Andy Warhol: Facsímil del papel pintado con vacas, 1966. Collection of the Andy Warhol Museum, Pittsburgh. © 2017 The Andy Warhol Foundation for the Visual Arts, Inc. / VEGAP
Son más de 400 las piezas del icono del arte pop que, entre obras de arte, películas, objetos diseñados y editados, ha reunido el comisario José Lebrero para la exposición Andy Warhol. El arte mecánico, que el próximo día 14 se inaugura en CaixaForum Barcelona. Organizada junto al Museo Picasso Málaga con préstamos de todo el mundo, la muestra aborda las facetas del mito de las mil caras, al que hoy se acerca también el escritor Agustín Fernádez Mallo.
Lo que una vez fue bueno -es decir, moderno- nunca puede dejar de serlo, por eso Lucrecio sigue siendo moderno, y Velázquez y Einstein también, y, por supuesto, Warhol. Es esa modernidad en origen lo que le sigue garantizando su absoluta vigencia: interaccionar con cualquier entorno cultural y época.
Imposible mitología pop
El mito del pop, arraigado en el imaginario popular, se fundamenta en la idea de que algo puede ser reproducido en cadena idénticamente y de manera infinita. Pero tal mito carece de fundamento; salvo en el mundo subatómico, no puede existir en el planeta ningún objeto idénticamente igual a otro. Ni dos gemelos son idénticos porque serán separados por sus contextos vitales, ni dos lavadoras son idénticas porque las cadenas de montaje se desgastan, ni tampoco dos obras de Warhol son idénticas porque las mallas serigráficas nunca dejan pasar la tinta del mismo modo. Así, las vastas reproducciones en serie warholianas llevan dentro la tara, el error que las eleva a piezas únicas. Cada retrato de Jackie Kennedy posee trazas no previstas, matiz que destruye la supuesta reproducción en serie del mismo modo que pinceladas iguales pero no idénticas diferencian dos cuadros de Rothko. Y no cito aquí a este otro autor por casualidad; en ambos, el radical uso de la superficialidad conduce a una profundidad metafísica, nos lleva al abismo de la imposibilidad de la copia exacta. Que uno trabajara a mano y el otro a máquina nada importa, la exactitud de la máquina era otro mito.
Artista de la última ciudad medieval
Resultará sorprendente descubrir que Warhol, quien en los tópicos mainstream galvaniza el espíritu estadounidense por antonomasia, en realidad siempre trabajó contra los tópicos de ese país. Warhol es el artista de la suciedad americana inoculada en la cadena de montaje, el autor del trazo que, aunque mecánico, se concreta sucio, acaso a imagen y semejanza de su ciudad, Nueva York, esa urbe tomada por la basura y rota, la última urbe medieval de la modernidad. Las obras de Warhol, siendo profundamente estadounidenses, violentan cierto imaginario pulcro y puritano típicamente calvinista. Cuando en un plano fijo y exasperadamente demorado se filma a sí mismo comiendo una hamburguesa lo que hace es destruir todos los fast food de su cultura. Podemos imaginar lo que para el americano medio, que acostumbra a esperar del lenguaje escrito y pictórico la reproducción sin fallas de un pensamiento, supuso la obra de un homosexual de origen checo, que utilizaba el sistema de fabricación estadounidense por excelencia -la cadena de montaje- para hacer obras que en realidad no responden a la lógica de tal cadena seriada: llevaban dentro el virus, la enfermedad, que el mito de la industrialización no puede admitir, la anomalía en la reproducción ilimitada.
Andy Warhol: Caja de kétchup Heinz, 1964. Collection of the Andy Warhol Museum, Pittsburgh. © 2017 The Andy Warhol Foundation for the Visual Arts, Inc. / VEGAP
Una fama incómoda
Es por tal radicalidad por lo que -y en contra de otra creencia popular- hasta entrados los años 70 Warhol tuvo una relación conflictiva con el mercado, su obra no era fácilmente vendible, no es un pop decorativo, recuerda demasiado la basura de una sociedad que aún estaba despertando al underground como expresión de inconformidad. Tanto su obra gráfica como cinematográfica producen la epifanía de aquello que socava el taylorismo para devolverle el aura "benjamiana" a una vulgar lata de sopa o a un tipo que sin razón aparente es filmado simulando que duerme durante cinco horas; rompe así también el mito de la eficacia como objetivo último de cualquier actividad digna de ser consignada. Por ello su obra es ante todo conceptual, política y filosófica. Como también le ocurriera a Dalí, al valerse de todas la técnicas de reproducción conocidas en su tiempo -fotografía, cine, fotomatón, serigrafía, pintura o polaroid-, genera el efecto de artista total al mismo tiempo que destructor total. Para puritanos de toda latitud su fama fue y es incómoda.
Contactos en la Tercera Fase
Si hacemos caso a Boris Groys -y en este caso se lo hacemos-, una obra es atemporal, dialoga con sucesivas generaciones, cuando pone en contacto el mundo de la cultura valorizada y el mundo de la cultura popular. Así hizo Marx al llevar la filosofía hegeliana al trabajo muscular, así hizo Freud al llevar la mitología helena a la vulgar psique del ciudadano, así hizo Duchamp al llevar un urinario a un museo. Warhol establece un enlace entre lo excelente y lo vulgar, pero a una escala tan planetaria que casi cabría hablar de un "contacto en la Tercera Fase". Su arte colonizó el planeta al mismo tiempo que lo hacía la cultura estadounidense, sólo que él, más listo que la propia cultura que lo parió, dotó a su prédica del virus de la máquina que de pronto sale de cuentas y se pone a dar a luz imprevistas criaturas.
El más darwiniano de los artistas
La solución al legendario -y obviamente falaz- problema que en el arte se da entre los originales y las copias, pasa por admitir que lo que en realidad acontece es una realimentación sin fin entre la copia y el original, que hace que la copia sea siempre distinta al original, y por eso mismo sea también un original. Parece un trabalenguas, pero no, es la vida misma. No hace falta leer a Deleuze y su monumental Diferencia y repetición, ni tampoco a su más aventajado materialista extremo, Manuel de Landa, para deducir que en el terreno de las artes es Warhol quien ejemplifica como ningún otro la darwiniana idea de que para que algo cambie, para que aparezcan diferencias en las cosas, ha de haber también repeticiones. Dicho de otro modo: como ustedes y como yo, que somos diferentes precisamente porque también nos repetimos como especie humana, todas las Jackie Kennedy de Warhol son la misma Jackie Kennedy y sin embargo no hay dos iguales. Esas Jackie Kennedy han mutado, su evolución es la de las especies. No es reproducción en cadena, es la vida misma.