Vista de Maybe this act, this work, this thing, 2016. Foto: Luis Asín

Galería Elba Benítez. San Lorenzo, 11. Madrid. Hasta el 5 de enero. De 6.000 a 35.000 €

Vivimos, parafraseando a Dickens, en "la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas". Al positivismo y la fe en el progreso se oponen las querencias esotéricas, nostálgicas y hasta oscurantistas. Lo que en la vida cotidiana puede resultarnos extravagante, el arte lo transmuta en algo fascinante que podemos reconocer como propio, y existe en la creación actual una vena "delirante" por la que circula la obra de Joachim Koester (Copenhague, 1962), guía de viajes retrospectivos hacia prácticas culturales canalizadoras de la irracionalidad, el ocultismo o el trance psicotrópico.



Todas estas obras recientes formaron parte de una notable exposición que hizo a principios de año en el Camden Arts Center de Londres y comparten algunas características que no bastan para proporcionar suficiente coherencia interna al conjunto, que mantiene el interés por este artista de marcada personalidad e indudable talento pero defrauda en alguna medida las elevadas expectativas. El principal problema es que están derivando hacia lo autorreferencial y hacia lo meta-artístico, lo que rebaja la empatía. Koester nos invita, antes de nada, a tumbarnos en un diván para escuchar dos piezas sonoras: son meditaciones guiadas, con fondo de sonidos binaurales, que deben conducirnos a un estado mental alterado en el que experimentaremos de manera más intensa la exposición. La idea es sugerente y la relajación es efectiva mas, en vez de llevarnos a nuestro interior, el supuesto viaje hipnagógico consiste en una visita al Museo de Arte Moderno, Departamento de las Águilas de Marcel Broodthaers, y a una obra anterior de Koester, Occupied Plot, Abandoned Futures, basada a su vez en un proyecto de Ed Ruscha.



La obra principal es Maybe this act, this work, this thing (2016), una videoinstalación en la que dos mujeres con disfraces teatrales, una de las cuales podría ser un Puck shakespeariano, ejecutan una coreografía que las transforma en proyectores cinematográficos -o en una síntesis de todo el espectáculo fílmico, diría yo, incluyendo la interpretación actoral- para impugnar el momento histórico en el que tantos teatros se convirtieron en cines. Koester reivindica las habilidades humanas frente al "progreso" maquinal y no digamos digital, a la vez que vuelve a su teoría, eco de Wilhelm Reich, de que los movimientos expresan historias y conflictos. Ante la pantalla, un suelo ajedrezado. ¿Por qué? El artista, hasta hace poco, daba las pistas necesarias para interpretar sus obras pero aquí no lo ha hecho. Le he dado vueltas y solo se me ocurre que pudiera estar rindiendo homenaje a Marcel Duchamp, gran jugador de ajedrez y "oculista de precisión" que "humanizó" las máquinas por otras vías (las del deseo) y que realizó en 1926 la película experimental Anemic Cinema, justo en ese momento de tránsito entre el vodevil y el cine.



La tercera propuesta se compone de un vídeo en un viejo monitor -¿quiere aludir a los documentales televisivos?- y unas fotografías de una mantis religiosa, la Idolomantis diabólica, en la que debemos observar tanto su disolución en el entorno como sus movimientos espasmódicos, cuestiones ya abordadas por Koester. Aunque en este contexto meta-artístico, nos hace pensar en las mantis surrealistas, depredadoras sexuales pero también "androides-autómatas", para cerrar el frágil nexo maquinal.



@ElenaVozmediano