Javier Riera, geometrías del paisaje
Javier Riera. Configuraciones y resonancias
2 mayo, 2014 02:00LB CDB, 2013
Es una exposición recomendable como buen ejemplo de un nuevo formalismo fotográfico que sintetiza con eficacia distintas tradiciones de otros soportes, por ejemplo, el de la pintura geométrica o el Land Art. Para ser precisos, diremos que lo más reconocible de la última obra de Javier Riera (Avilés, 1964) consiste en series de fotografías de paisajes nocturnos sobre los que se proyectan formas geométricas con focos de luz. Que la geometría diera forma a la naturaleza y esculpiera la masa vegetal fue, sin duda, el objetivo de una de las Bellas Artes en el siglo XVIII: la jardinería. Sin embargo, hacerlo con luz y crear una foto de gran formato implica proyectar un espacio de abstracción que se desliga parcialmente de los principios pintoresquistas del XVIII o del XIX, y se acerca a otros géneros como la pintura óptica o geométrica, más próxima a los primeros intereses de Riera. Podríamos sugerir que en estas series, que se remontan al 2007, pinta con la luz sobre paisajes reales pero, al mismo tiempo, convierte las imágenes que obtiene en cuadros fotográficos.Vemos los focos alumbrando algunos puntos del paisaje, y allí los poliedros de luz sitúan en primer plano otra imagen intrusa, mientras que el resto de los escenarios recuerdan el entorno donde se ha tomado la fotografía, por cierto, sin retoque digital ni datos que identifiquen el lugar. Provocan un efecto de estudiada ambigüedad. El espacio se vuelve abstracto y geométrico en virtud del artificio de las proyecciones, al mismo tiempo que retenemos los imaginarios paisajísticos de otro tiempo. Y, con ello, es el trasfondo de la propia representación lo que queda aludido, lo que sale a la luz, o quizá, lo que sale de la luz.
Entre las obras que eluden cierto riesgo de efectismo podríamos destacar una de las mejores en mi opinión, LB CDB, en la que una cruz distorsionada se proyecta sobre una ladera invernal. En este caso, los focos no contaminan de cromatismo escenográfico y urbanizado el entorno que iluminan, sino que ofrecen una tonalidad más fría e inscriben un signo enigmático en medio de ese lugar que se nos vuelve "imaginario". El simbolismo de esa forma proyectada, una cruz fruto del despliegue de la geometría del cubo, añade una alternativa a los poliedros de los otros paisajes, y nos invita a seguir la exposición en la planta inferior de la galería, donde encontraremos otro registro.
Allí, el proyecto revela una dimensión más intensa en la que saltamos de la pintura fragmentaria a la fotografía de pequeño formato, a la cianotipia y al vídeo. Esos nuevos recursos incorporan la silueta del ciervo como motivo iconográfico, como sombra que camina y se detiene; se abren con las sombras y los cuadros irregulares, nuevos significados que no estaban inicialmente en las imágenes de la planta superior. La obra se escinde así en dos caminos paralelos, y es como si Javier Riera intentara transitarlos al mismo tiempo, apenas sin distancias. Uno nos conduce hacia la narración indeterminada de las imágenes fragmentarias. El otro hacia las profundidades de esa geometría del paisaje.