Image: Aquellos días en Versalles

Image: Aquellos días en Versalles

Exposiciones

Aquellos días en Versalles

Le Brun en Versalles

13 mayo, 2016 02:00

Detalle de El Franco Condado conquistado por segunda vez

CaixaForum. Paseo del Prado, 36. Madrid. Hasta el 21 de junio.

Esta exposición, que reúne los dibujos preparatorios de Le Brun para las decoraciones de Versalles, es más rara que cualquier instalación de un artista contemporáneo. Y su grado de ilusionismo visual compite con el de los estudios Pixar. También, hay que decirlo, a un espectador de hoy le resultará más árida, porque tiene la mirada estragada por las creaciones contemporáneas, tan picantes o empalagosas. Este es uno de los motivos de interés de la exposición, comprobar el abismo, no exagero, que separa los objetivos y las actividades de quienes allá por el siglo XVII se llamaban artistas y los artistas de hoy. Para hacerse cargo de las diferencias basta esbozar la trayectoria del pintor en cuestión.

Charles Le Brun (París, 1619 -1690) fue tan precoz que a los quince años recibió su primer encargo del cardenal Richelieu. Pintó bajo la protección de varios mecenas, fue alumno de Poussin en Roma y a su vuelta, en 1648, logró el apoyo del rey para fundar la Academia Real de Pintura y Escultura, que regiría el arte francés durante los siguientes tres siglos. Fue también cofundador de la Manufactura de los Gobelinos, que además de tapices fabricaba toda clase de muebles para los palacios reales. Esa capacidad organizativa iba pareja de su incontenible fuerza como creador, de la que es prueba el enorme número de encargos realizados. Para la Iglesia, para particulares y para la propia monarquía. Convertido en Primer Pintor del Rey, proporcionó a Luis XIV la satisfacción de verse comparado con Alejadro Magno en una serie de cuadros de batallas. Y aún hoy resultan sobrehumanos -y excesivos- los frescos del techo de la Galería de Apolo en el Louvre y el del Salón de los espejos de Versalles.

Fue en ese palacio, convertido en sede de la corte de Francia por el Rey Sol en 1682, donde Le Brun dio las mayores pruebas de su talento. Al mando de un ejército de artistas y artesanos, lo adaptó para sus nuevos usos. La realización de las decoraciones seguía un proceso minucioso cuyo primer paso era la confección de dibujos en papel, a escala 1/1. Estos dibujos se trasladaban al soporte definitivo mediante el remarcado o el perforado de sus líneas. El grado de detalle y la fuerza de las escenas que Le Brun realizó resultan sorprendentes. Dibujar a escala natural es muy difícil porque nunca ves la totalidad de la composición mientras trabajas. Pero lo que resulta mas llamativo es el dominio de una técnica que dota a las escenas de un volumen que crees poder tocar.

También es sorprendente su capacidad de componer escenas, con múltiples personajes en acción. Los papeles -o cartones- de este tipo pocas veces sobrevivían al trabajo para el que fueron concebidos, pues se deterioraban o se destruían. En este caso, el estado francés rescató tras la muerte de Le Brun una importante colección. Se muestran aquí los correspondientes a la Escalera de los Embajadores y a la Galería de los Espejos. La primera, destruida por Luis XV, se ha reconstruido aquí escenográficamente. Aun en esta escala reducida resulta impresionante. El emplazamiento ofrecía pocas posibilidades, sobre todo por la escasa luz natural, pero Le Brun creó un juego de perspectivas y combinó volúmenes reales y ficticios transformando el espacio.

En la recreación del techo de la Galería de los Espejos, vemos los episodios más famosos de la Guerra de Holanda. En ellos el rey no se presenta encarnado en Hércules o Apolo, como mandaba la tradición, sino de forma realista, con coraza y peluca, dialogando con otras figuras mitológicas. Todo ello, en suma, es el exponente del arte entendido en su versión más clásica. Vale la pena conocerlo para juzgar qué hemos ganado y qué hemos perdido en los siglos posteriores.