Tracks, 2012
Si en los 80 se fabricaba sus propios proyectores, ahora continúa trabajando una suerte de arqueología de la visualidad contemporánea a partir de las imágenes que le cautivan. Tras esa seducción, resuelta en muchos casos con espectacularidad, esconde mensajes más complejos, que abrazan la distorsión y lo babélico como denuncia. Casi sin darnos cuenta, el tiempo se despliega para permitirnos aprehender una capacidad política en lo que estamos viendo. Todo consiste en superar esa primera fascinación, esa mirada rápida, para pasar a una más reflexiva, capaz de suspender el tiempo.
Esta exposición, titulada Quadratura, que sería algo así como un espacio ilusionista de retórica barroca, se despliega acertadamente por el espacio del Museo de Arte Contemporáneo Gas Natural Fenosa, como si pretendiese seguir la misma lógica de sus obras. De entrada, encontramos un muro de 4.500 bombillas fundidas sobre el que se proyectan puntos luminosos. Tras este encuentro frontal, que tiene mucho de impresión cerebral, nos enfrentamos a una serie de videoinstalaciones que trabajan con lo obsoleto de la tecnología, encontrando lo analógico y digital en trabajos como Flicker, realizado con tiras de película cinematográfica de 35 milímetros, Tracks, donde extrae cinta de vídeo VHS para generar una atractiva videoinstalación donde lo animado se confronta con la información encriptada de las bandas magnéticas, o Spin, donde proyecta sobre las superficies reflectantes de una serie de DVD's recogidos de la basura y que contienen imágenes de películas que forman parte de nuestra memoria simbólica, algo así como una resonancia que se conjuga desde lo genérico y fragmentario, esquivando cualquier referencia cerrada o específica.
Para quien esté familiarizado con el espacio físico del MAC, la muestra se ofrece certera y desconcertante. Primero, porque consigue sus objetivos: traducir la espectacularidad en reflexión y lo obsoleto en novedad. Segundo, porque las imágenes consiguen imponerse y generar su propio espacio, sin necesidad de muchas acotaciones. El desecho asume la categoría de lo sublime y el tiempo se despliega para suspender nuestra existencia como espectadores. En el fondo, todo declina en la idea de Vanitas, de ruina, de nostalgia. No se trata de generar narrativas sino un lugar para lo que se proyecta y refleja como fuente para las ideas, como virtualidad reflexiva. De ahí que la imagen proyectada nunca sea regular y se plantee como campo escultórico, como figura melancólica que nos recuerda que el pasado llega antes de que consigamos pensarlo.