Juan Manuel Berenger: Luci, sin nombre y sin memoriaz, 2008

Fundación Juan March. Castelló, 77. Madrid. Hasta el 21 de enero.

Tras pasar por sus sedes de Palma de Mallorca y Cuenca, Escuchar con los ojos ha llegado a la Fundación March de Madrid. Comisariada por Manuel Fontán del Junco, director de exposiciones de la Fundación, el artista José Iges, una de las voces más autorizadas en el campo del que se ocupa la muestra, y José Luis Maire, músico y responsable de la biblioteca musical de la institución madrileña, hace un repaso por la historia en España de esa disciplina, nueva y algo ignorada, que es el arte sonoro. Se trata de una historia que ha escapado de la que se ha establecido como canónica, quizás porque este tipo de trabajos rompía con muchas de las normas impuestas, se movía por territorios que han permanecido indefinidos hasta hace poco tiempo, quizás también por lo efímero de algunas de sus propuestas o la obsolescencia de algunas de las máquinas que utilizaban. No estaba ni en un lugar, el de la música, ni en otro, el del arte visual, sino que se encontraba quizás en ambos o entre ambos y por tanto resultaba muy difícil de clasificar, era complicado ponerle una etiqueta. De tal modo que se ha olvidado, o se ha preferido olvidar, dada la dificultad que para muchos supone la ruptura de los límites, que no se puede separar un relato del otro.



Son relatos que hasta ahora se habían escrito en paralelo pero que ya se empiezan a atravesar, como muy bien se ha demostrado en Escuchar con los ojos en las salas de la March en Palma de Mallorca y en el Museo de Arte Abstracto de Cuenca, en las que se prefirió instalar los trabajos de arte sonoro junto a las obras plásticas que albergan, construyendo un recorrido que subrayaba estos cruces, referencias y relaciones. Algo que en Madrid, se ha intentado también incluyendo grabados, pinturas y esculturas que dialogan con las obras sonoras y que, en algunos casos, funcionan casi como documentación, completando el recorrido de la exposición.



De algún modo, en Escuchar con los ojos, un título sinestésico, casi contaminante, se ha fracturado esa primacía de lo visual que ha caracterizado a Occidente y el silencio, supuesto, presunto, no hay, que debe hacerse cuando se visita una exposición porque se exige concentración en la mirada, se ha quebrado y ha dado paso a la escucha. Tampoco existe el vacío, ese vacío que horroriza y que se piensa que permite el descanso, en esta muestra que recoge más de veinte obras sonoras y casi cuatrocientas piezas entre ediciones, vinilos y documentación, que provoca descubrimientos inesperados.



LUGAN: Partitura telefónica, 1986

La exposición se abre en el recibidor de la Fundación con una proyección de un trabajo de Javier Maderuelo, al que muchos vincularán con otra disciplina, la de la crítica de arte, en la que un vinilo da vueltas sobre el plato de un tocadiscos, pero es un disco en el que el agujero que lo sujeta a la pletina está descentrado. Se trata de un manifiesto que explica cómo este tipo de arte ha sido considerado durante mucho tiempo excéntrico, un arte que ha permanecido fuera del eje, aunque nunca fue del todo así. Ya en las salas, el recorrido se inicia con los pioneros de los sesenta, con aquellos artistas que estaban trabajando con el arte sonoro antes incluso de que este tuviera nombre, ya que no sería hasta la década de los ochenta cuando se empezó a utilizar esa terminología que procedía del inglés Sound Art.



Allí encontramos obras de LUGAN, que trabajaba, aún trabaja, con dispositivos tecnológicos y que instituyó una estética del circuito que traslada a pinturas y dibujos que tienen un carácter diagramático; el grupo ZAJ, con sus conciertos y acciones muy relacionadas con lo que estaba sucediendo en la escena internacional, con John Cage y Fluxus, e Isidoro Valcárcel Medina, con sus magníficas partituras visuales. No podía faltar tampoco la referencia a los Encuentros de Pamplona, a la revista Sonda, cuyas portadas realizaron pintores como Fernando Zóbel, Gerardo Rueda o Eusebio Sempere, o al Centro de Cálculo de la Complutense, en esta historia de cruces y transversalidades. Se insiste también en la relación del arte sonoro con el conceptual, con piezas del primer Juan Navarro Baldeweg, Nacho Criado, Concha Jerez o Ferran García Sevilla, con su sorprendente serie de fotografías de sus acciones sonoras que son el único testimonio que queda de ellas.



También se atiende a los ochenta, con el despliegue de casetes y sus carátulas fanzineras que hablan de otra "Movida", y artistas que desarrollaron sus carreras en los noventa, como José Maldonado, al que habría que volver a mirar, o escuchar. La exposición no se olvida de artistas como José Antonio Orts o Mikel Arce, ya imprescindibles, ni tampoco de la generación más joven, con Esther Mañas y Arash Moori y Hugo Martínez-Tormo.



Escuchar con los ojos cierra con la fonografía que Francisco López ha realizado en la sede de la Fundación en Madrid, un mapa sonoro de aquello que hasta ahora sólo habíamos visto.