Sylvia Schwartz (Beatrice Russo) y Leonardo Capalbo (Mario Ruoppolo) durante el ensayo general de Il Postino. Foto: Javier del Real

Del 17 al 28 de julio, el director granadino gobernará el foso de la Orquesta Sinfónica de Madrid para el estreno en España de 'Il Postino', del compositor mexicano Daniel Catán. Plácido Domingo, que iba a interpretar el rol de Pablo Neruda, se ha visto obligado a cancelar su participación en el proyecto por motivos de salud.

Cada vez que se estrena una ópera sobreviene no tanto la expectativa de la novedad como las dudas de su recorrido. Se trata de las primeras funciones y al mismo tiempo de las últimas. Sirvan como prueba los títulos estrenados en el Teatro Real que permanecen sepultados en los desvanes, aunque esta vez el coliseo madrileño aloja una ópera, Il Postino, que ha sobrevivido a su estreno mundial -Los Ángeles, 2010- y que ha sobrevivido a su propio autor, pues se da la circunstancia de que el compositor mexicano Daniel Catán murió hace dos años de un prosaico ataque al corazón mientras ultimaba la adaptación de Juan Nadie de Frank Capra.



Il Postino proviene también de una inspirada y laureada película de Michael Radford (1994), aunque el verdadero embrión del éxito cinematográfico al abrigo de una terna memorable -Noiret, Troisi, Cuccinotta- se remonta a la novela original de Antonio Skármeta. Que la concibió en 1985 sin imaginar entonces las extrapolaciones que iban a sucederse a propósito del lirismo, incluso del aforismo que vertebra el homenaje a Pablo Neruda: "La poesía no es de quien la escribe, sino de quien la necesita".



Tres años de recorrido operístico jalonan la obra de Catán, aunque su repercusión internacional hubiera sido menos ambiciosa de no haber intervenido el apadrinamiento de Plácido Domingo, alter ego de Neruda en Il Postino y garante del testamento del compositor mexicano en el Teatro Châtelet parisino y en la Ópera de Viena.



Corresponde ahora el turno de Madrid con la mediación dominguista y como remate de la temporada en clave de "entretenimiento". Es el sustantivo que utiliza Pablo Heras-Casado para definir Il Postino y para reaparecer en el Real después de haber debutado hace tres temporadas como gran artífice de Mahagonny de Kurt Weill. "Son dos óperas en las antípodas", explica el director a El Cultural. "La obra de Catán no tiene grandes ambiciones en el lenguaje ni busca la sacudida. Es una música bien escrita y bella, como trasfondo de una historia sencilla. Me parece un trabajo honesto, aunque desprovisto de toda la profundidad musical, dramatúrgica, social, que conllevaba Mahagonny. Son mundos diferentes que tienen cabida en la mente de un espectador".



Daniel Catán escribió el libreto en castellano. Pensaba que la aptitud de un idioma tan hablado y extendido podía servir de pretexto al concepto de la ópera nacional. No limitada a un país, sino a la cultura latinoamericana. Valiéndose de un lenguaje musical más asequible de cuantos proporcionaban las vanguardias herméticas. "Es una música que fluctúa entre el verismo y la banda sonora", aclara Heras-Casado en el receso de un ensayo. "Toda ella es tonal y melódica. No se trata de romper moldes, pero Il Postino tiene el mérito de que escapa a la tentación de la originalidad a cualquier precio. Estoy muy habituado a dirigir música contemporánea, y a veces ocurre que algunas obras se malogran en la pretenciosidad, en la impostura y en la opacidad. Il Postino es una ópera para pasar un buen rato".



Heras-Casado y Plácido Domingo han trabajado recientemente juntos en un disco de arias de Verdi con el que el sello Sony celebra el bicentenario del compositor italiano, pero nunca hasta ahora habían compartido un espectáculo público ni un título operístico completo. "Me ha admirado cómo un artista de su envergadura, de su talento y de su experiencia todavía conserva intacta la capacidad de sorprenderse. Domingo se acerca a la música con enorme curiosidad. Tiene una increíble apertura mental. Sabe escuchar. Percibes en cada momento que le interesa aprender. Y que te atiende con muchísima atención, igual que si fuera un novato".



Batuta mesiánica

La experiencia con Domingo ha representado una especie de máster verdiano. No sólo por la afinidad del cantante madrileño a Verdi. También porque Heras-Casado se encuentra a caballo de los grandes desafíos operísticos de su carrera. Ha dirigido las maratonianas Vísperas sicilianas en la Ópera de Frankfurt y tiene previsto recalar en Nueva York para destripar a Rigoletto. Se trata de debutar en el Met y de redundar en los vínculos que lo emparentan con la cultura de Manhattan: el joven prodigio no sólo se ha presentado este año en el Carnegie Hall. También ha asumido la dirección de la Orquesta de San Luke's y permanece en una vorágine profesional de la que impresiona su mesianismo.



Mesianismo quiere decir que al director granadino lo ha convocado la Filarmónica de Berlín, el Teatro Mariinsky, la Orquesta del Concertgebouw y la del Gewandhaus de Leipzig, sin olvidar otros antecedentes con las Sinfónicas de Chicago y de Boston. "Me siento un privilegiado. Porque tengo la posibilidad de elegir. Puedo hacer los proyectos que creo y en los que creo. Tengo a mi disposición los mejores medios imaginables. Puedo satisfacer todas mis inquietudes, desde la música antigua a la contemporánea, pero aún no he tenido tiempo para analizar todo este fenómeno".



Semejante providencialismo plantea sus exigencias. Por encima de todas ellas, Heras-Casado sitúa la responsabilidad. "Me hace muy feliz que se me presenten retos. Pero una cosa es aceptarlos y otra superarlos. En este sentido, me ilusiona mucho que una gran orquesta o un gran teatro me convoquen la primera vez. Y al mismo tiempo la segunda vez casi me ilusiona más, porque es la prueba de que he o hemos cumplido las expectativas. Para mí la música es un acto de generosidad y de entrega".



Menciona entonces a Domingo e insiste en la condición insaciable con la que el cantante madrileño -cantante, director, gerente de teatros...- ha convertido su carrera en una forma de vida, y viceversa, sobrentendiéndose que Heras-Casado se identifica con la idea de la vocación y de la consagración absoluta a la música. "En la música no sobreviven las mentiras. Tienes que demostrar quién eres, descubrir tu esencia. Me doy cuenta de que estos años tan intensos han sido la forma de darme a conocer, mientras que ahora ha llegado el momento de consolidar".