Frame del vídeo Drinking Song, 2011

Galería Espacio Mínimo. Dr. Fourquet, 17. Madrid. Hasta el 25 de julio. De 6.000 a 14.700 euros.

La colaboración entre artistas viene siendo cada vez más frecuente. Aunque han existido siempre, el relato de la historia del arte durante la Modernidad tendía a ocultarlas. Gracias al ocaso del mito del artista genio, severo y transcendental, los trabajos conjuntos ocasionales y los emparejamientos fugaces o duraderos han adquirido un nuevo interés, mientras se afianzaban nuevos valores estéticos, comoel azar, la liviandad y el humor. En el caso de Donna Conlon (Atlanta,1966) y Jonathan Harker (Ecuador, 1975) fue un encuentro casual en una visita a una planta de reciclaje de vidrios en Panamá lo que les llevó a una colaboración -después de proyectos de Conlon con MarkusAhlen, Regina José Galindo y William Kentridge-,que siguen manteniendo en aquel país desde 2006 y de la que ha resultado una docena larga de vídeos, con los que se han introducido en el circuito internacional, las bienales más prestigiosas y en las colecciones de algunos de los principales museos, como el Guggenheim y la Tate Modern.



A ambos les une su formación anterior en otros campos del pensamiento; Donna estudió primero biología y luego escultura y Jonathan se interesó por la filosofía, en concreto la semiótica, antes de que convergieran en el videoarte. Sin embargo, su producción se caracteriza por evidenciar la manualidad y la frescura en la construcción de acciones y tramoyas. Así como por una concepción plástica muy precisa y cuidada, donde cada plano parece haber sido compuesto y montado con un ritmo exacto; y por una sensibilidad tan atenta a las texturas como a la brillantez cromática tropical. Se trata de vídeos donde la calidad y el placer visual cuentan. A pesar de que las pequeñas historias que nos presentan parezcan triviales, utilicen como protagonistas objetos cotidianos de desecho y todo se trate como un mero juego. Cuentos que terminan con moralejas irónicas y provocan la sonrisa.



Por supuesto, la aparente ligereza e incluso ingenuidad esconden su compromiso de perfil ecológico, filtrado por una perspectiva socio-arqueológica, y una ambición bastante inusual para plantear ingeniosas metáforas sobre el comportamiento de individuos y colectivos, en el marco de la crítica poscolonial que Conlon y Harker desarrollan desde un posicionamiento muy localista. Todo este trasfondo se encuentra en la selección de cuatro piezas recientes en su primera exposición en esta galería, cuyo montaje alterna pantallas y grandes proyecciones. Vídeos que quienes no visiten esta muestra, podrán ver junto a otros anteriores, o volver a contemplar en la web de Donna Conlon.



Drinking Song y Tapitapultas cuestionan la relación identitaria de Panamá con Estados Unidos. Modesta pero incluso orquestada es la performance en Drinking Song (2011) del himno estadounidense con poco más que los cascos de cervezas panameñas, cuya metáfora los críticos latinoaméricanos alargan hasta la importancia de la música yankee en la invasión estadounidense para derrocar al dictador Noriega, y los anglosajones en el origen del himno en una cancioncilla de estudiantes ebrios. Pero es con Tapitapultas (2012) donde reconocemos su característica estrategia lúdica, al mostrar un juego de catapultas con tapones de plástico que, con suerte, alcanzan el hueco en una plataforma de lo que fue una base militar estadounidense y hoy es un mirador turístico. Hasta formar una montaña enorme.



Para Efecto dominó (2013), Conlon y Harker estuvieron rescatando viejos ladrillos que eran reemplazados en el Casco Viejo, que vamos recorriendo hasta que su progresión ascendente termina en una especie de suicidio. La dialéctica entre el individuo y la colectividad es el trasunto de Zincfonía tropical (2013), con mangos como protagonistas.