Tracks, 2012

Museo de Arte Contemporáneo Gas Natural Fenosa. Avda. de Arteixo, 171. Coruña. Hasta el 12 de mayo.



Daniel Canogar (Madrid, 1964) se ha caracterizado por permitirnos visualizar detalles que en su omnipresencia cotidiana pueden resultarnos invisibles. Casi al modo de un prestidigitador, ha conseguido desarrollar su propia técnica a partir de tecnologías obsoletas. En este sentido, no resultan extrañas algunas de sus confesadas afinidades electivas, como William Kentridge, apasionado del artefacto pre-cinematográfico y de artistas como Goya, que junto a Velázquez o Zurbarán, componen el expandido paisaje de inspiración visual de Daniel Canogar, preocupado desde siempre por la proyección de las sombras, por la resonancia lumínica y, más recientemente, por la luz que se emana desde lo que excede, lo que desborda, es decir, desde lo barroco. Al igual que Kentridge, Canogar busca sus referentes en el mundo cinematográfico de la fantasmagoría, aunque reordena esas sensaciones con su interés por la estética psicodélica y su capacidad para destilar la imagen como una forma de arquitectura.



Si en los 80 se fabricaba sus propios proyectores, ahora continúa trabajando una suerte de arqueología de la visualidad contemporánea a partir de las imágenes que le cautivan. Tras esa seducción, resuelta en muchos casos con espectacularidad, esconde mensajes más complejos, que abrazan la distorsión y lo babélico como denuncia. Casi sin darnos cuenta, el tiempo se despliega para permitirnos aprehender una capacidad política en lo que estamos viendo. Todo consiste en superar esa primera fascinación, esa mirada rápida, para pasar a una más reflexiva, capaz de suspender el tiempo.



Esta exposición, titulada Quadratura, que sería algo así como un espacio ilusionista de retórica barroca, se despliega acertadamente por el espacio del Museo de Arte Contemporáneo Gas Natural Fenosa, como si pretendiese seguir la misma lógica de sus obras. De entrada, encontramos un muro de 4.500 bombillas fundidas sobre el que se proyectan puntos luminosos. Tras este encuentro frontal, que tiene mucho de impresión cerebral, nos enfrentamos a una serie de videoinstalaciones que trabajan con lo obsoleto de la tecnología, encontrando lo analógico y digital en trabajos como Flicker, realizado con tiras de película cinematográfica de 35 milímetros, Tracks, donde extrae cinta de vídeo VHS para generar una atractiva videoinstalación donde lo animado se confronta con la información encriptada de las bandas magnéticas, o Spin, donde proyecta sobre las superficies reflectantes de una serie de DVD's recogidos de la basura y que contienen imágenes de películas que forman parte de nuestra memoria simbólica, algo así como una resonancia que se conjuga desde lo genérico y fragmentario, esquivando cualquier referencia cerrada o específica.



Para quien esté familiarizado con el espacio físico del MAC, la muestra se ofrece certera y desconcertante. Primero, porque consigue sus objetivos: traducir la espectacularidad en reflexión y lo obsoleto en novedad. Segundo, porque las imágenes consiguen imponerse y generar su propio espacio, sin necesidad de muchas acotaciones. El desecho asume la categoría de lo sublime y el tiempo se despliega para suspender nuestra existencia como espectadores. En el fondo, todo declina en la idea de Vanitas, de ruina, de nostalgia. No se trata de generar narrativas sino un lugar para lo que se proyecta y refleja como fuente para las ideas, como virtualidad reflexiva. De ahí que la imagen proyectada nunca sea regular y se plantee como campo escultórico, como figura melancólica que nos recuerda que el pasado llega antes de que consigamos pensarlo.