Un poeta
Escribió libros grandes de poemas, porque se tomaba la poesía muy en serio. Cuando escribía, lo hacía con un respeto tremendo por la palabra que iba dibujando, en su lugar exacto, cada uno de sus versos. Era por naturaleza irritable, de la tribu guerrera del 'genus irritabile vatum', y miraba con ira contenida las cosas vanas de la vida. Siempre que caminaba, lo hacía consigo mismo, sumido en sus versos por hacer y los que ya había escrito. Sí, caminaba de prisa porque siempre tuvo prisa por llegar a un destino que tal vez nunca alcanzó. Pero el poeta lo era en casi todos los hechos de su vida: Juan Jiménez, poeta, autor de Itinerario en contra y de otros muchos libros que quedaron escritos, editados y leídos o inéditos, esperando que la imprenta terminara de hacerlo. Esos versos de Juan Jiménez son los de un poeta consciente de que la palabra poética, la poética personal, la estética, y la palabra son las bases mismas de la lírica. Sus compañeros de generación solo vinieron a reconocerlo en los últimos años de su vida, cuando ya las trifulcas insulares por asuntos personales de la literatura habían menguado y eran nada más que una sombra en el recuerdo lejano. Pero ellos sabían que era el mejor de todos ellos, el más decente de todos (siendo todos decentes), el más solitario, el más solidario, el más humano: su humana vanidad de poeta se deshacía en mil discusiones tal vez por el lugar de una palabra sola. Esa discusión de siempre lo llevaba a distanciarse y a ser distanciado, pero eso no era suficiente para que ellos supieran que el mejor de todos ellos era Juan Jiménez, tantas veces silenciado y tantas veces incluso olvidado.
Lo conocí en el altillo de la ya desaparecida Librería Hispania, en Las Palmas de Gran Canaria, en los años juveniles en los que yo buscada "libros prohibidos" tan inocentes como la Antología rota de León Felipe, edición argentina de Losada. Un día, en ese altillo lleno de misterios, secretos y tesoros, abrí una caja que había llegado de México y allí estaba uno de esos tesoros en dos tomos, las memorias de Indalecio Prieto que yo compré inmediatamente para regalárselas a mi padre. Siempre le había oído decir a ese viejo mío, gigante y humano, que si Indalecio Prieto y Gil-Robles hubieran hablado se habrían puesto de acuerdo y nadie hubiera tenido que ir a la guerra. Sólo ese pensamiento salvaba al ser humano de la memoria terrible del frente de la guerra, donde estuvo, en San Rafael, en Segovia.
Vuelvo a Juan Jiménez. Después de mucho respeto, nos hicimos amigos y manteníamos tenidas y discusiones poéticas, tardes enteras en el Parque de San Telmo, en Las Palmas, o en la terraza del Hotel Madrid, ganándole terreno a la amistad, grito tras grito hablando de poesía y discutiendo hasta la vaciedad y la violencia, defendiendo unos una cosa y otros otras. Emilio González Déniz siempre estuvo presente en esas reuniones y participaba con su voz ronca y casi silencioso en dardos exactos e iluminaciones que nos servían para seguir discutiendo sobre literatura y escritores.
Un día lo dije y Juan Jiménez estuvo de acuerdo conmigo. Uno de los problemas de la poesía canaria, la poesía de los poetas canarios, y en general de toda la literatura que se dice canaria, era y es su adolescencia perpetua, su gusto por el infantilismo, el pelo de la dehesa, su distopía suicida que llegó a tener un lema tan absurdo como superficial: si el mundo no se ocupaba de la poesía canaria, la poesía canaria no se ocuparía de la poesía del mundo. A peor la mejoría hasta el día de hoy. Imagínense que Derek Walcott hubiera pensado lo mismo y se hubiera quedado mirando el sol y las estrellas en la islita de Santa Lucía. Quiero añadir que Juan Jiménez no pensaba así, a pesar de estar sentimental y pasionalmente unido a su tierra, a la que también convirtió en objeto y sujeto de su poesía. Quiero añadir que leer la poesía de Jiménez es, de verdad, leer poesía, y los lectores de poesía saben, si me leen, perfectamente lo que estoy escribiendo. Y quiero añadir que Juan Jiménez fue siempre un ejemplo de superación personal a través de la poesía. Hombre de extracción social bastante humilde, se irguió sobre ese origen y saltó adelante sin olvidar nunca su procedencia. Así fue fiel a sí mismo sin dejar de ser solidario con los demás. Lean Itinerario en contra y leerán al poeta verdadero, Vallejo en cada palabra de la memoria, hombre que da gracias a la palabra que la fe y la libertad le traen a la mente y a la voluntad: lean al poeta y saldrán ganando un día.