Nerea Calvillo: Polen In the Air, 2014

LABoral. Los Prados, 121. Gijón. Hasta el 21 de septiembre

Benjamin Weil, que el pasado enero cedió su puesto como director de actividades de LABoral a Oscar Abril Ascaso, formula en Datascape muchas de las cuestiones que vienen ocupando el programa de LABoral. La colectiva se fija en la concordancia entre el paisaje como representación cultural e idealizada de la realidad, transmisora de los valores y zeitgeist de cada época, y la interfaz gráfica, sistema informático que hoy hace posible que cualquiera dé instrucciones de modo simple (mediante gestos con un ratón, por ejemplo) a ordenadores y demás ingenios de tarea compleja. La tesis (y hallazgo) de Datascape afirma que la mediación de tal interfaz, que pone a nuestro alcance una realidad cifrada en datos que multiplicada a cada instante mediante tal cantidad de información que nos es imposible de procesar, constituye un nuevo paisaje, es decir, un nuevo sistema de representación o lectura de lo real.



Para explorar todo ello se propone un encuentro con doce artistas que abordan tal complejidad actual, incorporándola como lenguaje, soporte y tema de sus propias obras. El recorrido arranca con tres instalaciones que abren la puerta a muchas de las claves del planteamiento general. En la entrada, una gigantesca intervención de Karin Sander consiste en el código fuente del plano 3D del mismo muro sobre el que está pegado. Las fronteras entre plano-mapa-data y territorio-lugar-espacio se enmarañan. Charles Sandison nos invita a flotar en una múltiple videoproyección de imágenes esquemáticas de la basílica de Santa Sofía, hoy museo que contiene una mezquita que contiene una iglesia ortodoxa... Imágenes que se deshacen en sus átomos-bits y se relacionan con la misma arquitectura donde se proyectan. El ADN de la Historia como granos de arena virtual que se desmoronan y recombinan. En tercer lugar, descubrimos una proyección en la que David Claerbout ha manipulado informáticamente una fotos cualquiera de las disponibles online, multiplicando sus efectos al incorporar movimiento virtual y añadir partes inventadas. La ambigüedad nos interesa y extraña como datos inasimilables.





Instalación de Pablo Valbuena



Así podríamos seguir con cada obra, todas muy parejas en alcance y potencia. La imagen de una sala de Guantánamo hecha con píxeles que son micro-imágenes sacadas de Google de Fontcuberta. El pixel en los juegos de zoom y abstracción entre paisaje e imagen fotográfica de Ruff o en la re-representación de la ficción cultural de Bulloch. El paisaje andino manipulado y su analogía con curvas bursátiles de Najjar o entre un terreno real y su vegetación y su representación en forma de esquema y mapa de Enrique Radigales. La reflexión de Nerea Calvillo sobre atributos de la ciudad real como el polen sólo alcanzables en la representación y el mapa, o la mordaz observación del falseamiento y amputación de la realidad en la publicidad del turismo globalizador de Arikan. La indagación académica de Farocki en la evolución histórica de la verosimilitud del paisaje en los videojuegos o las sobrecapas de información visual sobre elementos físicos en espacios arquitectónicos intersticiales de Pablo Valbuena.



La selección y la presentación logran hacer disfrutable y diáfano lo que de primeras podría parecer un asunto abstruso. Cada obra parece encadenar su sentido con el de la siguiente, funcionando asimismo como capas que amplían y diversifican el sentido de la tesis general.