Vista de la exposición

Galería Elba Benítez. San Lorenzo, 11. Madrid. Hasta el 12 de abril. De 12.000 a 20.000 euros.

En los últimos años, Mario García Torres (Monclova, México, 1975) ha estado trabajado en un proyecto prolijo y complejo, que finalmente desembocó en las piezas audiovisuales y documentales que componían ¿Alguna vez has visto la nieve caer? (2009), que pudimos ver en el Museo Reina Sofía un año después, y que en 2013 sería seleccionado por Carolyn Christov-Bakargiev para la Documenta 13. Después, el artista emprendió otro proyecto, mucho más modesto en sus ambiciones y que, sin embargo, entrelazaba perfectamente con los que eran algunos de sus principales dispositivos emocionales.



Xoco, el curioso y peculiar personaje que ahora nos presenta, es una figura de simplicidad extrema, más cercana a la invisible indiferencia que a cualquier pathos imaginario, y al que, además, apenas habría de ocurrirle nada o casi nada en su plana existencia. Para García Torres deriva de sus ideas sobre la imaginación y el aburrimiento, y de cómo éste puede abonar el campo de la fantasía y el ensueño. Con la colaboración del ilustrador Tomoko Hirasawa y con texto del propio García Torres, nació Xoco, the Kid Who Loved Being Bored (Xoco, el chico al que le encantaba estar aburrido), una película de animación en blanco y negro, en la que apenas pasa nada, salvo el vacío deambular de Xoco ante globulosos fondos.



La galería Elba Benítez presenta ahora la segunda parte de ese filme, proyectado por una máquina de 16 mm, con su peculiar y rítmico soniquete de cine antiguo sobre una de las paredes de la sala principal, mientras que en los espacios restantes se reúnen grupos de forillos realizados por otros ilustradores de cine, en su inmensa mayoría de carácter abstracto.





Vista de la exposición



En su nueva aventura, Xoco, el dibujo de una silueta vacía y una cabeza orejona de grandes y expresivos ojos, no tiene otra actividad que la de aparecer y desaparecer, desde cualquiera de los cuatro lados de la pantalla, igual y absolutamente vacía, y en la que su acto más complicado es el mero andar dubitativo con las manos en los bolsillos y gesto de estupefacción. Lo que el artista nos propone es que intentemos ubicar ese casi no hacer en cualquiera de los fondos que expone de filmes como The DickTracy Show (1961-1962), Star Trek: The Animated Series (1973-1974) o Beetljuice (1989-1991) y que imaginemos los cambios y el contenido que cada lugar daría al vacuo personaje animado. Un juego tan real como de pronóstico ya probado y cierto. Completan la muestra otras dos proyecciones de un círculo deforme y una línea cortada en dos pantallas de televisor, montadas con la sobras de metraje de otra película animada. Otra vez lo dificilmente perceptible. Un proyecto y una exposición tan amable como desazonadora, que aunque alcanza la calidad de otras muestras del artista mexicano, no hace lo mismo con la calidad y originalidad de sus obras. Un proyecto, pues, menor.