Es un asombro. Durante mucho tiempo, el mundo literario español, desde Benet a Umbral, pasando por poetas y ensayistas, incluso algunos académicos y muchos profesores universitarios, dieron por muerto a Galdós. Es célebre la cita de Cortázar en un capítulo de Rayuela, en el que uno de sus personajes, en mi criterio de lector empecinado de la novela, de los más ridículos, se ríe de Galdós y de sus obras literarias. Bueno, no digo que no haya elementos fantásticos en los relatos y las novelas de Cortázar, pero a mí me parece un novelista realista. De este tiempo, pero realista, y siento no estar de acuerdo con la mayoría que dice haber leído a Cortázar.
Digo que es un asombro la "resurrección" de las obras de Galdós porque nunca se habían muerto. Si algún escritor español está a la altura de Balzac y de los otros novelistas franceses del XIX ese es Galdós. Créanme: no siento nada al estar en disposición de discutirlo, pero siempre con alguien que tenga un criterio de actualidad del que pueda aprender.
Cuando Alfonso Armas Ayala se empeñó en abrir al público la Casa-Museo Galdós, en la calle Cano de Las Palmas de Gran Canaria, donde el escritor había nacido, se le echaron encima las fuerzas vivas de la isla y lapidaron el proyecto cuanto pudieron, hasta que por fin se pudo vencer a la reacción, con tesón, libertad y talento, y la casa de Galdós se abrió para escarnio, tormento y escándalo del entonces obispo de Canarias Pildain Zapiain, personaje de novela, antifranquista, primario, antiunamuniano feroz, hombre honrado y nacionalista vasco a quien Franco desterró a la isla de por vida, de común acuerdo con el Vaticano, entonces al mando del Papa Pío XII. Entonces empezaron a crecer los galdosianos. Muchos de los que que habían estado en contra de abrir la casa al público, y rendir memoria al gran escritor, dejaron de lado su manía enfermiza y se dedicaron, de repente, a llenar de gloria al escritor. Hoy, en Canarias, y en otras partes de todo el mundo, todos los escritores dicen haber "leído" a Galdós; todos los escritores se declaran galdosianos desde antes de nacer y hasta que mueran; todo dicen caminar por la senda o el camino de Galdós sin conocer a fondo lo que caminó Galdós; todo el mundo, escribientes, escritores y escribidores, buenos, malos, regulares y peores, todos, todos, todos se declaran galdosianos. ¡Bendito sea el milagro que ha resucitado a Galdós!
En el año 2020 se cumplen 100 años de la muerte de Benito Pérez Galdós. Se anuncian grandes acontecimientos literarios: novelas, ensayos, biografías, actos literarios internacionales. Todo el mundo "galdosiano" quiere participar en en el festín con una parte del pastel para cada uno. En fin, anoche, al borde de la playa de Las Canteras, después de un día lúcido y lucido, pensé que lo mejor era declararme en contra, exiliado de Galdós por algún tiempo. No me gustan las masas, las manadas, las jaurías, los rebaños, el "pueblo" sin cabeza que sigue la palabra de quién les dicta el camino. No me gustan tampoco los conversos que se apropian del nombre del Gran Escritor Muerto y rinden una tardía pleitesía literaria, intelectual y social al escritor muerto. No me gustan los destiempos ni la picaresca colectiva. Me gusta el respeto, la educación, la lectura y el conocimiento correcto de aquel al que se elogia con justicia. Con Galdós, en su "resurreción" pasa ahora lo que con otros escritores en otros lugares. Pero, en el caso de Galdós, en el mundo, fuera de España (y de su tierra canaria), Galdós fue siempre uno de los más grandes, objeto de cátedras en las universidades norteamericanas y de regocijo de lectores para miles y miles de lectores en el mundo.
Me dicen mis amigos en Las Palmas de Gran Canaria, donde tengo muchos y cada vez más, que cuando llega un escritor peninsular a esta isla que muchas veces parece (y es) una maravilla lo primero que hace, casi antes de bajar al avión, es declararse "galdosiano" por encima de todo. Pícamelo menudo que lo quiero para la cachimba. O como dice el otro mago: no me llenes la cachimba de barro. Amigos: no es necesaria tanta emoción, no es obligatoria la confesión de parte al llegar a Gran Canaria. Es bueno que alguien, algún escritor de la clase que sea, llegue a esta tierra desde la que escribo hoy y, aunque tímidamente, confiese, incluso pidiendo perdón por si los moscardones, que no le gusta mucho Galdós. Le aseguro a ese hombre sincero que no le pasará nada: esta tierra es tan pacífica que ni siquiera se da cuenta de los desafueros que han cometido con ella los de dentro y los de fuera. Bueno, Galdós es igual: no me importa nada, ni a él ni a sus obras, que lo quieran o no lo quieran. Incluso creo saber que está un poco incómodo con tanto sahumerio repentino y con tanta tardía "resurrección" de su obra y su nombre.