René Magritte: El arte de la conversación, 1963

Museo Thyssen-Bornemisza. Paseo del Prado, 8. Madrid. Hasta el 12 de enero.

'El Surrealismo y el sueño' presenta en el Museo Thyssen-Bornemisza hasta 170 obras que indagan en el universo onírico de algunos de los artistas más emblemáticos del este grupo de vanguardia, de André Breton a Dalí. Una exposición que encuentra en la Fundación Juan March una correlación ineludible con la muestra 'Surrealistas antes del Surrealismo', centrada en los precursores.

Extraño destino el del Surrealismo. Apartado del canon modernista por los ortodoxos, pues no representaba innovaciones formales apreciables, sin embargo ha sido el movimiento que más profundamente ha calado en todos los ámbitos de la sociedad contemporánea. Para comprobarlo basta un ejemplo trivial: a cualquiera se le escucha decir, ante un hecho o un objeto insólito, "esto es surrealista" ¡Ya quisieran para sí semejante familiaridad los artistas pop! Un movimiento que, también en eso se diferencia de otros ismos, se propuso cambiar la vida y que realmente ha logrado, aunque sea desnatado y plagado de malentendidos, dejar su impronta en la sensibilidad general.



Quizás todo ello se deba, ni más ni menos, a que el Surrealismo pone de manifiesto palmariamente que una obra de arte, antes y más que un objeto suntuario, es una aventura del espíritu. Pero cuando decía que nos hacemos eco de él en una versión ligera quiero apuntar a que si fuera de otro modo este mundo nuestro tal y como lo conocemos, estallaría en pedazos. El sentido del juego, la obediencia a las insinuaciones del deseo, el aborrecimiento del orden y lo socialmente aceptable, de la moral y el buen gusto burgueses, que son las pautas del ideario surrealista constituyen, bien se ve, la antítesis de nuestro modo de actuar. El bien supremo para los surrealistas fue la libertad, que plasmaron en elecciones y comportamientos que hoy a nosotros nos resultan francamente pavorosos.



Y sin embargo... y sin embargo también nosotros, incluso el empleado más temeroso y la esposa más fiel, llegamos a actuar como sátiros y mata-haris, y eso sucede cotidianamente, cuando cada noche cerramos los párpados. Ya en el primer número de la revista La Révolution Surréaliste, aparecido en 1924, podía leerse: "Sólo el sueño otorga al hombre todos sus derechos a la libertad". Y ese mismo año, la que se puede considerar la primera definición del 'Surrealismo' es formulada así por André Breton: "Un cierto automatismo psíquico que corresponde bastante bien al estado de sueño". El sueño es, por tanto, el modelo a cuya imagen se desarrollarán diversas técnicas de trabajo, ya sea la escritura automática, el cadáver exquisito, el frottage o el collage. Medios todos ellos que liberan al ejecutante de las cadenas de la lógica y las rutinas de lo previsible y le arrojan a asociaciones imprevistas, donde pueden materializarse los deseos más ocultos y las intuiciones más sutiles.



La importancia de esta exposición, comisariada por José Jiménez, catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Universidad Autónoma de Madrid, reside en centrar su foco sobre el papel crucial del sueño en el universo surrealista. Una empresa inédita en el ámbito expositivo. Ya en 1974 un singular estudioso del surrealismo (y de la magia y del socialismo utópico), Sarane Alexandrian, dedicó un libro a este mismo tema, con el título de Le Surréalisme et le rêve. Es forzoso pensar que dado que el sueño se materializa en imágenes y no en textos, una exposición da cuenta mejor que un libro de la importancia de lo onírico. El resultado es un extenso conjunto de casi 170 obras entre cuadros, esculturas, dibujos y fotografías, y una muy significativa presencia del cine.





Miró: Este es el color de mis sueños, 1925 (detalle)



Si bien el sueño es el tema central de esta vasta sinfonía visual, hay tres melodías o subtramas que cobran una importancia creciente conforme avanzamos en el recorrido de la muestra. La primera es la ya mencionada aparición de lo cinematográfico. Que en este caso no tiene una justificación meramente contextual o es un tributo a la nueva museología. El cine es, como tantas veces se ha dicho, una auténtica fábrica de sueños. Lo más parecido a un sueño inducido en el que ingresamos colectivamente. La oscuridad, la inmersión en la pantalla, la pasividad ante los acontecimientos que se desarrollan ante nuestros ojos evocan la experiencia del durmiente. Y a decir de Breton, es en el cine "donde se celebra el único misterio absolutamente moderno". Y ya se sabe, como escribió Rimbaud, que es necesario ser absolutamente moderno.



Consecuentemente, algunas de las obra capitales del Surrealismo se plasmaron en este medio que se desarrollaba en paralelo. Aquí encontramos Emak Bakia, de Man Ray, y La edad de oro y Un perro andaluz, de Luis Buñuel. Hay otras tres: Rose Hobart, un collage de fotogramas realizado por Joseph Cornell, El manuscrito encontrado en Zaragoza, del polaco Wojciech Jerzy Has, surrealista involuntario a mi modo de ver, y Recuerda, de Alfred Hitchcock, cuyos oníricos decorados realizó Salvador Dalí.



Otra de las subtramas a las que me refería es la presencia de artistas mujeres. Tampoco aquí el comisario actúa en cumplimiento de una paridad políticamente correcta. Y es que en el movimiento surrealista (como antes sucediera en el constructivismo soviético) las mujeres desempeñan un papel propio. Como consecuencia de esa conquista de la libertad, las mujeres dejan de ser sólo modelos y/o amantes de artistas varones, y ocupan su propio lugar. Claude Cahun, Toyen, Key Sage, Nadja, Dora Maar, Remedios Varo, Leonor Fini, Dorothea Tanning, Ángeles Santos y Meret Oppenheim, son un excepcional grupo de creadoras cuyas obras, a mí personalmente, me resultan especialmente conmovedoras. Y la tercera subtrama que detectamos es la interesante concurrencia de artistas de Europa Oriental: el mencionado cineasta polaco Jerzy Has y los checos Jindich Štyrský y Karel Teige.



Si estos nombres inesperados comparecen aquí, le ahorro al lector la nómina de todos aquellos otros que previsiblemente va a encontrar. En esta amplísima representación, la mayoría de las obras se refieren de forma inequívoca al sueño, incluso desde el mismo título. Es estupendo ver en este contexto la conocida serie de fotografías de durmientes de Brassaï. Algunas otras, en cambio no tienen, a mi parecer, una especial justificación (salvo que creamos que toda creación fantástica es el resultado de la ensoñación). Pienso en Hans Bellmer o en Matta.



La exposición está organizada en ocho apartados, que se materializan no en salas sino en segmentos, paredes que van formando sucesivos espacios abiertos, en una inteligente fórmula para dar continuidad natural a los diversos temas. Debido a su extensión, la muestra ocupa la zona habitual de exposiciones temporales, en la planta principal, y se prolonga en la planta inferior. Comienza con un capítulo dedicado a " Los que abrieron las vías (de los sueños) " en donde contemplamos unos delicados dibujos de Grandville seguidos de las láminas de En el sueño, de Odilon Redon. Es decir, la exposición arranca de mediados del siglo XIX y termina con alguna obra de la década de 1960, pero la mayoría de ellas corresponde a los años treinta, cuarenta y cincuenta del siglo pasado. Esos fueron los años de esplendor del movimiento. Luego, por así decir, el surrealismo se disolvió en tantas manifestaciones del arte, la publicidad y la imagen construida que resultaría imposible seguir el hilo de su fábula.