Image: Jorge Macchi y lo fuera de orden

Image: Jorge Macchi y lo fuera de orden

Exposiciones

Jorge Macchi y lo fuera de orden

Perspectiva

3 marzo, 2017 01:00

The Peep Show, 2012

CA2M. Avenida de la Constitución, 23. Móstoles (Madrid). Hasta el 11 de junio

Hacía varios años que el país invitado a ARCO no se esforzaba tanto en hacerse notar en los espacios expositivos madrileños. El gobierno argentino ha invertido 1,1 millón de euros en su stand institucional y en las exposiciones paralelas, entre las que destaca ésta de Jorge Macchi (Buenos Aires, 1963) no solo por su relevancia artística sino también porque ha quedado subrayada por su visible participación en la feria, con un stand individual de la Galleria Continua de San Gimignano y en el diálogo con Teresa Margolles en el de Peter Kilchmann. La posición de Macchi en el mercado está bien establecida, pues le representan además Alexander and Bonin en Nueva York, Ruth Benzacar en Buenos Aires y Luisa Strina en São Paulo. Apenas se puede pedir más.

Y, sin embargo, no se le había dedicado hasta el año pasado una exposición retrospectiva en Argentina, y tuvo que ser un museo privado, el MALBA (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires), fundado por Eduardo Costantini -quien muestra simultáneamente una parte de su colección en la Academia de Bellas Artes de San Fernando-, y un comisario extranjero, el español Agustín Pérez Rubio, actual director de dicho museo, los que se lanzaran a dar el paso. Ahora esa exposición llega a Móstoles para afianzar la relación de Macchi con España. Recordemos que su primera retrospectiva ya itineró a nuestro país (CGAC, Santiago de Compostela, 2008) y que expuso en la desaparecida galería madrileña Distrito Cu4tro en 2003 y 2005, año en que mostró también su serie Doppelganger en La Casa Encendida.

La actual selección de obras, unas setenta, recorre toda la trayectoria del artista aunque pasa muy de puntillas, cosa que agradecemos, por su reciente producción pictórica. El montaje no sigue una línea cronológica pero las obras más antiguas quedan concentradas en el arranque del recorrido. Alguna de ellas, como Perspectiva (1991), de la que toma su título la muestra, sí anuncian al Macchi "clásico", pero otras aún arrastran su juvenil fascinación por la pintura matérica de Blas Castagna y por la corporalidad doliente de Tàpies, y casan muy mal con su obra posterior, encuadrable en la poesía visual entendida en su sentido más amplio. ¿Es lícito suprimir de una retrospectiva una etapa de un artista? Creo que es difícil justificarlo cuando forma parte de la evolución de la obra adulta; sin embargo, siendo obras tan tempranas (no había cumplido los treinta cuando las hizo), se le habría hecho un favor dejándolas de lado. Más cuando la criba curatorial sí se ha aplicado, como decía, a las pinturas realizadas desde 2010, que desmerecen mucho respecto al mejor Macchi. Y no es que el artista les dé poca importancia: ahora mismo las está exponiendo en su galería de Nueva York.

Accidente en Rotterdam, 1996-1998

Pero vamos al Macchi central. Es admirable en él la aparente facilidad para generar obras felices, con una presentación material a menudo de una gran ligereza (por su delgadez y su liviandad objetivas) y un inteligente dislocamiento perceptivo o conceptual que agudiza la atención y fomenta la complicidad entre autor y espectador. Macchi apenas lidia con la realidad directamente sino que utiliza la mediación de sistemas de representación conocidos por todos: la cartografía para la representación del espacio, los relojes para la representación del tiempo, la escritura para la representación del lenguaje, la notación musical para la representación de la música… Solo que las obras siempre se construyen sobre una sorpresa, algo inesperado, fuera de lugar, fuera de orden, y provocan interferencias entre esos sistemas: la escritura se hace dibujo, las palabras se convierten en música, el tiempo choca contra el espacio, los mapas nos pierden o nos llevan a paisajes auditivos...

Dichos sistemas se van sucediendo sin una estructura demasiado rígida, o incluso explícita, en la exposición, en la que prima el encuentro con las obras individuales. Adquieren protagonismo dos instalaciones. La primera es Still Song (2005) que realizó para la Bienal de Venecia de 2005, a invitación de María de Corral y Rosa Martínez, en la que los reflejos emitidos por una bola de discoteca detenida y muda tienen un impacto muy físico en los paramentos sobre los que recaen; la segunda es la impactante El cuarto de las cantantes (2006), una de sus colaboraciones con el compositor Edgardo Rudnitzky, que dan luz, espacio y música a unos versos en el poema Adiós, de Idea Vilariño: "Aquí / lejos / te borro. / Estás borrado." Pero la obra que quizá condensa mejor la poética de Macchi es Buenos Aires Tour (2003), que forma parte de la colección del MUSAC en León, al igual que uno de los poemas visuales más bellos que yo haya visto, en el que varios relatos de "sucesos" fluyen hacia Un charco de sangre (1999).

No es infrecuente que incluso en las obras más bellas, delicadas, poéticas de Macchi aparezca un elemento siniestro, que evita el palpable peligro, en su trabajo, de caer en la paradoja amable. Hay muchos muertos enterrados entre estas obras: víctimas de asesinatos, náufragos (en la deliciosa La balada de Matsuyama, 2010), soldados caídos (en From Here to Eternity, 2013) o anónimos fallecidos recordados en esquelas y cementerios.

@ElenaVozmediano