Escuchar a Sergio Ramírez, flamante Premio Cervantes, hablar de Nicaragua tras leer Pura vida (Anagrama), del gran escritor Patrick Deville, es meterse de lleno en dos ámbitos que parecen contradictorios: el dramático pasado de Nicaragua, y de toda Centroamérica, y el presente trágico del país que más poetas tiene en el mundo: Nicaragua. Para mí, esta ha sido la semana de Nicaragua, no sólo porque el Cervantes ha recaído feliz y justamente en la obra y la personalidad literaria y política de Sergio Ramírez, sino por la lectura del libro de Patrick Deville, uno de los escritores que mejor conocen América Latina de aquellos que no escriben en español ni frecuentan, escribiendo en español, aquellas latitudes.
La lectura de Pura vida es puro placer de lectura: la vida y la muerte del aventurero William Walker, el hombre que a toda costa quería ser presidente de una república que él inventaría, recorre estas páginas de Deville como si el escritor fuera un nuevo Plutarco que, con su mecanismo de "vidas paralelas", fotografía toda la historia de una región en la que se ha peleado hasta por un quítame allá ese fútbol: Centroamérica. En páginas del libro, la historia, la documentación, la inspiración del escritor, el juego de la vida y la muerte, la aventura y la política, la guerra y la paz de la vida cotidiana juegan a la ruleta rusa de manera incesante, de forma vertiginosa, y mientras leemos vamos imaginando la gran tragedia de la pobre gente que en medio de las manías de Walker y de tantos otros cayeron en la muerte anónima, en el furgón de cola y en el silencio definitivo de la historia de los héroes.
¿Era un psicópata William Walker? ¿Lo es Daniel Ortega, su señora y vicepresidenta de la República de Nicaragua, Rosario Murillo?
Sandino y Walker: la distancia de la ética histórica y personal los separa del todo en dos líneas paralelas. Somoza y Ortega: van de camino a encontrarse en su paralelismo de tiranos. En las páginas de Pura vida hay un escritor que es más que relevante: Deville. Patrick. En las páginas de Pura vida está presente el mismo estilo de Peste & Cólera, Ecuatoria y, sobre todo, Viva. Todos esos libros de viajes, aventuras, encuentros con personajes únicos, conversaciones con gente de la calle que el escritor busca para recabar la otra información, precisamente la de la calle, la de verdad, y no sólo la que dicen los escollos y papeles históricos, son un cántico a la tradición de la literatura de viajes francesa, desde Malraux a Pierre Loti. Los franceses: esos sí son escritores de viajes, geniales y totales: Patrick Deville, uno de los mejores. Aquí, en España, hay escritores de viajes y "viajes de escritores" que escriben de sus viajes. Viajes de una semana que les basta para escribir sobre un lugar sin conocer ni la más mínima esencia de esos países: se hacen escritores de viajes porque creen que ese hueco, en nuestro país y fuera, pueden llenarlo con sus prosas simple y primitivamente pala rosas, sin entrar en la sustancia de los lugares, sin penetrar en la esencia de lo que dicen los personajes, sin hacer la más mínima documentación de la región de la que abusan para encumbrar sus historias vacías. Persiguen un fantasma: el de Hemingway. Pero falta de todo en esos escritores españoles que, una vez más, no voy a citar. No es que se hagan escritores para viajar, sino que se hacen viajeros (en fin, turistas con visa oro) para escribir unas aventuras, las suyas propias, que están lejos, muy lejos de Hemingway, de Deville o del mismo Paul Theroux. Los detesto, señores, detesto a la mayoría de los escritores españoles que escriben de viajes, porque son malos escritores de viajes, porque no son viajeros sino turistas para escribir, y porque ni saben escribir ni saben viajar. Ya sé que están esperando nombres: no voy a darles el gusto de citarlos. Y a ustedes, ciudadanos y lectores, descúbranlos, descubran sus trucos mediáticos, para figurar en el Parnaso de la nada literaria, y abandonen toda esperanza de encontrar en ellos nada decente ni docente.
Vuelvo a la literatura: Pura vida y Patrick Deville. La historia de Sandino, la tragedia de Morazán, la caída de la República Centroamericana, la historia convertida en prosa literaria gracias a Deville, la literatura transformada en historia gracias a este escritor francés de envergadura universal, lleno de amigos y de gente que ha ido conociendo en sus verdaderos viajes y en sus literaturas ciertas.
La traducción de Pura vida es del escritor José Manuel Fajardo, gracias al cual los lectores en español podemos leer todas las obras de Deville, su amigo, y a quien yo considero un maestro contemporáneo de los libros de viajes por la historia, por regiones escondidas, que pasan inadvertidas a los mirones literarios, geografías más o menos exóticas pero visibles. Una fiesta la lectura de Pura vida: una historia fantástica e ideal, trágica y sin embargo divertida de ese territorio fragmentado y dramático que es y fue Centroamérica.