'Final Fantasy VII', salvar el planeta a cualquier precio
El remake del icónico juego vuelve, actualizado, a la trama que lo cambió todo para el rol japonés en Occidente. El trasfondo ecologista es más relevante que nunca, pero acarrea excesos que enturbian el resultado final
6 mayo, 2020 08:56Final Fantasy VII salió en 1997 para la primera PlayStation, y su desmedida ambición, así como la gigantesca inversión –para la época– que Squaresoft realizó, tanto en superordenadores Onyx como en publicidad, lo catapultaron a los anales de la historia del medio. Fue el primer juego dela saga en utilizar personajes en tres dimensiones en un momento en el que la industria entera atravesaba una auténtica revolución, donde su aspiración narrativa se vio traducida en mundos cada vez más expansivos, con temáticas relevantes y personajes profundos. El título marcó a toda una generación, y consiguió abrir Europa y Estados Unidos al rol japonés, con su particular vocación por despertar una respuesta emocional en el jugador, haciendo de la franquicia un nombre reconocible a nivel mundial. El remake se anunció en el ya lejano 2015, y después de un proceso largo y lleno de complicaciones, nos ha llegado el primer episodio de la historia. ¿Hay alguna motivación artística para volver la mirada atrás o es todo parte del zeigeist cultural que apuesta por la explotación cínica de la nostalgia en los millennials?
Midgar, ciudad de progreso
En la urbe post industrial de Midgar la población se divide en dos capas superpuestas según su clase social, pero todos rinden culto al Mako, el combustible procesado a partir de la energía vital del planeta por la megacorporación Shinra. Cloud Strife es un antiguo soldado de la compañía que ofrece sus servicios de mercenario a un grupo ecoterrorista radical dispuesto a volar por los aires los reactores que abastecen ala gran ciudad. Después de que una operación salga mal, conoce a Aerith, una florista a la que Shinra sigue la pista por su conexión mística con el planeta. Cloud advierte los planes destructivos de los ejecutivos de la compañía, mientras Sephiroth, una misteriosa figura de su pasado militar, le acecha con crípticos mensajes en sus alucinaciones que apuntan a fuerzas incluso más funestas que conspiran para avanzar su pulsión de dominio.
Lo primero que hay que señalar es que Final Fantasy VII Remake tan solo cubre el primer acto de la trama original. Después de ocho horas el juego del 97 salía de la ciudad y se abría al mundo, permitiendo a los jugadores explorar el planeta entero. Era un momento mágico que a muchos les reveló el potencial expansivo de los videojuegos. En esta versión, Square Enix ha decidido terminar en ese punto, quizá para no tener que acometer la titánica labor de recrear el mundo abierto, y para justificarlo ha decidido ampliar y profundizarlos acontecimientos de Midgar hasta llegar a una duración que supera las treinta horas. El problema más evidente es que el ritmo se resiente, y mucho, tanto en lo narrativo como en lo jugable. La sensación de que todo ha sido alargado de manera artificial resulta inevitable, y aunque para los que vuelven a Midgar veintitrés años después –pudiendo ver con sus propios ojos escenarios que en muchos casos tenían que imaginar ante las limitaciones de la tecnología de entonces– pueda ser una experiencia transformadora, para los neófitos sin duda debe de ser la gran nota discordante. El juego está constreñido por los grilletes de su pasado, y es muy consciente de eso, hasta el punto que introduce en la narrativa la propia manifestación física del dilema, con unas revelaciones en el clímax que seguro van a causar discusión hasta el lanzamiento del próximo capítulo, todos los años que eso implique.
Experiencia Bipolar
A pesar del complicado desarrollo y de la trama reducida, Square Enix no ha reparado en gastos. Los millones exudan de la pantalla, con unos gráficos apabullantes en las secuencias más espectaculares y un sistema de batalla que ha sido capaz de actualizar el arcaico sistema por turnos, aunando la acción visceral en tiempo real con una pausa táctica imprescindible para elaborar las estrategias. Pero por una de cal, el Remake da otra de arena. Las texturas en ocasiones tardan en cargar, el contenido de las misiones secundarias es relleno que no aporta nada, el diseño de niveles es muy pobre en muchos casos, con pasillos interminables que recuerdan a lo peor de la malhadada decimotercera entrega (parte del equipo es el mismo) y una sensación general de claustrofobia que aboca al juego a una linealidad poco estimulante para un juego de rol. Pero quizá el mayor ofensor es el diálogo, muy influido por las formas del anime, sobre todo por su predilección por llenar el aire muerto con sonidos de expresión y sus personajes exagerados. El juego incurre en representaciones problemáticas, sobre todo con Barret, un hombre negro musculoso y gritón tan impulsivo que su liderazgo no resulta verosímil; pero al mismo tiempo, consigue una secuencia genial donde Cloud debe travestirse en un cabaret con un alegato postmoderno sobre la fluidez de género. Como apuntaba, una de cal y otra de arena.
Final Fantasy VII Remake está lejos de emular el impacto que causó el original, pero ya solo los avances tecnológicos acaecidos desde entonces podían justificar una revisión del buque insignia. Además, respecto a lo que puedan deparar los episodios futuros, el estudio ha optado por ser valiente, aunque incurriendo en las complicaciones artificiales tan propias de Tetsuya Nomura, un creador con un sello inconfundible, pero sin mesura, muy propenso a los excesos en momentos puntuales. Es un juego irregular. Lo que hace bien, lo hace muy bien; pero luego tiene una larga ristra de muescas que acaban de hacer mella en la obra final. El diseño de personajes, con peinados imposibles y atributos exagerados que los hacían distinguibles con aquellos polígonos primitivos, revela sus orígenes.Pero en otros muchos aspectos era un juego adelantado a su época, poniendo sobre la mesa la causa ecologista, un conflicto moral repleto de matices y una trama romántica que anticipaba la conexión emocional que el medio estaba determinado a explorar. Este Remake es una reflexión sobre su propia evolución, y sobre los cambios culturales acaecidos desde entonces, así como las diferencias entre Japón y Occidente. Con sus luces y sus sombras. Complicado, como todas las obras relevantes.