La obra de Betty Woodman en la exposición El curso natural de las cosas.
La experiencia estética está apegada a momentos. Tan condicionada al lugar y al tiempo, a las circunstancias subjetivas y sociales que cada una sólo reverbera en el palimsesto de las otrora experimentadas, de lo vivido. De aquí la importancia de la oportunidad y de indiciar entre las cuerdas de lo sensible hoy. Es un acierto que esta exposición que enlaza arte y naturaleza se haya programado a principio de temporada, cuando los urbanitas mantenemos aún frescas las sensaciones con los cuatro elementos delas vacaciones estivales.Lejos de la exaltación romántica que convierte la naturaleza sublime en teodicea hasta llegar a la abstracción -al tiempo que la sitúa como línea axial para el arte moderno-, pero también distante de la búsqueda purista y ansiosa del primitivismo hasta llegar al grado cero que se reitera en las vanguardias en la encrucijada entre la tradición y la amenaza de la "muerte del arte", y descartando una aproximación performativa desde el Land Art, este proyecto comisariado por Tania Pardo arranca del texto Yo trabajo como un hortelano.
Habitualmente atribuido a Joan Miró, su autoría se debe a YvonTaillandier, que transcribe sus conversaciones con el artista en 1959 y ahora ha sido recogido en el catálogo. Allí Miró afirmaba: "Las cosas más simples me dan ideas (...) El arte popular me ha conmovido siempre. No hay en este arte engaño ni trucos. Va directamente a su fin". Y también: "Cada uno debe hacer, con tanta naturalidad como respira. Pero no hay que tener segundas intenciones y querer firmar la respiración". La evocación de esta sencillez que respeta el curso natural de las cosas guía el recorrido por esta saludable y jovial exposición.
Para empezar, en la sala de quienes trabajan con materiales naturales -y que pretende servir de inspiración de creatividad a los visitantes-, destaca la instalación mural del creador local Fernando Buenache, con piedras recogidas que emulan la zoología y hasta el universo, ordenados por la comisaria. La selección del resto de las obras responde, sin duda, al criterio de autenticidad, en el sentido de honestidad, humildad y verdad.
Mathew Ronay: Mound Beings. A la derecha, Karin Ruggaber: Relief #110
La última sala, "el estallido de color", va a gustar mucho, porque ahí se funden la alegría del juego junto al esmero, la reunión del colectivo y la aventura errante. Y todo ello nos devuelve al insondable semillero del Miró hortelano: entre tantos aportes, a su disfrute con el barro y con objetos encontrados. Y más allá, el diálogo entre obras logra crear un fructífero contexto para comprender la tendencia en la producción de artistas hasta hace bien poco marginales en ese sistema del arte que suele hacer trampas y se queda en la intención de "grabar la respiración".
En su diversidad, son espléndidas las piezas de cerámica de la veterana Betty Woodman y de la mexicana Milena Muzquiz. Y para detenerse, las esculturas de una sola pieza de madera de balsa coloreadas sobre fieltros: un dechado de honestidad y sencillez. Frente a las que los objetos de la joven Elena Aitzkoa, que integran materiales de toda procedencia, son suelas para recorrer mil leguas.
@_rociodelavilla