Los Ayudantes, 2016 (detalle)

Galería Travesía Cuatro. San Mateo, 16. Madrid. Hasta el 28 de julio. De 13.500 y 20.000€

Con algunas y notables excepciones, antes del siglo XIX los artistas sólo representaban paisajes nocturnos si lo exigía el guion, fundamentalmente en temas sacros como la Adoración de los pastores o el Prendimiento de Cristo. La noche entra de lleno en la historia del arte con el Romanticismo, cuando se explora el territorio del sueño y el poeta, el pintor o el músico hallan en la oscuridad una consonancia anímica, y cuando se sondean las sombras siniestras en las que habitan los monstruos.



Sara Ramo (Madrid, 1975) se ha empeñado en enfrentarnos a los misterios de las tinieblas. Hace dos años cegó por completo la sala frigorífica del Matadero (Abierto x Obras) para convertirlo en un "teatro de apariciones" que compartía algunos rasgos con el vídeo sobre el que gira la actual exposición en su nueva galería madrileña, titulado Los ayudantes y producido gracias a una de las becas de la Fundación Botín, en cuya sede ha sido mostrado ya. En las anteriores inmersiones de la artista en lo oscuro tenía bastante peso el componente perceptual (los límites de la visión en ausencia de luz) pero también la activa intervención del inconsciente en la reconstrucción mental de lo que sólo vislumbramos. Aquí vuelve a instrumentalizar nuestra incertidumbre y a apelar a nuestra fantasía, aunque lo hace a partir de una información visual y auditiva más concreta.



Si no me equivoco, esta es la primera obra en la que Sara Ramo trabaja en el medio natural. Es cierto que en 2004 imaginó una Nueva Atlántida edénica pero las imágenes que utilizó para "representarla" procedían de folletos turísticos. Aquí también hay algo de simulacro. Lo que vemos no es una selva primaria sino un jardín (botánico): el de Inhotim, creado cerca de Belo Horizonte por el coleccionista brasileño Bernardo de Mello Paz, que ha insertado además en él su magnífico centro de arte. Tampoco asistimos a un auténtico rito sino a una "mascarada" orquestada por la artista.



A la artista le interesa provocar situaciones en las que perdemos las certezas y aflora lo irracional

Ante la proyección, nos sitúa en una posición en la que nos sentimos ocultos entre la maleza, espiando a media distancia una ceremonia en la cual un pequeño grupo de acólitos procesionan a la débil luz de unas hogueras, ejecutando un ritmo con instrumentos populares. Algunos de ellos llevan unas máscaras desproporcionadas en las que podríamos reconocer rasgos animales: ¿un pájaro, un león, un elefante, un mono? Tal vez sean espíritus totémicos o chamanes. En la oscuridad, el fuego genera el espacio y el alcance de su resplandor delimita el área de seguridad. A Sara Ramo le interesa provocar estas situaciones en las que perdemos las certezas y en las que aflora lo irracional. No ver es no saber. Imaginar es crear. En el vídeo, parece que lo importante está ocurriendo al fondo pero nunca lo comprobaremos, porque los árboles obstaculizan la mirada y no podemos movernos (está filmado con cámara fija). Al alba, todo se esfuma; brota otra realidad.



Tampoco es fácil examinar las máscaras, que pasan fugazmente junto al fuego. Las esculturas que la artista ha realizado a partir de las formas originales (modeladas en material endeble) son oquedades fragmentadas que apenas permiten recomponer con la imaginación sus perfiles. Son, dice ella, matrices, cáscaras. En la escultura contemporánea no son infrecuentes los ejercicios sobre el "espacio negativo" que subrayan el molde o el envoltorio (pensemos en Bruce Nauman o en Rachel Whiteread); aquí es posible relacionar esta noción con la oscuridad nocturna que, rodeando el espacio positivo creado por la luz y rodeando las figuras de las máscaras, se densifica hasta hacerse piedra.



@ElenaVozmediano