Vista de la exposición. Foto: Joaquín Torres / Román Lores

Museo Reina Sofía. Santa Isabel, 52. Madrid. Comisarios: Manuel Borja-Villel, Carmen Fernández Aparicio y Belén Díaz de Rábago. Hasta el 17 de septiembre

Consagrado a la luz y a las formas, elegante, preciso, tenaz, Eusebio Sempere (Onil, 1923 - Alicante, 1985) protagoniza con esta retrospectiva un jalón más en la recuperación en el Museo Reina Sofía de lo que en los años sesenta se denominó aquí el "arte normativo", "objetivo" o "constructivo", nociones paraguas que acogieron a numerosos núcleos: Grupo Parpalló, Equipo 57, Equipo Córdoba, y con individualidades tan destacadas como Elena Asins, Oteiza e Isidoro Valcárcel Medina. La mayoría confluirían junto a conceptuales en los Encuentros de Pamplona de 1972, acontecimiento en el que se afirmaría con rotundidad la modernidad radical del arte en nuestro país.



La figura de Sempere, Príncipe de Asturias de las Artes en 1983, además, permite indagar en los puentes de internacionalización entonces del arte español. Residente en París más de una década, de 1949 a 1960, desde inicios de 1950 forma parte del grupo de artistas seleccionados en iniciativas gubernamentales, como la Primera y Segunda Bienal Hispanoamericana de arte en Madrid y en La Habana, 1951-1953. Una década más tarde, en 1960, participa en la Bienal de Venecia y al año siguiente, en la 6ª Bienal de São Paulo, coincidiendo con la modernización tecnocrática del franquismo. Todavía durante esa época sirve de puente con los teóricos y artistas del arte cinético: Michel Seuphor, Vasarely, Jesús Rafael Soto..., a quienes había conocido en el Salón des Réalités Nouvelles y en la galería Denise René, que sin embargo le excluyó de la decisiva exposición Le mouvement, con la que se consagró el arte cinético y participativo en Europa, quizás porque su obra seguía exigiendo al espectador una contemplación clásicamente frontal. Pero sí fue rescatado como cinético en la importante colectiva The Responsive Eye, celebrada en el MoMA neoyorquino en 1965, tras su estancia en Estados Unidos.



A pesar del maravilloso trabajo de Sempere, en esta exposición se ha preferido mostrar al público un artista aislado y nocturno

Fue profeta en su tierra. A finales de los años sesenta, participa en los "Seminarios de Análisis y Generación Automática de Formas Plásticas" del Centro de Cálculo de la Universidad de Madrid, entre otras experimentaciones. En los setenta, contribuye en el Museo de Escultura al Aire Libre de La Castellana de Madrid, participa en montajes comerciales como el escaparate en los almacenes Galerías Preciados y el escenario para el Primer Festival de la OTI emitido por TVE. Y va plantando esculturas en entidades corporativas y en Alicante hoy existe un "recorrido Sempere" partiendo del MACA, al que donó su colección particular. Esta exposición itinerará después como muestra inaugural de la nueva sede del IVAM en Alcoy, el próximo octubre, en una colaboración casi inédita del Museo Reina Sofía con otro museo español.



Si detallo toda su trayectoria, perfectamente analizada en el catálogo, es porque en esta exposición, antes que presentar un panorama completo, en su confección -subrayada por citas en sus muros-, se ha preferido mostrar al público un artista aislado y nocturno. Es una opción, pero induce a error. En mi visita, coincidiendo con espectadores extranjeros, pensé qué equivocados saldrían de este recorrido que cubre tres décadas con ciento setenta piezas: gouaches, relieves luminosos, pinturas sobre tabla, collages, móviles metálicos y esculturas. En todo caso, desequilibrado, en el que casi la mitad del espacio está dedicado a su primera década parisina, consumiendo la paciencia del visitante. A pesar del maravilloso trabajo de Sempere, siempre pulcro, aéreo, lúdico y riguroso, siempre luchando entre el lirismo y la estructura.



Sin título, 1955

Ya al comienzo, hay un error absurdo: se destaca el impacto en el joven Sempere de Mondrian y Kandinsky, sin mencionar la influencia de Klee, decisiva para su indesligable veta de intimismo lírico, y a quien prácticamente copia en sus primeras acuarelas en París, como es evidente para cualquier espectador mínimamente formado. Después, también se oculta la ostensible influencia de Jean Arp en su giro hacia formas ovales y orgánicas en sus cajas lumínicas. Y quedan completamente desdibujados los avances y éxitos en su trayectoria, ciertamente en buena parte dependientes de la política artística internacional del régimen y, en especial, el final: las últimas piezas mostradas son de 1981, aunque Sempere -a pesar de estar impedido en silla de ruedas los últimos años- trabaje hasta el final de su vida.



La pregunta sería: ¿por qué en este museo hay tal aversión en las exposiciones a los textos explicativos -opcionales para los visitantes-, siendo al tiempo un centro volcado en la didáctica del arte contemporáneo?; y también, ¿realmente es necesario mantener la coartada del relato del aislamiento (del perdedor, a contracorriente) para ofrecer una experiencia estética de hondo calado como la que aporta el trabajo de Sempere que, efectivamente, como pretendía, transmite en tantas obras "la sensación de serenidad y visión de lo eterno"? Véanse, para este argumento, entre otros, los "tejidos" y "membranas" de factura finísima de comienzos de los sesenta, la inolvidable escultura colgante Móvil, 1968, de metal cubierto con pan de oro, y los gouaches plateados dedicados a los místicos San Juan y Santa Teresa de mediados de los setenta.



Entre el sentimiento poético y la voluntad constructiva, finalmente lo que asombra en el conjunto de la obra de Sempere es su despliegue coherente, pero a la vez muy diverso en formatos, a partir de un compromiso cerrado y radical con la geometría y la luz.



@_rociodelavilla