Una celebración de la vida
B. Wurtz. Works 1972 - 2014
3 octubre, 2014 02:00Vista de la exposición en la galería MaisterraValbuena
Hoy se ha hecho necesario revisar la historia que nos han contado. Se debe poner en cuestión el canon aprendido. Ese que nos dice quién es quién y que una cosa va detrás de la otra, que relaciona un movimiento o una tendencia con una época, porque sólo es uno de los relatos posibles. Hay que volver a mirar. Tenemos que buscar a aquellos y aquello que huyen de lo que se ha dado por hecho, de lo que se asume como incuestionable. Y este es el caso de B. Wurtz (Pasadena, EE.UU., 1948) y de esa obra silenciosa que ha ido haciendo, paciente, sin prisas, durante las últimas cuatro décadas. Sólo había que verlo, ver de nuevo, con más cuidado, el cuidado también de no imponer un nuevo canon porque nunca incluye, siempre excluye. B. Wurtz insistía exponiendo en su galería neoyorquina de siempre, Feature Inc., sin esperar nada a cambio, hasta que hace unos años, apenas tres, alguien se fijó en él, volvió a mirar, y le dio una nueva visibilidad, a pesar de que nunca estuvo escondido.Ahora Wurtz expone en Nueva York con Metro Pictures, la galería que cuentan fue fundamental en los espectaculares 80, y en Europa, con Gregor Podnar de Berlín y MaisterraValbuena de Madrid, que lo presenta estos días en España con una pequeña retrospectiva que ayuda a entenderlo y explica el modo en el que trabaja. Pronto, además, tendrá una exposición individual en una importante institución, curiosamente europea: el Baltic Centre de Gateshead, en Inglaterra; algo que siempre se le había negado.
En la exposición se hace evidente el carácter humilde y sin pretensiones que tiene su trabajo, un trabajo por el que no parece pasar el tiempo, que resulta más atemporal que anacrónico, en el que se hace difícil distinguir si una obra pertenece a los años 70 (la más antigua es una escultura modular de cartón, cristal, cuerda y madera que tiene al menos ocho posiciones y que fue hecha en 1972) o si acaba de ser realizada, como esas bolas de papel maché de colores que parecen flotar sostenidas sobre unos alambres clavados a un trozo de madera con otros de envases de fruta pegados, hechas este mismo año. El proyecto de Wurtz se basa en una investigación optimista (no hay crítica) y constante sobre lo cotidiano. Sus esculturas y sus collages utilizan casi siempre los mismos elementos (calcetines, latas, tacos de madera, botones, perchas, pinzas para colgar la ropa, bolsas de plástico) extraídos de la realidad para darles un nuevo sentido, como ya hicieran antes Duchamp, con sus ready mades (que no tienen nada que ver con los objetos encontrados del Surrealismo, como Chris Sharp, un comisario con demasiada estrella, pretendió, equivocado, explicar en la conversación con Wurtz en la galería), el nuevo realista Martial Raysse, con sus máscaras fabricadas con utensilios de cocina, o Andy Warhol, cuando elevó a la fama a las latas de sopa Campbell o las cajas de detergente Brillo.
Las obras de Wurtz son una celebración de las necesidades básicas (dormir, comer, y mantenerse caliente, como él mismo cuenta en un temprano dibujo de los 70), necesidades tan básicas que no se les presta la suficiente atención, a las que él ha decidido dedicar pequeños monumentos. Así ocurre con ese calcetín blanco que se apoya sobre una lata que se transforma en pedestal de 1993, o con los trozos de bolsas de supermercado que cuelgan de hilos de metal como si fueran piezas de un móvil vanguardista en varios de sus ensamblajes. B. Wurtz nos descubre con su modestia lo que de importante tiene la vida, porque siempre hay que volver a mirar.