Esta retrospectiva de la alemana Ilse Bing (Frankfurt, 1899 - Manhattan, 1998) se suma al goteo de exposiciones en nuestro país sobre fotógrafas que irrumpieron en las décadas de los años veinte y treinta del siglo XX. ¿Una fotógrafa más? Todavía nos quedan muchas por descubrir.
El pasado año, en el Metropolitan se incluía a Bing en la colectiva La nueva mujer detrás de la cámara, junto a Berenice Abbott, Lola Álvarez Bravo, Florestine Perrault Collins, Imogen Cunningham, Madame D’Ora, Florence Henri, Elizaveta Ignatovich, Consuelo Kanaga, Germaine Krull, Dorothea Lange, Dora Maar, Tina Modotti, Niu Weiyu, Tsuneko Sasamoto, Gerda Taro y Homai Vyarawalla.
A caballo entre las dos guerras mundiales y la sucesiva promulgación del sufragio femenino en la mayoría de países de Occidente, las mujeres hallaron en la fotografía un medio artístico novedoso, no tan lastrado por la tradición, en el que expresarse. Como sus antecesoras las pintoras, se autorretrataron.
Es en el abordaje temático de la exposición donde se hace más evidente la originalidad de la fotógrafa
Pero aquellas imágenes no solo fueron como antaño demostrativas de su capacidad artística. A menudo, cada autorretrato funciona a modo de manifiesto sobre la construcción de la imagen fotográfica, como en el icónico doble retrato de Bing, captado entre dos espejos.
Autodidacta, sería apodada “la reina de la Leica”, una innovadora y pequeña cámara de 35 mm que adquirió en 1929, tras estudiar primero Físicas y Matemáticas y después Historia del Arte. Aquel año, comenzó a realizar fotografías para las nuevas revistas ilustradas ávidas de originalidad vanguardista y que a partir de entonces le servirían de sustento.
Tras visitar una exposición de Florence Henri, decidió ir a París en 1930. Allí, Henri la pondría en contacto con Germaine Krull, Man Ray, André Kertész y Emmanuel Sougez, influidos por el surrealismo y con quienes expondría en la galería de La Pléiade entre 1931 y 1933.
Luego, en 1936 sería incluida junto a Brassaï y Cartier-Bresson en la primera exposición de fotografía en el Museo del Louvre y al año siguiente, en la primera gran retrospectiva en el MoMA, Fotografía 1839-1937.
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Una década prodigiosa que terminaría en seis semanas en un campo de concentración en Gurs, cerca de los Pirineos, donde conoció a Hannah Arendt, y después en su exilio a Estados Unidos, gracias a su editora en Harper’s Bazaar.
Quizás su autodidactismo inicial fue decisivo para asumir riesgos que otros no se permitirían
Aunque Bing volvería a París en varias ocasiones, tras la guerra, la vida y el clima cultural ya no serían los mismos, como atestiguan la irónica melancolía en la fotografía de una maleta de venta callejera con todos los souvenirs de París (Todo París en una caja, 1952) –que inevitablemente evoca un comentario sobre la valise de Duchamp–, y la frialdad de sus imágenes en Nueva York.
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En la exposición comisariada por Juan Vicente Aliaga, con casi doscientas fotos, aunque se esboza un cierto recorrido cronológico, es en el abordaje temático donde se hace más evidente la originalidad de la fotógrafa, en cuyo trabajo conviven la Nueva Visión proclamada por Moholy-Nagy junto a la estética surrealista, aglutinadora de viejas afinidades vanguardistas por la noche, la transmutación de objetos cotidianos, la basura como belleza convulsa y el protagonismo de los marginados.
Ilse Bing casi siempre mira hacia abajo, o con una visión oblicua, incluyendo aquello que habitualmente desapercibimos en el campo visual. Quizás su autodidactismo inicial fue decisivo para asumir riesgos que otros no se permitirían: para no desechar imágenes fragmentarias y movidas de los cuerpos en ballets y artefactos mecánicos, incluir turistas y viandantes entre la estructura de hierro de la Torre Eiffel (a diferencia de Moholy-Nagy y Germaine Krull), reflejar edificios en los charcos o utilizar el proceso de solarización –que aseguraba haber descubierto por su cuenta– para desplazar a una dimensión onírica y de extrañeza vistas de calles y objetos.
Es una lástima que Bing perdiera muchas de sus fotos con el exilio. Y prueba de su creatividad que desde 1960 se dedicara a crear collages y escribir poesía.