Es imposible no caer en las redes de esta impostora. Hasta el espectador más desinteresado por la extimidad acaba leyendo, ávido, las imágenes con relatos de pérdidas, fracasos y resquemores que nos cuenta Sophie Calle (París, 1953). Puesto que, desde los noventa, en España cada diez años hemos visto una aproximación parcial a su trabajo, esta pequeña y sustanciosa retrospectiva comisariada por Christine Macel, quizás sea la única de nuestra década.
A partir de la colección del Centre Georges Pompidou de París y focalizada en seis escabrosos relatos autobiográficos, esta muestra, aunque basada en hechos reales, testifica el ensanche de la línea entre veracidad y ficción hasta un lejano horizonte. El carácter detectivesco, el registro acumulativo de las pruebas y el escrutinio obsesivo por los detalles más nimios van convirtiendo cada confesión en un cuento literario. Se trata de recordar y también de olvidar. Para Sophie Calle el arte es catártico. Y esta exposición ofrece variadas estrategias para superar los duelos. Es así como lo personal se convierte en radiografía e insurrección del sujeto femenino.
En el marco del giro semiótico del arte conceptual, entre las artistas que desde finales de los setenta exploran posibilidades del arte como metarrelato de otras narraciones biográficas, del cine o de los medios -como Louise Bourgeois, Cindy Sherman o Barbara Kruger, por poner algunos ejemplos- ninguna otra producción es tan puramente literaria como la de Calle. A menudo, sus textos remiten a otros textos: cartas, anotaciones, telegramas, tarjetas, conversaciones telefónicas, rótulos y un sinfín de pruebas escritas.
Esta muestra, aunque basada en hechos reales, testifica el ensanche de la línea entre veracidad y ficción
La artista absorbe una propia y nutrida tradición francesa, que va desde la primera novela ilustrada con fotografías, la Nadja del surrealista André Breton, como bien señala Christine Macel; pasando por el letrismo, no menos deambulante. Hasta las descripciones de nimiedades de Georges Perec y la disección psicológica y la subconversación en Nathalie Sarraute, pionera del objetalismo del nouveau roman, mientras emergía la deconstrucción entre los posestructuralistas.
Con estos palimsestos literarios se articulan fotografías y vídeos, que Calle registra, inventa o reconstruye para asimilar el duelo, y a menudo años después, cuando el dolor ya ha pasado.
De lo inmediato a lo postergado, los procesos de trabajo de Calle propician las presentaciones temáticas y no cronológicas de sus retrospectivas, como se ha hecho aquí, proponiendo esta lectura autobiográfica, que comienza con la tortuosa relación con su exmarido Greg Shepard, un desconocido entre los transeúntes, que perseguía al comienzo de su trayectoria y al que terminó convenciendo para casarse en Las Vegas. Las dos versiones: una en fotografía y texto, y la otra en vídeo, dan cuenta de la distancia insalvable entre los hechos y la narración.
En Le Mari (El Marido), 1995, Sophie Calle llega a construir una mise en scène con su familia ante el ayuntamiento de una boda que nunca llegó a celebrarse. También con otra fotografía en gran formato, sosteniendo tras Greg su pene, nos cuenta sus fantasías eróticas viriles. Sin embargo, en la película No Sex Last Night, una road movie atravesando como Kerouac Estados Unidos, en la que ambos se graban y se fotografían, las subconversaciones introducidas en el montaje nos fijan a la butaca frente a la proyección del metraje precario. Nos sonrojan con pudor por el descaro ante la capacidad de manipulación en tiempo real de la artista, que después de un tenso y aburrido viaje de silencios y monosílabos, termina casándose en Las Vegas y teniendo sexo, para después separarse (en una inversión completa de la de Abramovic y Ulay). Con ello destapa el tabú del deseo de casarse vestida de novia de las mujeres ya supuestamente emancipadas tras la revolución feminista de los setenta, a la que Calle contribuyó a favor del aborto dentro del MLAC, Movimiento por la libertad del aborto y la contracepción, mientras estudiaba sociología.
En cambio, le hicieron falta años para asimilar el abandono de un amante anterior, amigo de su padre. Douleur Exquise (Dolor exquisito), 1984-2003, describe cómo se va atenuando el duelo con el paso del tiempo. La misma fotografía del teléfono sobre la cama del hotel donde recibió el mensaje funesto se repite en la serie, con textos del relato cada vez más resumidos, a través del registro entre algunos momentos de aquel trimestre. Porque llega un día que ni siquiera una misma quiere escucharlo. Es una lástima que no se encuentre aquí el pendant de esta pieza, Prenez soin de vous (Cuídate), mostrada en la Bienal de Venecia de 2007, donde pidió a 107 mujeres que interpretaran un correo electrónico de ruptura que le habían enviado. Siguiendo literalmente el consejo de cuidarse: ser cuidada, el proyecto sororo reemplazó al hombre. También en aquella Bienal mostró una cinta con la agonía de la muerte de su madre, de quien había grabado sin cesar sus últimos días, y que procesó tiempo después.
La obra más reciente mostrada en esta exposición presenta otro duelo, el de su gato Souris (Ratón), con el que convivió dieciocho años. Un video doméstico con fragmentos de esa convivencia, donde se ve jugar a Souris con otro gato disecado de la colección de Calle mientras la artista afirma que consentía al gato más que a un marido. Antecede a la instalación de una cursi sala toda rosa, donde escuchar el disco con 36 canciones desde Bono a Laurie Anderson, también accesible en youtube y spotify. Porque a Sophie Calle le sigue molestando que la sociedad no admita que hablemos de nuestros traumas, del duelo de esos otros seres que nos importan.