Vista de la exposición

La NEW gallery. Carranza, 6. Madrid. Hasta el 13 de febrero. De 1.500 a 15.000 euros.

Microcosmos, pintura cósmica, espacialismo, evocación infinita de ese mundo galáctico que desde siempre ha fascinado a Felicidad Moreno, cuyas obras vemos ahora en Madrid. Una exposición que supone una buena síntesis plástica de sus recientes inquietudes creativas y muestran el interés de la artista por la permanencia indiscutible de la pintura-pintura.

Hacía casi siete años que Felicidad Moreno (Toledo, 59) no exponía en Madrid, y seis desde su última exposición individual en España, que tuvo lugar en el Museo de Bellas Artes de Santander, cerrando un bienio de gran actividad en el que expuso en la Galería Distrito 4, en el MUSAC de León y en el CAB de Burgos. Existía, por tanto, expectación. Ha pasado los últimos tiempos en Londres, donde se gestaron, en papel y en pequeño formato, estas nuevas series que desarrolló en su estudio de Borox en 2011 y 2012. Son básicamente dos series en las que, con predominio del blanco y el negro, expande prácticas anteriores: la inclusión (que no representación) de la luz y del movimiento en la pintura. Ella ha encontrado apoyo poético en una frase de Victor Hugo sobre la continuidad de las "otras dimensiones" de la realidad y de la visualidad ("El microscopio empieza donde el telescopio termina") y a mí me viene a la cabeza el palíndromo In girum imus nocte et consumimur igni ("Damos vueltas en la noche y somos consumidos por el fuego") por varias razones.



En primer lugar, porque estas obras de Moreno confirman lo que ya se intuía: la suya es una trayectoria no lineal, en la que da vueltas en torno a unas constantes plásticas. Estos cuadros enlazan con obras ya antiguas, de la segunda mitad de los 80, protagonizadas por formas circulares y el negro. Los círculos son ahora huellas, realizadas con el extremo del rodillo en una operación que deja un controlado margen al azar y traslada a la tela de una manera transparente (más evidente aún en la segunda serie, en la que dirige el dripping del esmalte) una coreografía corporal, una relación entre la artista y la obra en la que entran en juego propiedades físicas elementales como fuerza, masa y gravedad. El campo sobre el que se despliegan es una base geométrica que es progresivamente destruida.







El "dar vueltas", que nos sitúa en un ámbito nocturno, se vincula a la trayectoria de la artista también en su fijación con el giro, el remolino, el maelstrom que succiona la mirada. En los últimos cuadros esa fuerza se hace orbital, en configuraciones cósmicas. Como apuntaba antes, el intento es el de incluir la luz y el movimiento. El movimiento está en la dinámica giratoria de las composiciones; en cuanto a la luz, mientras que en alguna ocasión Moreno utilizó luces reales, fluorescentes, ahora el blanco funciona como puro destello, como resplandor que tiene algo de incandescencia eléctrica. Consumidos por el fuego.



En algunos de los cuadros vemos algo de color pero en la mayoría de ellos estaba ya allí. Palíndromo... y palimpsesto. Felicidad Moreno suele reutilizar lienzos con obras fallidas (su método implica un índice de fracaso nada desdeñable) y deja que algunas áreas se transparenten. Es otra manera de volver, de dar vueltas, sobre sus propios pasos, algo que necesita hacer para no perder el camino, para saber cuándo debe comenzar una nueva serie y desde qué lugar debe arrancar una nueva experimentación.



En cada conjunto de obras hay una secuencialidad (menos perceptible en el montaje) y un lenguaje cifrado, estelar o microbiológico, que se comunica por pulsos (los destellos circulares) y por diagramas (las "curvas" de los drippings). Atentos a esos mudos y azarosos mensajes.