Henri Matisse: Grand Nu, 1950

Fundación Botín. C/ Marcelino Sanz de Sautuola, 3. Santander. Hasta el 29 de septiembre.

La Fundación Botín, en colaboración con el British Museum de Londres, presenta una exposición que reúne por primera vez en España creaciones excepcionales con una antigüedad de entre 22.000 y 12.000 años. Estas piezas se ven por primera vez junto con obras de arte de época moderna, con el fin de romper una barrera temporal y de esta forma observar la similitud de conceptos y técnicas que no han cambiado, salvo por lo que se refiere a su contexto cultural.

Martin Heidegger reflexiona en El origen de la obra de arte sobre la relación entre artista, obra y el elemento que engloba a ambos, el Arte, para inmediatamente pasar a afirmar que éste último sólo puede ser comprendido hoy como el término general bajo el que agrupamos a los otros dos: las obras y los artistas. Un círculo vicioso que intenta romper trasladando la pregunta sobre el origen a la pregunta sobre la esencia. ¿Cuál es la esencia de la obra de arte?



Esta, y otras muchas cuestiones, surgen al visitar la exposición que la Fundación Botín presenta en su sede de Santander, El arte en la época de Altamira. Una muestra con reminiscencias familiares y regionales. La cueva de Altamira es la pieza principal del patrimonio artístico cántabro y sus pinturas fueron descubiertas por el tatarabuelo de la actual directora de la Fundación, Paloma Botín. Jill Cook, conservadora jefe de arte paleolítico y mesolítico del British Museum ha comisariado la muestra seleccionando piezas coetáneas de las pinturas de Altamira provenientes de distintos museos europeos.



La cuestión que plantea la exposición queda establecida con la presencia en la sala de tres grabados de Joan Miró pertenecientes a la serie Grans Rupestres (1977) y que no son sino una muestra más del interés que el arte moderno manifestó desde el principio por el arte primitivo. Sí, los dibujos de Miró aportan una idea (aunque engañosa), pero no responden a la pregunta. El interés de las vanguardias por las, entonces recién descubiertas, formas de arte primitivo, como el africano, no es sino una búsqueda en esas expresiones ajenas a la cultura occidental, una expresión más auténtica del ser humano en el campo de lo estético. Una que no esté viciada por el academicismo y el peso de lo clásico. Incluso el concepto mismo de primitivo sería cuestionado luego por Levy-Strauss.



Responder a la cuestión esencialista permitiría, por deducción, responder también a la que la exposición nos hace plantearnos: ¿son las piezas expuestas obras de arte? Desde la concepción canónica del arte, la respuesta es clara: No. Lo que consideramos Arte es un sistema cultural que tiene sus comienzos en el Renacimiento y termina, como señalaba Félix de Azúa en estas mismas páginas, en los años 60. No son arte porque no encajan en el concepto a partir del cual hemos construido la Historia del Arte. No hay una finalidad estética prioritaria y consciente ni han sido producidas por alguien que a través de la obra se instituye como artista.



Sin embargo, hay una cuestión que atrae inmediatamente el interés, y es la del ornamento. Añadir el ornamento al objeto supone dotarle de un valor que va más allá de su mera función. Una cosa es construir un dispositivo para lograr que las lanzas alcancen una mayor distancia, perfeccionarlo para que cumpla su función de la manera más efectiva posible y otra adornarlo con distintas marcas, o con la figura del animal que se pretende cazar. Y no digamos ya intuir en la forma del hueso, o trozo de madera con el que se construye, la de ese animal. Volviendo a Heidegger, lo que convierte un objeto en obra de arte es su dimensión alegórica o simbólica, y no cabe duda de que las piezas presentes en la exposición la poseen.



Un segundo asunto es el que podríamos denominar "el problema icónico". La teoría tradicional del arte ha considerado su Historia como la del camino hacia la semejanza perfecta. El concepto es tan antiguo como la fábula de Zeuxis y Parrasio: el logro de una imagen que se confunda con su original. Dejando de lado los problemas que enseguida encontramos al intentar profundizar en las implicaciones del relato, llama la atención el juego con la semejanza en estadios tan iniciales de la producción visual. Tanto en la reproducción cuidadosa de pequeños detalles, por ejemplo las crines de los caballos, a la esquematización extrema, y sin embargo delicada, del cuerpo femenino en pequeñas piezas de hueso, de poco más de seis centímetros, como la hallada en la cueva de Nebra (Turingia), que implica tanto capacidad de abstracción como focalización de lo "femenino" determinadas partes del cuerpo de la mujer.



¿Estamos ante una deliciosa colección de obras de arte? Sí y no, pero sin embargo, como suele decirse. En cualquier caso estamos ante algunos de los primeros intentos del ser humano por construir un Cosmos, es decir, un mundo ordenado, que no puede lograrse sin elaborar, al mismo tiempo, un orden simbólico. Manifestado, justamente, a través de objetos e inscripciones.