Detalle de Un viaje con retorno I, 2014

Sala Alcalá 31. Alcalá, 31. Madrid. Hasta el 22 de noviembre.

Carlos León (Ceuta, 1948) expuso por primera vez en Madrid en la colectiva 10 abstractos, en 1975 y en la célebre y ya desaparecida galería Buades. Al año siguiente, lo haría individualmente en la también desaparecida Juan Mas, y desde entonces hasta ahora, con numerosas ocasiones en continuidad en sus dos estancias neoyorquinas de mediados los 80 y mediados los 90, lo ha hecho frecuentemente en varias galerías, la última en Max Estrella, donde entre 2004 y 2012 ha colgado sus obras en cuatro ocasiones.



Sin embargo, en estos 40 años de trayectoria nunca ha tenido una muestra institucional de las dimensiones que su obra merece. Una desatención que no es sólo hacia él, sino de muchos de los artistas de su generación, que reúne a los nombres más significativos y persistentes de un modo de entender la práctica de la pintura especialmente dolorosa para quien fue conocedor directo de las tendencias internacionales entonces aquí más influyentes, camarada más que compañero de viaje y pionero en sus realizaciones.



Finalmente, la Comunidad de Madrid se ha decidido a ofrecerle esa merecida oportunidad y Carlos León no ha optado por una muestra antológica ni tampoco por una retrospectiva al uso, sino por prestar su confianza a un modo de comisariado hoy tan excepcional como imprescindible.



Hace ya seis años, María de Corral concibió para una exposición de rango semejante, Ayer noche mañana será día una correlación entre las obras de mediados de los años 70 y sus realizaciones entonces últimas, fechadas en 2008 y 2009, para hacer luego un despliegue de piezas memorables de fechas intermedias. Vuelve ahora, en Pink Requiem, a un esquema parecido, retrotrayéndose a mediados de los 80 y 90 y la experiencia norteamericana para desde ahí internarse en obras recientes con cierta abundancia de las pintadas en los últimos dos o tres años. Una muy cuidada y exigente selección de obras que se sustenta en la materialidad de la pintura, en su exigencia de nuestra presencia natural y activa para enfrentarnos a cuanto la pintura proporciona a la mirada y al entendimiento.



Su obra requiere distinguir diáfanamente las diferencias entre el modo de impregnación del óleo ya sea sobre tela, lona o la tersura inatacable del dibond, así como las distintas densidades y el espesor que el pintor imprime en cada superficie... También es importante estar atento a la sucesión de los distintos momentos, el inicio con obra última, la contraposición con las piezas en negro, y el cara a cara de proposiciones parejas.



En las primeras páginas del catálogo se reproduce una fotografía del estudio del artista en la que se ve una montaña de guantes de látex manchados de pintura. Son los restos desechados del acto de pintar, porque Carlos León lo hace directamente con las manos, logrando, ya sea en las series de paisajes, ya en las más orgánicas y viscerales (algo dionisíacas ambas), que visión, sensación y pensamiento corran parejos en el entendimiento del espectador al que ha sido su proceso, reiterado como el de un maestro oriental, para pasar de la mirada y el mito a la abstracción. Dice él de sí mismo que es un artista fatal, por el fatum, el destino de los romanos, y que "sus obras son meros acontecimientos visibles que aportan al caos de la existencia una modesta porción de esplendor". Así puede ser, pero en ese caso lo definiré yo como "un esplendoroso artista fatal".