Pseudofósiles y estanterías de luz en la nueva exposición de Regina de Miguel
En el arte, sobre todo en los dos últimos siglos, la ciencia se ha simplificado o tergiversado hasta el punto de perder todo atributo científico. Lo dice James Elkins en un ensayo en el que caracteriza esa relación como como una "conversación de besugos" (drunken conversation). El contenido científico, argumenta, es insertado en una nueva matriz que retiene poco más que sus formas, sus apariencias. Es cierto que la ilustración científica ha contribuido a la transmisión de conocimiento e incluso a su generación, y que muchos grandes artistas se han interesado por diversos avances en la investigación (sobre la visión, pero también sobre la astronomía, la biología, la medicina...) y lo han reflejado en su trabajo, pero rara vez podemos otorgar un valor verdaderamente científico a sus obras. La historia de la ciencia, por su parte, ha subrayado los rasgos "artísticos" de ciertos principios y ciertas herramientas... cualidad que les es regateada desde el ámbito del arte.Y, sin embargo, creo que esos amores difíciles entre ciencia y arte marcan una de las vías más fértiles de la creación actual. Lo demuestra Regina de Miguel (Málaga, 1977), que no sólo se ha apropiado de las "apariencias" científicas sino que ha desarrollado un genuino interés por varios de sus campos, por la historia de la ciencia y por la ciencia ficción, que ha volcado en sucesivos proyectos en los cuales combina documentación visual, escultura, instalación y vídeo o cine. El que presenta ahora sería un "laboratorio parlante". Su título, Ansible, hace referencia a un aparato de comunicación interestelar inventado por Ursula K Le Guin en su novela El mundo de Rocannon (1966) y que otros autores del género integraron después en sus ficciones.
Hay todo un aparato teórico, literario y visual en la base de este trabajo, que conoceremos mejor en la película que está preparando. Esta instalación escultórica-lumínica-sonora es una primera aproximación a una "fábula" (todo tiene un fundamento pero está sobrecargado de imaginación, utopía e incluso magia, y lo digo en sentido positivo) sobre otras subjetividades, dinamitadoras del Antropoceno, que podríamos descubrir en los organismos más arcaicos, a través de los cristales más tenebrosos o en las palabras de unos ciborgs poéticos.
Las tres composiciones de música electrónica (de Lucrecia Dalt) y Voice Over (voces emitidas por un ordenador) son "canciones", con letras de Regina de Miguel: Canción de extremofilia, Canción revenante y Canción necropolítica, en las que aparecen alusiones a diversas obras de ciencia ficción, como el Viaje al centro de la Tierra de Verne y La invención de Morel de Bioy Casares, o a las teorías feministas sobre los mitos de la creación y el ciborg de Donna Haraway.
Los sonidos han sido traducidos a lenguaje de programación para arduino y este código desregula la potencia lumínica de los tubos fluorescentes en las "mesas de cultivo", que "hablan" un idioma de luz.
De nuevo, la artista da vueltas al concepto de comunicación, en dimensiones superluminales. Que también se vehicula a través de las placas de obsidiana, vidrio volcánico, "objeto conector de mundos", "pantalla mágica" o "interfaz entre realidades", en las que ha hecho grabar un pequeño herbario de plantas extintas o en peligro de extinción, y que ha dispuesto sobre las baldas. Son pseudofósiles y agujeros negros portátiles.
La exposición, con todos sus atractivos, adolece de falta de concisión, de provisionalidad. De Miguel había anunciado que a las estanterías llegarían en el transcurso de estos meses imágenes y documentos que complementarían sus significados. Pero lo único que ha llegado es una conversación con Sonia Fernández Pan que, comparada con los textos de la propia artista, no resulta demasiado enriquecedora.