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A la intemperie por J.J. Armas Marcelo

Después de la fiesta

3 abril, 2019 08:07

En el Congreso de la Lengua en Córdoba (Argentina), que tuvo lugar la semana pasada, hubo ponentes que "reclamaban" ya que esa lengua dejara de llamarse española y comenzará a ser nombrada como hispanoamericana. En una de mis intervenciones, recordé que Dámaso Alonso, con protestas y auctoritas más que suficientes, pronosticó, en junio de 1979, en el I Congreso de Escritores de Lengua Española (que se llevó a cabo en Las Palmas de Gran Canaria) que el español, la lengua española, se terminaría llamando hispanoamericano. Tal vez ese pronóstico del poeta y filólogo fue un adelanto de estas "reclamaciones" de ahora que también parecen, todavía, pronósticos. Pero no son adelantos descabellados: el español se ha enriquecido con las diversas variantes hispanoamericanas del habla, que en el Congreso de Córdoba fueron voces en la misma dirección. Por ejemplo, en cuanto a la fonética, la vieja fonética castellana: ya no existe sino en algunos lugares del español peninsular. En ningún lugar de América se cumple con certeza la fonética castellana original, y desde Despeñaperros para abajo tampoco. Ahí rige la "norma atlántica", y con la inmigración de los últimos veinte años el español de la Península se ha ido suavizando en su fonética hasta casi desaparecer. Sí: sólo una minoría usa la vieja fonética. El resto, cientos de millones, no. En cuanto al léxico, cada vez más el español es hispanoamericano. A mí no se me ocurriría jamás decir "patata arrugáa", -ni estoy seguro- a ningún andaluz o extremeño se le ocurriría el dislate de decir "patata aliñáa".

El español es una lengua mestiza de primera dimensión universal; además de trasatlántica, es árabe y romana y, a todo ello, hay que añadir las costumbres de los tiempos modernos y la comunicación que hace del español una lengua-esponja, que no se inmuta por los medios préstamos, por los galicismos o anglicismos, que hace suyos inmediatamente. Hablé con Mayra Montero de esas cosas de la lengua que tanto nos divierten, y no dejé de hacerlo con otros académicos, como Sergio Ramírez, José Rodríguez, José Luis Vega o el mismo Jorge Edwards. Y sí, me divertí, nos divertíamos, hablando de los diferentes "españoles" que hablamos. El mío, lo dije ante el aplauso de la académica Ardila y el director de la Academia panameña, mi amigo Arístides Royo, es un español tan mestizo, que lo es entre el venezolano y el cubano, a veces uno más y otro menos o viceversa, pero mezclados, lo que da lugar a que yo pueda decir en el mundo entero, como decía en Madrid cuando era estudiante y me preguntaban en cualquier bar de dónde era, que soy y hablo panameño. O sea canario de las Islas Canarias, que no todas hablan la misma fonética sino diferentes: mientras en Lanzarote y Fuerteventura la fonética es más áspera y sahariana, en La Palma y El Hierro casi cantan al hablar, porque esta fonética está hecha de siglos de cantos mestizos del viaje de ida y vuelta. No hay que perder de vista que Canarias fue necesaria y, por tanto muy importante, en la época en la que América era España y España era un imperio. Ahora el imperio es nuestra lengua, es lo que queda de aquello, que yo al menos estoy seguro que valió la pena.

Mi satisfacción personal después de la fiesta de este Congreso está en la organización, en el ambiente entre los congresistas (escritores, profesores, académicos de todo el orbe del español, incluido el Sahara, Filipinas y Guinea) y, sobre todo, en el público asistente. Se estima que unas 8.000 personas acudieron a los actos del Congreso y la gente se mostró particularmente interesada incluso en discursos y debates que lo son sólo de especialistas. Vargas Llosa estuvo en su papel: la dureza con la que trató a Andrés Manuel López Obrador, por su exigencia en que el Rey de España pidiera perdón a los indígenas mexicanos por la conquista, fue muy comentada. Y ahí queda. El presidente de México debería de aquí en adelante procurar a toda costa sacar de la miseria a los millones de indígenas a los que se trata como animales marginales por la alta y la baja política. Pero, en fin, no hagamos más herida donde ya hay una cicatriz. Y Rayuela, la novela de Julio Cortázar fue objeto de textos y discusiones brillantes, gracias a la edición de la Real Academia y Alfaguara para esta ocasión. Informo que yo no estoy de acuerdo con Vargas Llosa y otros muchos escritores y académicos: creo que lo que va a quedar, y todavía queda, de Cortázar es Rayuela y algunos de sus cuentos, no todos. Creo que Rayuela es el mejor libro de cuentos de Cortázar, a quien leo constantemente como fuente de inspiración y crítica. Para mí, Cortázar ha crecido con el tiempo en Rayuela, cuyos capítulos son relatos que hacen de la novela el Ulises joyciano en español. Bueno, sí, fue una fiesta. Se repetirá en Arequipa, dentro de tres años, y yo espero divertirme allí en ese tiempo, como ahora me he divertido en Córdoba, Argentina.

Image: Play-Doc, cine en la periferia

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