Una de las obras de Campbell en la exposición

Fundación Telefónica. Fuencarral,3. Madrid. Hasta el 28 de junio.

Teniendo en cuenta que la creación resultante de la fusión entre arte y nuevas tecnologías sigue perteneciendo a un circuito especializado ante la inhibición de los museos de arte contemporáneo (que en nuestro país, salvo LABoral de Gijón, y a pesar de repetidos anuncios no termina de cuajar un museo especializado), la Fundación Telefónica haría bien en centrarse en este campo, que sigue entreverando con muestras de artes plásticas, aquí y en Latinoamérica.



Tras la exposición que celebró de Jim Campbell (Chicago, 1956) hace tres años en su sede en Buenos Aires, presenta ahora, por primera vez en España, una retrospectiva de este ingeniero formado en el Instituto de Tecnología de Massachusetts cuya preocupación por el estatuto de la imagen y sensibilidad lírica le ha llevado a ocupar un lugar de pleno derecho en el arte contemporáneo. Otro rasgo a añadir sería su interés por la participación del espectador, al que ha convertido en el tema central de su trabajo como sujeto de la sociedad de masas. El proceso comienza con el registro de la imagen que será traducida a intervalos lumínicos, donde el transcurso es tan relevante para la eficacia de la percepción visual como importantes son sus secuencias para historizar la vida cotidiana contemporánea. Se diría que Campbell se empeña en encapsular el tiempo, aislando momentos para el recuerdo y la memoria colectiva.



Es un acierto que, al comienzo del recorrido, se hayan elegido dos piezas que retan a la participación motriz y a la curiosidad del visitante. En la vieja obra Digital Watch, 1991, la grabación simultánea del espectador y de un reloj en la sala confluyen en la pantalla de proyección, aunque con un retardo de cinco segundos. Al lado, Frames of Reference, 1996-1998, con su minúscula cámara montada sobre una humilde tabla de madera pendulante que se mueve apenas con un soplo, dejando borroso el entorno mientras conserva la nitidez en la proyección de un clavo sobre la madera y marcando los dos marcos de referencia, advierte que al artista le interesan mucho más los umbrales de la percepción visual que epatar con ingenios de alta tecnología.



Pionero en la utilización de la imagen pixelada mediante leds, Campbell llega hasta el límite en la separación de los puntos de luz en la cuadrícula para que la figura representada pueda ser reconocible. En ocasiones, se sirve de filtros que ayudan a cohesionar y al tiempo difuminar las acciones, como si se tratara de recuerdos casi borrados o de viejos registros recuperados desde el futuro. Para Home Movies, adquirió en eBay películas caseras con escenas de niños jugando y celebraciones entre amigos, donde los personajes han dejado de ser identificables para formar parte del background familiar desde que se popularizó el uso del vídeo doméstico. En Library, que se sirve de un fotograbado de la Biblioteca Pública de Nueva York para cubrir el panel de leds donde se inserta un vídeo, las figuras borrosas de paseantes, con su indiferencia, parecen hacer aún más vetusta esta institución basada en una tecnología que revolucionó la Modernidad pero que los más jóvenes consideran ya obsoleta.



También la Gran Estación Central neoyorquina, tan recreada en el cine, ha sido otro de los escenarios elegidos por Campbell en su peculiar elogio de viandantes anónimos cruzando espacios públicos, yuxtaponiendo una fotografía con una secuencia videográfica que se funden cada 34 minutos. Pero quizás su reflexión más explícita sobre la imagen cinematográfica sea la condensación en una sola imagen del filme Psicosis de Alfred Hitchcock, a partir de la digitalización de cada fotograma de la película.



Además, y sin pretender salir del plano de percepción bidimensional, se presenta aquí Exploded Views, el prototipo de una obra que realizó para Madison Square Park, donde las hileras de leds están suspendidas formando una estructura rectangular en la que reconocemos el deambular transversal de los personajes mientras nos mantengamos a cierta distancia. El anverso de esta pieza es la instalación Tilted Plane, donde somos nosotros quienes podemos caminar entre los centenares de bombillas dispuestas en un plano inclinado, proporcionando una extraña experiencia poética.



La instalación más lírica es la dedicada al último día de la vida del hermano del artista, al parecer, un día lluvioso a comienzos de marzo. El sonido del aguacero inunda la estancia donde el parpadeo desigual de las bombillas señalan momentos en aquel vía crucis, a modo de honda elegía de gran carga emocional. Otra obra también dedicada a su familia, Motion&Rest, con una figura esquemática que parece valerse de un bastón, alude a la invisibilidad de los discapacitados en las ciudades hoy.



Jim Campbell, que ha realizado homenajes explícitos a los vanguardistas futuristas, en cambio tiene menos que ver con los protagonistas del Op Art desde los años 70 del siglo XX, fascinados con los efectos lumínicos. Aunque su manera de entender el arte está más vinculada a sentimientos tanto individuales como colectivos, como muestra Political Protest, que condensa imágenes de las protestas contra la guerra en Estados Unidos en 2004. Es una lástima que esta buena exposición, titulada Ritmos de luz, contenga series que resaltan variaciones técnicas algo repetitivas.