El Anatsui: Piel de la tierra, 2007

Museo Guggenheim. Av. Abandoibarra, 2. Bilbao. Hasta el 3 de mayo.

Ya sé que resulta muy "viejuno", pero es que la letra que Alfredo Le Pera escribió para el conocido tango de Gardel viene que ni hecha a la medida: sentir que es un soplo la vida/ que veinte años no es nada. El arte de nuestro tiempo, la exposición que ocupa en su práctica totalidad el espacio del Guggenheim es como un reencuentro con viejos conocidos. Con la frente marchita y las sienes plateadas por las nieves del tiempo, uno vuelve a encontrarse con los cuadros que nos sorprendieron, nos asombraron, sobre todo por su presencia en una ciudad decaída que buscaba salir del pozo de su pasado industrial. Así que el verdadero tema de la exposición son estos veinte años. Se nos ha pasado el asombro, el museo se ha integrado en la ciudad y se produce un curioso efecto. El hábito, creado durante todos estos años, de poder contemplar piezas excepcionales de la historia del arte moderno que hace que tenerlas de nuevo resulte algo "normal".



La exposición es la suma de tres relatos: el de la evolución del arte occidental en los últimos cien años, el de la constitución de los museos Guggenheim, y el de la constitución de la colección del museo bilbaíno, financiada con las aportaciones de las instituciones vascas, públicas y privadas, bajo la dirección de la fundación neoyorquina, lo cual sigue siendo el punto más espinoso de toda esta historia.



Mural de Sol Lewitt, de 1997

El itinerario recorre el museo de arriba abajo, comenzando por la tercera planta. Se abre con Improvisación 28, segunda versión de Kandinski, a su izquierda, doblando la esquina, está el desnudo que Modigliani pintó en 1917, la personal visión de París de Chagall o la escultura Nariz, de Giacometti. El impresionante Rothko adquirido para la colección del museo de Bilbao o un atrayente Mondrian, muy diferente al estilo geométrico que le hizo famoso: Verano, duna en Zeeland, 1910. Incluso puede uno perderse en disquisiciones como si Ciento cincuenta Marilyns multicolores de Warhol se ve mucho mejor en la ubicación que se le ha dado en esta ocasión que la que tuvo en el momento de su presentación, en la sala donde ahora están las esculturas de Richard Serra. Todo esto mientras pasa por los distintos movimientos artísticos del siglo XX, desde las investigaciones formalistas de un Moholy Nagy al conceptualismo de Robert Morris o Lawrence Weiner. O la sala de los dos grandes escultores vascos: Chillida y Oteiza.



Otras piezas, en cambio, han vuelto a su lugar original, como las pinturas de Anselm Kiefer en la segunda planta, que durante varios años, tras su primera exhibición, estuvieron almacenadas tras una falsa pared en la misma sala, ante la dificultad que plantea siempre su traslado. El único cambio es que ahora comparten espacio con el Rayo iluminando un venado de Beuys.



Como final del recorrido, en la primera planta se ha habilitado una sala donde se muestran las piezas más recientes, las de autores que ya no pertenecen al ámbito de la cultura euroamericana y las adquisiciones hechas para la nueva joya de la corona Guggenheim: su futuro museo de Abu Dabi, donde destaca Piel de la tierra, 2007, el monumental tapiz del ghanés El Anatsui, hecho de capuchones de botellas unidos con alambre de cobre. Una delicia.