Se ha estudiado y escrito mucho sobre algunos aspectos de la pintura de Sorolla como el mar y la luz. Sin embargo, hay una tercera característica que, a pesar de estar presente en su trayectoria, no se ha investigado en profundidad. Se trata de la infancia, esa etapa de la vida en la que la alegría y la inocencia deberían ser el estado habitual. En su época le calificaron como un gran retratista de niños y fueron muchas las familias acaudaladas las que le encargaron que retratase a los más pequeños de la casa. La exposición La edad dichosa. La infancia en la pintura de Sorolla busca cubrir ese vacío con 44 obras procedentes de los fondos del Museo Sorolla y de otras colecciones particulares.
Las conservadoras del museo Covadonga Pitarch y Sonia Martínez han estado enfrascadas en una investigación que las ha mantenido ocupadas cerca de dos años. Fruto de ese estudio surge esta muestra que se divide en tres secciones que nos sumergen en distintas experiencias de la infancia en la sociedad española de entresiglos. Si bien hay 44 pinturas, Sonia Martínez asegura que podrían haber sido muchas más.
Entorno familiar
La muestra arranca con escenas familiares protagonizadas por sus tres hijos -Joaquín, Elena y María- y su mujer -Clotilde García del Castillo-. Sorolla fue una persona extremadamente familiar, quizá debido a su condición de huérfano desde los dos años. Su entorno más cercano se convirtió en fuente de inspiración a lo largo de toda su trayectoria como vemos en obras como Madre, una pintura en la que Clotilde se encuentra acostada junto a su hija Elena en una gran cama blanca (color que, por cierto, manejaba con maestría), o El primer hijo, lienzo en el que la vemos junto a su hija María.
Retratar a su familia le dotaba de una libertad creativa que hizo que Sorolla realizara algunos de sus mejores retratos infantiles. El reconocimiento que el artista adquirió propició que otras familias quisieran tener su propio recuerdo familiar, sinónimo, también, “de estatus”. Así, en esta primera sección no solo nos encontramos con el núcleo familiar de Sorolla sino que nos topamos con un álbum de retratos encargados por familias burguesas y aristócratas. En estos casos, Sorolla se adapta a los requerimientos de los encargos sin dejar de lado los rasgos infantiles y un naturalismo que le otorgó la condición de la que disfrutó. Pitarch considera que fue con cuadros protagonizados por niños “con los que consiguió los mayores reconocimientos y los mayores éxitos comerciales”.
La importancia del juego
Sorolla refleja el nuevo concepto de maternidad que se impone a lo largo del siglo XIX, el de la madre devota que cría a sus hijos. En aquella época también se popularizó una nueva corriente pedagógica que advertía de la necesidad del juego en el crecimiento de los niños y en la formación de los mismos como adultos del futuro. También que los niños debían de ser exactamente eso, niños. De modo que la segunda sección, titulada El mundo de los niños, muestra a los pequeños de la casa recibiendo sus lecciones sentados en su pupitre pero también disfrutando de momentos divertidos jugando con barquitos o muñecas.
También hay obras en las que los niños se nos presentan en uno de los ambientes que más gustaban a Sorolla: el agua. Los lienzos protagonizados por niños sanos, felices y disfrutando del mar, además de ser una explosión de vida que contagia al visitante, fueron los que más popularidad gozaron. La hora del baño, con las telas blancas en las que rebota una luz que brilla en las olas, es uno de los ejemplos más característicos. Según Pitarch, todos esos niños que disfrutan y descansan en la arena “celebran los años efímeros de la infancia, un tiempo que nunca volverá”.
La cara menos amable de la infancia
Si bien es cierto que la infancia debería de ser una etapa alegre e inocente de la vida no siempre resulta así. De hecho, esta exposición cierra con una sección que se convierte en el reflejo de los niños de las clases más populares y desfavorecidas. Los juegos, las alegrías y el brillo de los cielos azules dan paso ahora a otro tipo de infancia. Una infancia en el seno de familias humildes cuyos niños deben trabajar para contribuir al sustento familiar.
Sorolla no es ajeno a estas otras realidades pero su aproximación a ellas no persigue la crítica social. Se trata de una muestra de cómo esos otros niños realizan tareas adultas y los vemos descansando tras una jornada en el campo o cargando pesadas cestas llenas de pescado. Aquí también emplea el recurso del mar como representación de la enfermedad, motivo que alcanza su máxima expresión en ¡Triste herencia!. El agua clara y el cielo soleado dan paso aquí un agua oscura y amenazante.
"Sorolla solo pinta lo que ve", precisan las comisarias. De modo que si bien la maternidad hasta este punto de la exposición era motivo de alegría, ahora se convierte en un reverso cruel que también da cuenta de la mortalidad infantil de la época. Un ejemplo es Cabeza de niña en el lecho, obra que se expone por primera vez y que recientemente se ha descubierto que está protagonizada por la hija fallecida del pintor Juan Peyró Urrea. "Claramente -concluye Martínez- había que explorar también esa vía".