Vista de sala. Foto: Pere Pratdesaba
Cuenta Pedro Azara, comisario de la exposición, que la génesis de esta muestra se desencadenó cuando descubrieron que, en unas fotografías del estudio de Joan Miró realizadas por Català-Roca en 1968, había unos recortes de imágenes de esculturas sumerias clavadas en la pared. Miró siempre había sido parco en palabras en lo que respecta a su obra. Pero su estudio -el espacio que posee el "aura", el secreto y la "cocina" de la creación- ha sido explorado por los especialistas en búsqueda de indicios o pistas para aproximarse a su trabajo. Los objetos de "arte popular" que poblaban su casa, las fotografías de la cultura de masas que colgaban de sus paredes han sido, entre otras, claves para aproximarse a su obra. En Miró hay lo que podíamos denominar vagamente una posición anti-arte, difícil de explicar, pero que se manifiesta en una fascinación por los dibujos de los niños, la tipografías anónimas de los bares, los carteles y grafiti del antes llamado Barrio Chino... Todo esto es Miró. Y en este marco se sitúa también la búsqueda y utilización de referentes más allá de la tradición clasicista occidental, como es el arte sumerio.Esta actitud -el rechazo del canon clásico de la tradición occidental y la búsqueda de nuevos referentes- es una constante en el arte del siglo XX. El grabado japonés para el impresionismo o el simbolismo, el arte tribal para el cubismo y el expresionismo, aparecerán como modelos y fuentes de inspiración para renovar y abrir nuevas vías estéticas. Sin embargo, y aunque se pueden rastrear precedentes desde principios de siglo, después de la Segunda Guerra Mundial se generaliza una sensibilidad hacia lo arcaico, lo prehistórico, los mitos antiguos... Pollock descubre los dibujos rituales sobre arena de los indios del noroeste americano; Gottlieb se inspira en los petroglifos; el mismo Miró tenía una especial devoción por el arte rupestre... Hay un giro hacia el origen, lo atávico, lo ancestral; en definitiva, hacia lo que se ha dado en llamar (equívocamente) "primitivismo". Este es el significado del interés que se despierta en los años 40 y 50 por la cultura sumeria, la cual comenzó a ser exhumada en el periodo de entreguerras y divulgada a través de libros e imágenes después de 1945. Es entonces cuando toma forma en el imaginario universal y popular la primera y más antigua civilización de la humanidad, cuyas manifestaciones más remotas se sitúan alrededor del IV milenio a.C.
Vista de sala con Seated figure, 1929, de Henry Moore, y al fondo, Sín título, H. 1952, de Willem De Kooning. Foto: Pere Pratdesaba
Hemos de preguntarnos, sin embargo, sobre el porqué de este viaje de exploración a los estratos más profundos de la civilización. Se ha dicho que aquella generación que despunta en los años 40 y 50, traumatizada por la guerra, gira hacia posiciones subjetivas y neorrománticas de exploración del yo, puesto que la barbarie de la contienda había minado la confianza en la razón y el progreso de la civilización occidental. Es un momento también en que la cultura se impregna de psicoanálisis y de las teorías de Jung. Este había introducido la noción de inconsciente colectivo, esto es, del subconsciente profundo, aquél que es afín a los hombres y sociedades de cualquier época. Un inconsciente colectivo que se manifiesta en las religiones, los mitos, determinados símbolos y motivos, lo que Jung denominó los "arquetipos universales". Se trata de un contenido ancestral que se halla en el fondo del imaginario colectivo y que el artista moderno se propone recuperar.
Acaso en este contexto, sería oportuno recordar a Jurgis Baltrušaitis, investigador que se consagró al estudio del mito del antiguo Egipto, aquel mágico y secreto de la oculta civilización de las pirámides y los enigmáticos jeroglíficos. Su objetivo como historiador era el de desvelar lo que denominaba "perspectivas depravadas" y "aberraciones ópticas", equívocos y errores construidos sobre fábulas apócrifas y falsas creencias, que fueron sedimentando, a lo largo de los siglos, capas y capas de leyenda. Y, sin embargo, estas "perspectivas depravadas" han sido profundamente fecundas para el arte contemporáneo, pues establecieron un diálogo entre el pasado y presente que, más allá del rigor arqueológico y la visión "objetiva" del historiador, se expresa como pura creación del espíritu.