Pérez Hita: El mundo del arte, 2013

ARTIUM. Francia, 24. Vitoria. Hasta el 1 de septiembre.

Como todos los espacios normativos (aquellos que generan sus propias reglas de uso), el museo nos indica cómo debemos comportarnos, qué expectativas tener e incluso cómo debemos pensar. Es lo que hace, por ejemplo, que nos quedemos contemplando las famosas latas de Piero Manzoni en lugar de ofendernos y presentar una queja ante la delegación de Sanidad más próxima. Porque lo primero que el museo nos dice es "esto es arte".



Transformar esa afirmación en interrogación es la gran vía de agua que Marcel Duchamp abrió en el barco del arte institucional con su urinario. hace aproximadamente un siglo, cuestionando a un tiempoel objeto artístico, el espacio museístico y el papel del observador.



Vídeo-instalación de Mireia C. Saladrigues

Sin duda, la norma que mejor define el espacio "museo" es la de "no tocar", que restringe nuestra actividad a la de observador visual e impone una distancia entre nosotros y la obra de arte: la misma que se establece en lo cultual. No tocar, por favor es el título de una de las dos exposiciones que presenta el Artium vitoriano. Bajo este título/ cartel, se agrupan una serie de obras que cuestionan el propio museo. La exposición arranca con el examen de los partes de incidencias presentados por los vigilantes de sala en los once años de vida del Artium. Su lectura nos ilustra tanto sobre el comportamiento real de los visitantes como sobre la ideología de quienes se encargan de vigilarlos. Comisariada por Jorge Luis Marzo, la exposición reúne piezas de artistas como Guillermo Trujillano, que ha hecho reproducir la barandilla que rodea a la Mona Lisa en el Louvre y la vitrina que lo proteje (dejándola abierta), con una pintura cubista de la colección de Artium en su interior. Más "impactante", a la par que gratuita, es la de Pérez Hita contra el sistema del arte.



Y si otro de los espacios del arte son las ferias, Iñaki Larrimbe, inspirándose en el llamado turismo cultural, da la vuelta al nombre y convierte el arte en una feria. Un lugar lúdico en el que se espera que el visitante se comporte no como quien visita un museo, sino como quien disfruta de un parque de atracciones: piscinas de palomitas de maíz, sacos de boxeo "intervenidos" por artistas, una sala de fitness en la que se puede hacer ejercicio mientras se contemplan algunas de las obras de la colección de Artium y, como colofón, una roulotte a la que el turista cultural puede retirarse a descansar tras su agotadora jornada. A pesar de su interés, las dos exposiciones dan una sensación contradictoria. Se trata, al fin y al cabo, de acciones inspiradas directamente en el dadá, pero que no podemos evitar mirar con distancia e indiferencia, porque lo que vemos está ya perfectamente integrado en el sistema del arte. Si no, no estarían en un museo.