Henri Matisse: Grand Nu, 1950
La Fundación Botín, en colaboración con el British Museum de Londres, presenta una exposición que reúne por primera vez en España creaciones excepcionales con una antigüedad de entre 22.000 y 12.000 años. Estas piezas se ven por primera vez junto con obras de arte de época moderna, con el fin de romper una barrera temporal y de esta forma observar la similitud de conceptos y técnicas que no han cambiado, salvo por lo que se refiere a su contexto cultural.
Esta, y otras muchas cuestiones, surgen al visitar la exposición que la Fundación Botín presenta en su sede de Santander, El arte en la época de Altamira. Una muestra con reminiscencias familiares y regionales. La cueva de Altamira es la pieza principal del patrimonio artístico cántabro y sus pinturas fueron descubiertas por el tatarabuelo de la actual directora de la Fundación, Paloma Botín. Jill Cook, conservadora jefe de arte paleolítico y mesolítico del British Museum ha comisariado la muestra seleccionando piezas coetáneas de las pinturas de Altamira provenientes de distintos museos europeos.
Responder a la cuestión esencialista permitiría, por deducción, responder también a la que la exposición nos hace plantearnos: ¿son las piezas expuestas obras de arte? Desde la concepción canónica del arte, la respuesta es clara: No. Lo que consideramos Arte es un sistema cultural que tiene sus comienzos en el Renacimiento y termina, como señalaba Félix de Azúa en estas mismas páginas, en los años 60. No son arte porque no encajan en el concepto a partir del cual hemos construido la Historia del Arte. No hay una finalidad estética prioritaria y consciente ni han sido producidas por alguien que a través de la obra se instituye como artista.
Sin embargo, hay una cuestión que atrae inmediatamente el interés, y es la del ornamento. Añadir el ornamento al objeto supone dotarle de un valor que va más allá de su mera función. Una cosa es construir un dispositivo para lograr que las lanzas alcancen una mayor distancia, perfeccionarlo para que cumpla su función de la manera más efectiva posible y otra adornarlo con distintas marcas, o con la figura del animal que se pretende cazar. Y no digamos ya intuir en la forma del hueso, o trozo de madera con el que se construye, la de ese animal. Volviendo a Heidegger, lo que convierte un objeto en obra de arte es su dimensión alegórica o simbólica, y no cabe duda de que las piezas presentes en la exposición la poseen.
¿Estamos ante una deliciosa colección de obras de arte? Sí y no, pero sin embargo, como suele decirse. En cualquier caso estamos ante algunos de los primeros intentos del ser humano por construir un Cosmos, es decir, un mundo ordenado, que no puede lograrse sin elaborar, al mismo tiempo, un orden simbólico. Manifestado, justamente, a través de objetos e inscripciones.