Valle de Yosemite (detalle), 1863-1866

Casa de América. Plaza de Cibeles, s/n. Madrid. Comisario: Mario Fernández Albarés. Hasta el 20 de julio

Desde hace unos años, el Museo Sorolla trabaja en la catalogación de su colección de más de 7.000 fotografías. La mayoría de ellas son familiares o relacionadas con el trabajo y los viajes del artista, pero también hay obras de conocidos fotógrafos entre los que, ¡sorpresa!, se encuentra un pionero en la representación del paisaje estadounidense, el gran Carleton Watkins, y nada menos que con sus vistas de Yosemite Valley. En las colecciones públicas españolas este capítulo de la historia de la fotografía es inexistente (y sólo hace poco se vieron algunos ejemplos en La ilusión del Lejano Oeste), por lo que esta muestra de 32 positivados, de los que nada se sabía y que ni aparecen en el catálogo razonado de Watkins, reviste especial importancia, a la vez que complementa, la de obras de la Hispanic Society of America en el Prado, pues fue su fundador, Archer M. Huntington, quien envió las fotografías de Watkins a Sorolla. ¿Por qué? El comisario, Mario Fernández Albarés, cree que quería interesarle en los paisajes de la costa Oeste para que los pintara, pero Sorolla estaba ya en plena vorágine de encargos internacionales y no tenía tiempo para unos escenarios grandiosos que tampoco eran muy de su estilo.



¡Y qué estilo! Watkins decidió cómo íbamos a mirar, hasta hoy, el impresionante valle glaciar. Sus fotografías marcaron las versiones que dieron de él los más influyentes pintores paisajistas de su tiempo, como Albert Bierstadt y Thomas Hill, facilitaron que Lincoln lo protegiera en 1864 dando el primer paso para la creación del sistema de parques nacionales y establecieron una ruta canónica de contemplación paisajística del mismo. Son muchas las cuestiones interesantísimas que se relacionan con este capital proyecto fotográfico, que limito aquí a dos. La primera es la de su propia realización, toda una gesta artística. Yosemite no era ya un enclave virginal cuando Watkins se adentró en él por primera vez en 1861: los últimos indios que lo habitaron, los Ahwahnechee, habían sido expulsados hacia 1850 y desde 1855 era visitado por naturalistas y algunos turistas; se habían habilitado algunas sendas y había algún pequeño hotel. Pero llegar hasta allí seguía siendo difícil, y más con la recua de mulas en las que Watkins transportaba los mil kilos de material necesarios para producir con su enorme cámara "mamuth", fabricada para este propósito, los negativos de colodión húmedo sobre vidrio y revelarlos de inmediato sobre el terreno, en una tienda-laboratorio. Las largas exposiciones (una hora) dibujaron el monumento natural con una rara definición, al tiempo que detenían todo movimiento, en especial el acuático de cataratas y lagos, solidificados en velos y espejos.



La segunda tiene que ver con la marcada significación de Yosemite en la historia americana. La ideología del Destino Manifiesto provocó su consideración como un nuevo Edén; en su topografía encontramos alusiones a la imagen de una catedral y el propio Watkins insufla un tono trascendental a sus "visiones" paradisíacas. Pero lo cierto es que el valle sagrado estaba rodeado de intereses económicos: su celebridad fue de la mano de la Fiebre del Oro que devoraba la Sierra Nevada, de empresas mineras como la del explorador y militar John C. Frémont en Mariposa, a la entrada del valle, o de la promoción del ferrocarril transcontinental, en parte con fines turísticos. Watkins, que fue al Oeste desde Nueva York para buscar oro, se especializó en fotografía minera y judicial, y colaboró con su amigo Collis P. Huntington en la documentación de su negocio ferroviario. Así que estaba muy en el centro de las tensiones entre la sublimidad estética y la explotación del territorio; él mismo hizo negocio con los álbumes en los que organizó las copias de sus 175 mammoth-plates de Yosemite y, en un mercado más popular, con las 500 estereografías que hicieron "transitable" el monumento natural.



@ElenaVozmediano