Se presenta como la primera retrospectiva dedicada en España al artista, diseñador y pedagogo Bruno Munari (Milán, 1907-1998), y también la más completa fuera de Italia hasta la fecha. Al margen de estas medallas que cada retrospectiva arrastra, lo cierto es que el despliegue que la Fundación March acoge no es apto para visitas exprés, y eso se agradece.
El recorrido arranca con un apartado cero, ‘Ser en el tiempo’, que baja a Munari a la tierra, a sus orígenes y sus influencias. Es siempre importante no aislar al creador, asumir que, y eso lo ha hecho de manera soberbia Juan José Lahuerta con Gaudí, cada uno es hijo de su tiempo, y Munari, formado en la década de los 20 en Milán, tuvo a futuristas y surrealistas como guías para un proyecto que terminó por convertirse en propio, en suyo. En ese arranque se incluyen una serie de pinturas iniciáticas que nos muestran su interés por el arte del momento, el posterior a la I Guerra Mundial, pero que dejaba ya claro que su intención era la de testarlo todo, y no conformarse jamás.
Y ahí comienzan a aparecer ya sus célebres “máquinas inútiles”, dispositivos móviles, liberados de toda funcionalidad a los que sin embargo él otorgaría la capacidad de “producir bienes espirituales”. Esa será una de sus grandes aportaciones, el hecho de verbalizar de manera didáctica la necesidad del arte como herramienta para mejorar la vida. Y de ese empeño, pero también de una cierta ironía surrealista que jamás lo abandonará, surgirán las esculturas de viaje, piezas de origami pensadas para viajar en la maleta, junto con la cuchilla de afeitar y la ropa interior, y destinadas a personalizar los cuartos de hotel de esos viajeros cuya vida se desarrolla habitualmente en estos espacios impersonales.
Munari mantuvo siempre el objetivo de enseñar a vivir mejor, a simplificar y crear entornos versátiles sin limitaciones
Munari mantuvo siempre el objetivo de enseñar a vivir mejor, a simplificar y a hacer entender la importancia de crear entornos versátiles, cuyas funciones no naciesen delimitadas. En una entrevista que Manuel del Arco le hizo en 1969, con toda probabilidad a raíz de la aparición de la edición española de El arte como oficio, Munari describía así su casa: “Es pequeña, simple, porque quiero perder poco tiempo para tenerla en orden. No tengo problema de lujo, dignidad o prestigio exterior (…). Una pequeña terraza. No hay habitaciones definidas; la mesa de comer puede situarse en cualquier lugar. Los muebles tienen función de contenido, sin preocupación estética. Su forma es como una caja de cerillas, pero mucho mayor. Según como se juntan, o componen, forman el mobiliario (…). Le invito”. A la pregunta ¿qué crea usted útil para mí?, respondía: “Si yo fuera un artista diría, en seguida, todo, pero como no lo soy le pregunto, ¿qué es lo que usted necesita?”.
La muestra va tocando sus períodos, la adaptación al avance de los medios de reproducción técnica que reflejan sus xerografías originales, los encargos de marcas comerciales para las que el trabajo con Munari supuso abrir esas puertas del arte-diseño de límites difusos. Se presenta también su ingente labor editorial, tanto como diseñador de colecciones o revistas como de autor de libros que se han convertido ya en clásicos de la pedagogía del arte. Mobiliario, juguetes, objetos inútiles o algunas de sus proyecciones directas, una colección de collages realizados con materiales translúcidos para marcos de diapositivas. Sobre ellas dirá Munari que agrandar la imagen de minúsculos objetos de desecho da lugar a panoramas y escenarios inesperados y fantásticos. Descubro maravillado un conjunto de retales con manchas de aceite –óleo sobre lienzo– que arrancan una sonrisa; o las escrituras ilegibles de pueblos desconocidos, unos trabajos que presentó en 1975 en la Galería Cadaqués.
Recordaba Marco Meneguzzo, comisario invitado, durante la visita inaugural de esta muestra que, en sus años de facultad había oído en diversas ocasiones que Munari era demasiado diseñador para ser artista y demasiado artista para ser diseñador. En el prólogo a la edición española de El arte como oficio, Juan Eduardo Cirlot dirá lo siguiente: “A veces, los artistas de vanguardia tardan en obtener un pleno reconocimiento. Dicho de otro modo, es necesario que pase bastante tiempo hasta que la bruma despertada por lo que parecen sus ‘rarezas’ y ‘lucubraciones’ (...) se desvanezca”.
Pienso en figuras como Ángel Ferrant o Luis Seoane, artistas en tierra de nadie, intelectuales con una dimensión tan amplia que, aun siendo hijos de su tiempo, se esforzaron en superarlo, acusando como consecuencia altas cotas de incomprensión. Las más de 300 piezas que integran esta muestra de Bruno Munari y su extenso catálogo, permiten acceder de un modo amplio a la dimensión de este intelectual. Se trata de una exposición para ver poco a poco, volviendo cada cierto tiempo y dedicando cada visita a un pequeño conjunto de sus ingenios.