como libre juego. Lúdico y hedonista, Guillermo Pérez Villalta (Tarifa, 1948) nunca se ha sometido a lo que "tenía que hacer", sino a lo que "quería hacer". Durante los años ochenta, encuadrado en la nueva figuración de la movida madrileña, su pintura ya cumplió sobradamente la función de ser testigo y prestar imagen a la sensibilidad de una época, lo que le fue tempranamente reconocido con el Premio de Artes Plásticas y la Medalla de Andalucía en 1985.



Luego, se fue al sur y desde allí ha defendido la tolerancia frente a un sistema artístico rígido y excluyente que mientras debatía la muerte de la pintura, comenzó a consentir sus representaciones figurativas, nunca realistas, por la estilización homoerótica de temática autobiográfica en un tiempo en que el temor al contagio mortal requería valor evidenciando el orgullo, para reconocer después sus guiños hacia el entendimiento intercultural.



Pero, por supuesto, ha habido mucho más. En una regeneración continua, como pintor de arquitecturas, de mitologías y de fábulas, Pérez Villalta ha seguido provocando: su alegato de lo ornamental, le llevó hasta la afirmación de lo neo-rococó y de todos los estilos relegados, raros y exóticos de la historia del arte. Y dejó en suspenso el debate sobre lo kitsch. Lleva remando contra viento y marea las dos últimas décadas e incluso su tenacidad en lo táctil y el procedimiento artesanal, desde el montaje de los bastidores a la medición con compás y cartabón de las proporciones, ha retrasado el recibimiento de los galardones que se le han otorgado en los últimos años, más acordes al seguimiento fiel de su público y coleccionistas.



Con esta última entrega de su trabajo, casi tres decenas de temples sobre lienzo y madera, vuelve a desentenderse del clima pesado que nos atenaza para mostrarnos paisajes fértiles y cálidos, luminosos y fluidos. La transparencia acuática predomina en una pintura más ligera y suelta, en composición y factura, de todo lo llevado a cabo hasta el momento.



Como ha declarado, fue su trabajo con la acuarela, que pudo verse en julio de 2010 en esta misma galería, lo que propició la facilidad que viene exhibiendo su pintura desde entonces. Ya en la exposición de aquel año, se mostraba Artista en su taller o el placer de la pintura, a modo de cuadro dentro de un cuadro, una lámina de un libro con un paisaje, y comenzó a asomar alguna cálida escena mediterránea, como Belleza conduciendo a Conocimiento.



Hasta entonces, en las imágenes de Pérez Villalta el paisaje siempre había estado en un segundo plano, a la manera renacentista. A lo sumo, en algún cuadrito anterior, por rebeldía manierista, había combinado de forma fantástica paisaje de arquitectura y bodegón. Sin duda, es su persecución de la belleza, categoría casi tabú para el arte contemporáneo, la que le ha conducido a esta mirada a la naturaleza, convirtiéndole en un paisajista, capaz de integrar sus acostumbradas referencias a símbolos, composiciones y temas de la historia de la pintura, de Ucello a Magritte.



Bajo una luz resplandeciente, asistimos a escenas en gran formato, las más importantes en torno a los Ritos de los ciclos, que celebran la primavera y el verano. Es improbable que lleguemos a conocer invierno y otoño. La ilimitada serie Paisajes encontrados desgrana detalles y momentos, decantaciones suspendidas de su mejor pintura.