Fotograma de Viva
El director irlandés estrena Viva, una película sobre la relación de un joven homosexual con un padre que acaba de salir de la cárcel
"Mi primera visita a Cuba fue en el 96 y me enamoré de su sentido del espectáculo. Me gusta mucho la idea del artificio y cómo lo construyen", nos explica el director a su paso por Madrid. "En esos shows cubanos crean grandes fantasías a partir de los materiales más bastos. No pueden ir a la tienda y comprar una peluca, se la tienen que hacer ellos mismos como las drag queens se tienen que hacer sus propios zapatos de tacón del 42. Es muy interesante el nivel de improvisación que utilizan para llegar a ese artificio. Y lo más importante es lo que ese artificio expresa, hay algo muy puro en medio de un mundo que se cae a pedazos. Es hortera pero hay algo esencial en esas actuaciones".
Si Perugorría es el rudo boxeador, Héctor Medina (al que hemos visto hace poco como travesti en El rey de La Habana) es su hijo, un chaval huérfano de madre que no ha visto a su padre desde los tres años con un carácter valiente y corajudo. El reencuentro con el padre, recién salido de prisión, será la catarsis para un chaval con talento para la interpretación que está dando sus primeros pinitos en un cabaret en el que actúan transexuales y travestis para espanto del carpetovónico padre. "A partir de la fascinación con esos shows la historia comenzó a formarse en mi cabeza. Tenía en mi mente la imagen de un hijo serenando a su padre utilizando las canciones que cantaba su madre porque en esta historia es el hijo quien cura las heridas del padre. En Cuba hay esa cultura machista en la que el afeminamiento se ve como una debilidad cuando es al revés, es una fortaleza que equilibra esa cosa del macho. Ese miedo del hombre a lo femenino revela una verdad profunda sobre el miedo del hombre a la mujer. Los homosexuales muchas veces son personas muy fuertes porque saben lo que es luchar. Cuando toda la sociedad está de tu parte y tienes la vida fácil te vuelves más débil", explica el cineasta.
Es una Cuba contemporánea que podría ser la Cuba de hace diez años porque es la isla en la que el tiempo se ha detenido. "Es el país que siempre está a punto de cambiar. Siempre que voy está esa sensación de que todo está a punto de cambiar de un momento a otro pero nunca sucede. Hay una Cuba oficial que se correlaciona con la real pero que al mismo tiempo se le parece poco. Recuerdo en una visita que el periódico del Gobierno hablaba todo el rato sobre la guerra en Angola y nadie en la calle hablaba de esa guerra. Hay esa Habana de la propaganda comunista y de la estampa típica de los cubanos cantando canciones en la calle pero yo quiero penetrar en esa Habana que viven los cubanos todos los días. He querido evitar los clichés y la manera es ser lo más fiel posible a la experiencia de los personajes".
Como en la película de Villaronga, vemos una Habana que se cae a pedazos en la que sus desdichados ciudadanos se enfrentan al reto de la supervivencia diaria. "En nuestras sociedades todo es más líquido, pagamos con tarjeta de crédito y lo material no tiene tanto valor. Allí un vaso de leche es un vaso de leche y el dinero se cuenta con billetes. Hay una transacción continua, es el trueque constante". Esa pobreza contrasta con la educación de sus habitantes. "En otros países caribeños además de pobreza hay unas tasas de analfabetización enormes. En Cuba la gente no solo sabe leer y escribir sino que hay mucha que ha leído y tiene un bagage cultural considerable, es un país en el que puedes tener conversaciones muy interesantes. La gente tiene las herramientas para entender lo que sucede a su alrededor y deconstruirlo".
@juansarda