Difícil reducir o definir a Maxim Ósipov (Moscú, 1963) con una sola caracterización o etiqueta. Médico, cardiólogo con años de compromiso a favor de la salud pública, es también en su país un aclamado novelista, ensayista, cuentista y dramaturgo. Son diez los relatos que componen esta colección de Piedra, papel, tijera, y no nueve, por mucho que el primero de ellos, “Sventa”, crónica de un viaje, se presente a modo de prólogo.
De hecho es uno de los textos más bellos y sugerentes del conjunto, con esa delicada y honda estampa autobiográfica del narrador y su traductor en una visita a Lituania con motivo de la presentación de uno de sus libros en Vilnius. Muy acertada la crítica internacional al señalar que el valor de este autor reside en entregarnos, de fondo, un diagnóstico preciso de la vida rusa tras la caída de la URSS, esa vida postsoviética donde la corrupción generalizada y la perplejidad ante un nuevo e incomprensible mundo lo fueron invadiendo todo.
“Sventa” supone un impactante y bello ingreso en el narrar de Ósipov: la expectación de una multitud en un pequeño aeropuerto ruso por la llegada de la llama sagrada en vísperas del Sábado Santo ortodoxo, un viaje a Lituania que se va a transformando, en realidad, en regreso a lugares queridos de antiguas vacaciones, amistades, recuerdos familiares, la demolición de la vieja casa…
La seriedad (de la vida y de la terrible y criminal Historia reciente) y el humor conviven en el interior de estos relatos, donde también se agradece el punteo e intercalado de versos, dichos, canciones populares, referencias a grandes autores como Tolstoi, Pushkin, Lérmontov, Platonov, Mandelshtam, Dostoievski, Ajmátova… Ósipov es un excelente observador, con una percepción afinada de los lugares y las existencias cotidianas concretas. Seduce por la autenticidad de su búsqueda literaria, de su pensar-narrar-evocar.
"Ósipov es un excelente observador, con una percepción afinada de los lugares y las existencias cotidianas"
Relatos como el que da título al conjunto nos hablan de micromundos de la Rusia central, donde, terminada la URSS, se perpetuaron sin embargo los mecanismos y tics del poder. Así Ksenia, a sus 57 años, dueña de varios establecimientos (tabernas, talleres…) y jefa de la asamblea local, maneja los hilos de su pequeño territorio y los destinos de desdichados como el pobre maestro de “Lengua y Literatura”. La corrupción generalizada no es sólo asunto de la capital o capitales, también se extiende a estos parajes perdidos donde la falta de salidas es común y los jueces y políticos locales resultan fácilmente sobornables y manejables.
Ósipov construye y traba muchos de sus relatos a partir de los diálogos de sus personajes, pues en el interior del habla se encuentra también el secreto de sus grandezas y miserias. Saber atender a la palabra y al hilo de la conciencia (previa complicidad del lector en algunos de los textos) hace grandes a personajes como la silenciosa y radical Roxana.
En el torrente de lo cotidiano (como en “Un hombre del Renacimiento”) quedan retratados también los nuevo-ricos rusos y su deseo de poseer o aparentar, además, un barniz de cultura. Hay textos tan excelentes como “Cual ola de mar”, donde un fragmento de la vida de un sacerdote-geólogo (el padre Serguéi) y su esposa, y el encuentro con un escritor una noche de hospital, acaba componiendo una hermosa y terrible estampa chejoviana de la fragilidad humana.
La caída de la URSS y sus heridas late en todo el libro pero queda representada especialmente en el maestro de teatro de “Fantasía” o en la pareja de “Cape Cod” y su devenir a lo largo de las décadas. De gran belleza la historia berlinesa de Liza en “En el Spree”, con el desvelamiento de inesperados secretos familiares, o la compasión que despliega el escritor-médico Ósipov ante la actriz aquejada de Alzheimer de “Buena gente”.