En la práctica viví cinco años en Barcelona, el tiempo que dirigí una gran editorial que me exigía estar en una ciudad muy querida por mí. ¿Por qué? En Barcelona descubrí la libertad en pleno franquismo. Cuando el mundo cotidiano era gris en cualquier parte de España, en Barcelona, aquella sociedad industrial, intelectual, libre, vivía su aire diario como si Franco no estuviera vigilando desde el Palacio de El Pardo. Así eran las cosas en los 70, cuando Barcelona brillaba en el mundo hispano por su alto prestigio trasatlántico, por su modo de ser y estar en la vida, por la libertad que se respiraba en ella. Mi Barcelona querida: años 70 y 80 del siglo pasado. Las Ramblas: paseos al atardecer con Carlos Barral, Marsé, Herralde, Beatriz de Moura, Joaquina Marsé, Ivonne Barral, Jaime Gil de Biedma y José Agustín Goytisolo. De vez en cuando se pegaba algún advenedizo que, durante la tertulia, guardaba un silencio de asombro por el atrevimiento intelectual de la conversación. Sí, tertulias hasta el amanecer en Las Ramblas: mi Barcelona querida y admirada. Rambla abajo, a la izquierda, el Restaurante Amaya, toda una institución en la Ciudad Condal: paellas y arroces con Vargas Llosa y García Márquez. Una vez fueron a Barcelona Luis Rosales y Félix Grande a convencer a los dos latinoamericanos más importantes, como escritores y como ciudadanos influyentes, para que colaboraran con Cuadernos Hispanoamericanos. Los dos dijeron que no: yo estaba delante en la comida que tuvo lugar en el Amaya. Añoranza de aquella Barcelona: consternación y tristeza por la matanza irracional de hace unos días en mi Barcelona querida.
En cuanto a la libertad, desde que se instaló el pujolismo en la mente de la sociedad barcelonesa su prestigio y su vitalidad intelectual vinieron a menos, pero esa es otra cuestión, que ahora no viene al caso. La libertad: mis memorias, aún inéditas, bajo el título, creo que definitivo, de Ni para el amor ni para el olvido, comienzan en Barcelona, en 1973. Hablan de la sensación de libertad que sentí al llegar a Barcelona y notar que en esa ciudad iba a aprender a ser mucho más libre y rebelde de lo que lo había sido hasta entonces. Caminaba por las ramblas de La Diagonal como podía hacerlo por los Campos Elíseos de París y, por primera vez en toda mi vida, me di cuenta de lo que respirar la libertad significaba para el ser humano. Barcelona querida y admirada: las noches con risas y tragos de Moreno-Durán, las largas conversaciones sobre la vida y todo lo demás con García Márquez. Vargas Llosa se iba temprano: a las 11.30 de la noche estaba en la cama porque al día siguiente, como un oficinista, se levantaba temprano para seguir escribiendo como un poseso. García Márquez sólo dejaba de beber y abandonaba las horas de la noche cuando estaba escribiendo. Entonces no había otra cosa que hacer, no estaba ni se le esperaba. Todos éramos barceloneses cuando estábamos en Barcelona. Entonces y ahora, cuando la irracionalidad islámica la ha convertido en mártir. Salvo un par de exabruptos políticos, por parte de dos catalanes que no merecen serlo, lo demás en estos días dolorosos y aciagos ha sido y sigue siendo solidaridad. Solidaridad con una ciudad que siempre se ha mostrado solidaria y acogedora con todo el mundo, donde sólo los imbéciles preguntan de dónde eres y qué haces en la ciudad. Los imbéciles y los fanáticos: lo demás es libertad, libertad de Barcelona, libertad de Catalunya y España.
En esos cinco años que viví en el centro de la Ciudad Condal, del 80 al 85 del siglo pasado, crecí como ser humano y tuve ocasión de hablar con catalanes de todas las clases sociales, e hice amigos irremediablemente eternos, como Nélida Piñón, Rafael Soriano o Nuria Amat, que me siguen dando la mano de la lealtad. ¿Cómo no me va a doler en especial que Barcelona haya sido asesinada por una pandilla de criminales que hacen de su religión un totalitarismo irracional? Mi Barcelona querida y admirada: largas conversaciones con Gloria Rambla en una terraza de algún bar en el Paseo de Gracia. Gloria en Barcelona: mi lectora más empedernida, que sabe más de mí mismo y de mi literatura que todo cuanto yo recuerdo de mi vida y mis escritos. Jacobo Muchnick y Carlo Barral en el restaurante El Tremonti, en la Diagonal de Barcelona: asistí a algunas de aquellas cenas donde sólo escuchando a los sabios, cualquier joven, como era mi caso, se doctoraba en literatura y en el mundo editorial. ¡Qué maravilla el mundo intelectual barcelonés de aquella época, qué maravilla toda la ciudad de Barcelona! Esa ciudad fuerte y libre que nunca caerá en manos del miedo ni se entregará jamás al odio de quienes la odian. Barcelona, libre, querida y admirada. Barcelona, mi Barcelona abierta a los cuatro puntos cardinales, llena de humor, vitalidad, sosiego y respeto. Barcelona querida.