Vista de la exposición. Al fondo, Historic Photographies: Kill the Cars, 1996-2015. Foto: Cortesía MUSAC

MUSAC. Avenida de los Reyes Leoneses, 24. León. Hasta el 8 de enero.

Puede que Gustav Metzger (Núremberg, Alemania, 1926) sea uno de esos artistas en cierta medida eclipsados por la resonancia de otros nombres del propio arte alemán de postguerra. También por una década de retirada del circuito artístico y por la renuncia al mercado del arte. Sin embargo, su recuperación ahora, más allá de la siempre piadosa justicia histórica, tiene también algo de ironía. No digo que sea una ironía intencionada, pero sí un efecto secundario de la revisión bastante completa de la obra de Metzger que propone el MUSAC y que no se había hecho en España hasta la fecha.



Su trayectoria recoge buena parte de los desplazamientos conceptuales e ideológicos que definen el siglo XX, con una concepción de la práctica artística integrada en el activismo político y una perfecta transferencia de los principios del expresionismo alemán, pasados por el filtro DADA, a ese territorio en el que las acciones y los materiales se recargan de significado.



Conocido por sus "pinturas al ácido" que comenzaban en los años 50 a desgarrar el soporte, resulta coherente que llegara en 1959 a escribir un "manifiesto del arte autodestructivo". Aquello coincidía conceptualmente con los cortes de Lucio Fontana y con otros capítulos significativos de una posible historia de la autodestrucción del arte. Metzger, en efecto, parece estar en varios de los escenarios importantes, como la célebre Documenta de 1972 de Harald Szeemann, o en episodios clave de la emergencia de Fluxus. El recorrido de la exposición permite una lectura cronológica en la que el contexto histórico está siempre presente. Encontramos, por ejemplo, una curiosa serie de obras "reactivas", como Droponhotplate (1968), o Mica Cube (1968), realizadas en un momento clave socialmente. El goteo sobre una resistencia metálica recalentada evapora el líquido de manera inmediata con una amenazante tensión que genera un nuevo vínculo con la obra, que amplifica la presencia escultórica y deja en el aire un sutilísimo halo de alegoría.



Vista de la exposición con la obra In memoriam, 2005, al fondo. Foto: Cortesía MUSAC

La pintura se encuentra en varias de las salas como una intermitencia, aunque tal vez habría al mismo tiempo otra vocación escultórica de Metzger que determina su relación con los materiales. Acumulaciones de portadas del diario londinense Evening Standard que describen nuestro cotidiano estercolero de sucesos, imágenes eclipsadas por objetos, pantallas y velos de todo tipo, como sus Historic Photographies de los 90… De modo alternado se suceden los registros inagotables en los que Metzger da sentido a su trayectoria, puede que algunos de ellos fallidos, pero siempre resultado de una búsqueda concienzuda y coherente.



La exposición concede importancia al compromiso político desplegando también un significativo aporte documental en vitrinas. Algunas de aquellas acciones antibelicistas le llevarían a un breve periodo de encarcelamiento en 1961, y no debería tomarse esto como dato pintoresco porque sirve para calibrar, en esa relación con nuestro presente, el significado de la palabra "activista". Es en esta actitud de Metzger, no exenta de romanticismo, en la que el arte se ve como un instrumento de transformación social, y la que muestra la ironía a la que al principio me referí. Una ironía histórica en la distancia que nos separa de aquellos días, derivada de la supervivencia de actitudes vanguardistas sin contenido, gestos que proceden del imaginario del siglo XX y que hoy se reproducen como una parodia involuntaria de lo que fueron aquellos artistas, cuyas vidas se enraizaban en experiencias tan inapelables como las que muestra la biografía de Metzger.



Su trabajo nos remite a opciones estéticas que han sido sobreexplotadas después sin su anclaje político. Y en ello se reconoce también en qué medida era el arte entonces una forma de sobrevivir al mundo.



@avistando