'High on Life', pistolas contra el narco galáctico del creador de 'Rick y Morty'
Este juego condensa el humor cáustico de Justin Roiland y lo destila en un universo de peligrosos cárteles alienígenas y armas parlantes en una mezcolanza tan colorida como arriesgada
16 enero, 2023 02:14El mundo de los videojuegos lleva ya décadas atrayendo a talentos creativos muy reconocidos. El caso de Steven Spielberg es uno de los más documentados.
El cineasta supo apreciar el potencial del medio ya desde sus orígenes (escribió el prólogo del esquivo libro de Martin Amis dedicado a Space Invaders y su estrecha relación con George Lucas alumbró la aventura gráfica The Dig (1995) a partir de una idea descartada para su antología televisiva, Cuentos Asombrosos, por razones presupuestarias.
El diálogo corrió a cargo de Orson Scott Card y acabó siendo uno de los títulos más reconocibles de la ya extinta LucasArts, desechando el humor prevalente del sello en favor de una introspectiva meditación sobre el lugar del hombre en el universo.
Después de estrenar Salvar al Soldado Ryan (1997) y de crear Dreamworks, apuntaló el desarrollo de Medal of Honor, un shooter que sumergía a los jugadores en un desembarco de Normandía que evocaba la intensidad de su magistral secuencia inicial.
Llegó incluso a diseñar su propio juego de puzles para la Wii y a dirigir la espectacular Ready Player One (2018), que captura la sinceridad de su apasionado idilio con los videojuegos.
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Tom Clancy, Clive Barker, Spike Lee, Terry Pratchett, Guillermo del Toro y, de manera más reciente, George R.R. Martin se las han ingeniado para fecundar los videojuegos en los que estuvieron involucrados con su particular estilo.
En una industria tan colaborativa e interdisciplinar y donde las tensiones sindicales están a flor de piel, la teoría de autor encuentra notables resistencias. Por un lado, por parte de los desarrolladores anónimos, cuyas aportaciones no son tenidas en cuenta; por otro, por las grandes empresas editoras que aborrecen de cualquier tipo de contrapeso.
A pesar de todo, no se puede explicar High on Life sin Justin Roiland. No solo como fundador del estudio responsable, Squanch Games, sino por la prevalencia de su voz, tanto figurativa como literal.
La realidad cotidiana de los suburbios se ve alterada cuando en un fin de semana que tus padres te han dejado la casa entera para ti y tu hermana, una nave espacial aparca en la calle y empieza una razia alienígena sobre los clónicos unifamiliares.
En medio del caos, una pequeña pistola azul con boca y ojos reclama tu atención y te da las instrucciones necesarias para conectar un cachivache al microondas que arranca la casa entera del espacio- tiempo y la deposita en medio de una metrópolis espacial.
Fuera de peligro, Kenny – así se llama la pistola– te pone al día. El temible cártel G3 ha invadido la Tierra para usar a la población como materia prima de su galáctico imperio de las drogas. Así que ni corto ni perezoso, te enfundas en un traje de cazarrecompensas y te lanzas a cortar los tentáculos que el cártel ha extendido por toda la galaxia.
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Las grandes estrellas son los gatlians, las criaturas con forma de pistola que llevan sobre sus hombros el peso de la trama. Es una idea arriesgada, pero genial en su propósito de convertir las mecánicas de interacción en personajes de pleno derecho. No solo naturaliza el proceso de tutorialización, sino que comenta cada escenario y desarrollo de la trama con inefable vis cómica.
Kenny, interpretado por el propio Justin Roiland, es tan nervioso como neurótico y aunque al principio puede hacerse un poco cargante, una vez entran en escena sus congéneres y confiesa las razones de su mala conciencia, el diálogo queda más equilibrado. Lo mismo sucede con el juego en su conjunto.
Las primeras misiones son bastante parcas, pero una vez desbloqueadas varias mejoras, el control se vuelve mucho más ágil, lo que permite exprimir al máximo unos escenarios grandes que claman por ser explorados.
Ráfagas inclementes
High on Life es un shooter competente en lo mecánico, pero con una enorme personalidad en lo formal. La poca variedad de enemigos o su excesivo número en ciertas emboscadas desluce el resultado final y hace estragos en el ritmo. Pero son imperfecciones menores que probablemente se puedan explicar por las carencias presupuestarias.
El juego vive o muere por cómo es recibida su propuesta cómica. Es un humor negro y ciertamente corrosivo que asalta al jugador con una locuacidad incesante, en ráfagas inclementes que parecen fruto de un ejercicio de improvisación teatral, llegando en ocasiones a romper la cuarta pared con un comentario metalúdico muy perspicaz.
Es un juego con alma –aunque esta sea la de Justin Roiland– que demuestra que los nombres de los creativos aúnan un seguimiento suficiente para contrarrestar el peso de las marcas.
Estos autores son verdaderos agnósticos transmediáticos. No necesitan trasladar sus franquicias sino su estilo, su voz. Y quizá su agenda de contactos. Hay pocas cosas más efectivas que la aparición postrera de Susan Sarandon en las fauces del líder del cártel.