Vista de sala
Su primera exposición individual en esta galería ostentaba un título tan rotundo como desesperanzador, Hambre, un objeto hecho por el hombre, y ya destacaban tres elementos fundamentales en la eficacia de las propuestas de Asunción Molinos Gordo (Aranda de Duero, 1979): el origen personal aunque no biográfico de sus intereses; la consistencia de sus investigaciones, se desarrollen éstas en el ámbito que fuera; y su consolidación en objetos tan atractivos como extraordinariamente comunicadores de sus ideas.Si aquella primera muestra en 2014 centraba su atención en el mundo rural y desembocaba en el análisis del mercado y tráfico de alimentos que, en la época más rica de la historia de la humanidad, aún ocasiona que mil millones de personas no tengan un sustento suficiente, la exposición actual responde a sus vivencias durante su residencia en Egipto y a una pregunta surgida tras los sucesos de la Primavera Árabe: ¿que ha pasado allí en los años transcurridos desde el fracaso de la revolución? Y creo importante señalar, en sus propias palabras, cuál es y cuál no el objetivo de la muestra: "Esta exposición no tiene como fin hacer crítica de esta hermosa nación, sino poner en evidencia el proceso de desintegración social, espiritual y ecológica al que se está sometiendo a Egipto y a una geografía mucho mayor".
Al entrar en la galería salta a la vista que esta no es una muestra al uso, sino una instalación, que es, a la vez, un simulacro. La instalación "reproduce" un estado de ruina, con cascotes, materiales de construcción y restos de obra. Es la atmósfera que presidirá la visita. El simulacro es el de la sala de un museo, con sus vitrinas y objetos, con sus cartelas explicativas correspondientes. Podría decirse que su "reconstrucción" del WAM (Museo Agrícola Mundial), presentado y premiado en la Bienal de Sharjah en 2015, lo es ahora de un museo de historia, antropología, artes decorativas, etc., asolado por la devastación y en el que, sin embargo, hallaremos tanto un estado de la situación como el análisis de los caminos que lo han llevado a ese punto.
Los diferentes objetos que la conforman y las cartelas que los acompañan componen un relato parcial y minucioso a la vez, que informa y alerta al espectador del devenir de Egipto. No es posible detenerse aquí en todos los objetos, pero destacaría las fotografías de los jeroglíficos que imprimen los visitantes en el suelo del Templo de Karnak; las cerámicas de Fayum decoradas con códigos genéticos de organismos modificados; los peines perfiladores que usan los arqueólogos bañados en oro o la bandeja de servir pescado de los años 50.
Las cartelas, por su parte, nos informan de la desaparición en los libros de historia egipcia de las revoluciones de 2011 y 2013; de los desaparecidos -340 en solo cuatro meses del año pasado- personalizados en el italiano Giulio Regeni; la agricultura de corto recorrido que agota los acuíferos fósiles del desierto o desangra los lagos y las consecuencias de los préstamos del FMI y su impacto en la economía de los más pobres. Una Descripción de Egipto nada napoleónica que justifica un modo de entender la práctica artística.