Éclats, 2017
¿Qué queda después de la palabra? ¿Puede una exhalación ser espacio? ¿Habitar? Los relatos que construyen las salas de los museos, en este caso del CGAC de Santiago de Compostela, se enmarañan entre las piezas de Loreto Martínez Troncoso (Vigo, 1978) como ecos unas de otras, resonancias de lugares y tiempos. Vestigios de sí es una exposición disidente, ni retrospectiva ni individual, ni arte sonoro ni cinematográfico, ni terminada ni por comenzar.Dentro del ciclo planteado por el director Santiago Olmo dedicado a artistas gallegos de media carrera, Martínez Troncoso propone una dramaturgia subterránea, en sintonía con la planta -1 del museo, reformulando las convenciones de la muestra; omitiendo las cartelas y activando un protocolo de desaparición de obras a medida que transcurre el tiempo. Lo que vemos hoy no será necesariamente lo que permanecerá mañana. Un giro experimental que pone en jaque la tradición expositiva clásica y las dinámicas de la propia institución. Pura disidencia.
Una vez atravesamos la instalación lumínica de amarillos y azules de la artista Elena Narbuitaté, una coreografía de susurros y respiraciones se mezclan con nuestros pasos. Nos recibe Éclats (2017), vestigios de barro dispuestos sobre el suelo como si fueran los hallazgos de una excavación arqueológica. En una esquina reposa inadvertida Un montón de lágrimas (2014), restos de lágrimas solidificadas que recoge de una pieza anterior, una pared que llora que ya expuso en la galería PM8 de Vigo y que ahora traslada, tras un proceso de cristalización del suero fisiológico sobre el suelo de aquel espacio, a polvo sobre peana. Troncoso trabaja desde un pacto de mínimos, desmaterializando el objeto, reciclando los excedentes, incidiendo en los procesos; cómodamente asentada en el desasosiego del fluir constante.
Iniciándose en el Spoken Word, la palabra hablada que trajo a escena el arte conceptual de John Cage, La Monte Young o Walter de María, Troncoso se afina en monólogos, conferencias performativas e intervenciones textuales. Explora los códigos de la oralidad y da paso a una ocupación afectiva de los espacios, convirtiendo la poesía en escultura o performance. En Parlez-moi d'amour (2013) una pequeña radio susurra entre interferencias háblame de amor, y en el celebrado vídeo-poema La llamada (2013), un plano único de un puño recita en morse al golpear la pared: llamo a la última puerta con mi puño y el silencio me dirá que no hay nadie, ni siquiera el que estaba allí ayer.
Esta revisión crítica comisariada por Chus Martínez Domínguez es también arqueología de futuro, ya que en lugar de mostrar lo ya visto y oído explora por primera vez dos nuevos lenguajes. El primero es el cinematográfico, con tres piezas audiovisuales en 16mm producidas por el CGAC que vertebran espacialmente los ritmos de la exposición. Obras hipnóticas y afiladas, como […] en la que un hombre lame los ojos de la artista insistentemente declinando los códigos de la edad dorada de la vídeo-performance; o la deliciosa Floresta (2018), frondosa y táctil, experimental y metacinematográfica. Por otra parte, el 1 de junio presentará en primicia en estas salas Euphoria (del griego fuerza para soportar), una ópera producida junto a Ramón Souto que actuará como catalizador de los cambios que experimente la exposición. Martínez Troncoso propone otros modos de escritura en arte que reimaginan lo consensuado. Pequeñas revoluciones de lo doméstico.
@mariamarco_
A cielo abierto, 2014