Cada vez que llega un verano, me sumerjo en la lectura de algunos relatos de Faulkner, no en inglés, que sería incapaz de alcanzarlo, sino en la edición española de Anagrama, de 1990, y en la traducción de Jesús Zulaika. Es una edición preciosa y golosa para un lector que tenga la capacidad crítica de descubrir los símbolos bíblicos e históricos más o menos escondidos en las frases en apariencia inconexas. Tengo que confesar que este volumen al que me refiero, el que tengo en una de mis dos bibliotecas, es espléndido y está manoseado y procesado por el uso constante que, para mi felicidad de lector, puedo permitirme. He vuelto a leer, con tranquilidad y hasta con sosiego, "El oso", uno de los relatos más hermosos y geniales de Faulkner, que era un escritor genial. Cuando le concedieron el Premio Nobel, el presidente John Kennedy lo invitó a cenar en la Casablanca. El viejo caballero sureño preguntó que dónde estaba ese lugar. Le contestaron que en Washington. "Es un lugar demasiado lejos para ir a cenar con quien no conozco". Advierto que puede ser una atribución, como las que se hacen con las leyendas verdaderas, perdonen ustedes el quasi oxímoron, pero también sería hoy de preguntarles a ustedes, lectores que todo lo saben, quién mató a Liberty Valance, sin dar aquí más explicaciones. Muchos escritores son importantes por lo que escriben, otros, como Faulkner, son no sólo importantes por lo que escriben, sino por lo que dejan de escribir entre líneas y toca al lector descubrir a lo largo del gozoso acto solitario de la lectura.
De García Márquez se dice que, durante años, estuvo diseñando en su mente Cien años de soledad mientras escribía relatos, cuentos y algún que otro reportaje hemingwayano que, en bastantes esquinas, se colgaba de Faulkner. Una vez, antes de Cien años de soledad, alguien le preguntó, no sin segundas, quién era el escritor que más le había influido. "Sófocles", contestó el colombiano, sin faltar a la verdad. "¿Y Faulkner"", insistió el insidioso periodista. "¿Y quién es ese Faulkner?", contestó de nuevo García Márquez saliéndose por la tangente. En diciembre de 1982, cuando le otorgaron el Nobel, el colombiano, en su discurso en Estocolmo, rindió debido homenaje a su maestro escondido y, al mismo tiempo, evidente. Más que en las formas literarias, en el fondo bíblico del relato, desde luego, García Márquez es deudor de Faulkner.
Y vuelto a los cuentos del caballero sureño. El verano es una temporada genial para leer. Incluso para aquellos que se dicen lectores (nada, cuatro o cinco novelas al año) y proclaman en sus reuniones sociales que son lectores. Claro, a muchos de esa gran camada no les gusta Faulkner porque no llegan. No lo entienden, les aburre, les desconcierta, "no los atrapa, no los engancha" en las primeras cinco o seis páginas, que es lo que suele leer ese tipo de lector detestable. Bueno, a eso iba, y perdonen las vueltas y revueltas, lean ahora a Faulkner, en este verano que comienza muy caluroso sin ni siquiera haber empezado a caminar en el calendario. Lean, por lo menos, algunos cuentos de Faulkner, uno de sus libros de relatos. Hagan un esfuerzo y comiencen a leer donde no hay letras, el lugar infinito que el autor deja abierto a la interpretación del lector. Si es un lector gandul, está usted perdido, no entenderá gran cosa, como no entiende nada del Twin Peaks que está tal vez viendo en televisión.
Bueno, a eso iba también: Frost & Lynch han leído tan bien a Faulkner, y a otros grandes novelistas y cuentistas norteamericanos (sobre todo los de los años 30 del siglo XX), además de los guiños a poetas como Kerouac, que se divierten componiendo una serie de televisión que ya está en la historia de la literatura norteamericana desde hace más ochenta años. O eso a mí me parece, con todas las disculpas tanto a los que me entienden como a los que no. Lean "Un hombre peligroso", por ejemplo, o "Retrato de Elmer", o "El oso", por ver si llegamos a un acuerdo. Y no pretendan que se les dé después una lección de literatura: haber estudiado más para llegar en su momento a ser considerados lectores de importancia. Como decía Borges, yo también me siento mucho más orgulloso de lo que he leído, y releo incluso en el verano, que de lo que he escrito, que esto segundo, al fin y al cabo, es una prueba que casi nunca sale bien. Por eso, para un escritor que lo es, releer los relatos de Faulkner es aprender una vez más el camino exacto de la literatura, anclado en la Biblia (esa parte de criminales y psicópatas que es el Viejo Testamento), de donde procede, en el caso de Faulkner y de otros muchos gigantes de la literatura, todo lo que el vulgo, y muchos lectores indocumentados, llaman "inspiración".