Cuando los visionarios modernos, desde Julio Verne a H. G. Wells, esbozaron nuestro futuro, consideraron de forma unánime que la velocidad sería uno de sus logros. Velocidad que haría posible recorrer el globo y viajar a la Luna. Acertaron sólo a medias: efectivamente, el futuro ha sido cada vez más veloz, pero no tanto en los desplazamientos como en las comunicaciones.
Lo que ni siquiera estos futurólogos pudieron concebir es que ahora podamos comunicarnos y recibir información al instante, desde cualquier lugar y con un aparato que cabe en el bolsillo. Y esto, además, ha trasformado nuestro mundo en todos los ámbitos. Por eso, una colección de las tecnologías de la comunicación como la de la Telefónica, traza de forma reveladora nuestra historia reciente.
Conexiones relaciona la mencionada colección de tecnología con los excelentes fondos de pintura, escultura y fotografía que atesora la entidad. Confieso que fui a verla con desazón, porque la idea de mezclar fondos propios tan heterogéneos me parecía un tanto forzada. Pero lo cierto es que esta es una exposición más que interesante, y tanto por lo que cuenta como por lo que calla.
En todo caso es importante señalar que las “conexiones” entre piezas de tecnología y obras de arte son casi siempre verosímiles. Y un comentario previo más: ante estos artefactos presentados en un contexto artístico, la mirada del espectador se torna inevitablemente estética. Lo que quiero decir es que después de un siglo en que hemos visto convertidos en obra de arte urinarios y latas de sopa, somos proclives a ver como escultura aparatos como ese cubo de casi dos metros de lado, hecho de cables, cristal y pizarra que era en realidad un Transmisor de Onda Corta, en servicio en Aranjuez entre 1926 y 1968.
La exposición, con un montaje acertado, que define y conecta los apartados, se divide en seis bloques. El primero es ‘La ciudad moderna’. El tren, la electricidad y los hilos del telégrafo eran sinónimos de esa modernidad. Los encontramos no solo en los reportajes que en la década de 1920 encargó la propia Telefónica, sino en bodegones cubistas de Juan Gris o en las fotos nocturnas del Buenos Aires de Horacio Coppola.
Por su parte, las de Thomas Ruff o Jeff Wall, evocan una velocidad estrictamente contemporánea. Especialmente acertada es la combinación de una escultura Eduardo Chillida titulada Downtown, las fotos del Alfonso de la construcción de la Gran Vía y las de Aitor Ortiz de una, digamos, arquitectura abstracta.
El segundo apartado, ‘Comunicar con lo invisible’ alude a lo que entonces se llamó “telegrafía sin hilos”: la transmisión por ondas electromagnéticas, es decir, la radio. Encontramos desde válvulas, bobinas y antenas idóneas para crear objetos surrealistas a una hipnótica proyección de Timo Arnall titulada Internet Machine. También fotografías de la serie Campos de batalla de Bleda y Rosa.
‘Conectar continentes’ es el tercer apartado y uno de los más redondos. Paralelamente a la primera conversación telefónica intercontinental, entre Alfonso XIII y el Presidente de Estados Unidos Calvin Coolidge, en 1928, se establecía un flujo creciente de intercambios artísticos: los cuadros de Rafael Barradas, Xul Solar o Vicente Do Rego Monteiro son prueba de ello.
El apartado cuarto, 'Códigos y signos', alude al arte como lenguaje. Teleimpresores y teléfonos de datos se acompañan de cruces de Tàpies, estrellas ensangrentadas de Marina Abramovic y alfabetos de Elena Asins.
Por su parte ‘Incomunicación y averías’ presenta una involuntaria pieza de arte documental, compuesta de pequeñas fotos de averías y los instrumentos para su detección. También una de las esculturas mudas de Juan Muñoz y fotos que evocan problemas de comunicación de Joan Fontcuberta, Chema Madoz y Manuel Vilariño.
Por último ‘Comunicar con la voz y con el gesto’ refleja la dimensión más humana de todo el recorrido: El Manual de la telefonista (1952), los retratos de las operarias, una serie de fotos de Alfonso que hoy llamaríamos conceptuales, de las fases del proceso de marcación y las gesticulantes de Jorge Molder y Helena Almeida.
Quedó atrás un cabo suelto: este despliegue de optimismo tecnológico no deja siquiera entrever sus sombras. Y no me refiero a la piratería informática ni a las fake news, sino al control de nuestras vidas, la intromisión invisible en la privacidad o la adicción a los dispositivos que se derivan de los últimos (ya de hace tres décadas) avances en la comunicación.
Justo es decir que en Conexiones sólo roza la conectividad contemporánea. Quizá se ha detenido deliberadamente ahí, antes de llegar a un estadio de la comunicación en que los sueños de Verne y de Wells se tornan pesadillas.