Hace unos años, Sergio Ramírez inventó una reunión de escritores en Managua, a celebrar anualmente. Se titulaba Centroamérica Cuenta, y el "cuenta" es porque ahí, en su ámbito y durante cinco días, se contaban cuentos y al mismo tiempo se veía que Centroamérica "contaba" en el concierto de las literaturas de lengua española. La situación de Nicaragua, la política terrorista y criminal de Ortega, hizo que este Centroamérica Cuenta se celebrara en San José de Costa Rica. Y fue un éxito, además de un acto heroico.
Costa Rica hizo los deberes democráticos en un momento en que Europa y el mundo se estaban peleando y matando en guerras inútiles. Costa Rica y sus élites lo sabían y en 1940 llegó su gran reformador social, Rafael Calderón Guardia. Y poco después, en 1940, vino a la presidencia "Don Pepe", así llamado popularmente, José Figueres Ferrer, que volvió a ser presidente dos veces más: en 1953-58 y en 1970-74. Este tiempo bastó para convertir Costa Rica en un país decente, democrático y popular, que poco tenía que ver con la región, revuelta siempre en luchas de fronteras cuando no internas hasta el día de hoy: Managua, Tegucigalpa, El Salvador, Guatemala. Ese tiempo de los Calderón y Figueres reformaron un país con soluciones que aún continúan vigentes en el terreno agrario, en la educación básica, en la educación universitaria y en la vida cotidiana. El respeto mutuo y personal fue una ley que ha convertido Costa Rica en un país amable con gen pacífico. No hay ejército, y por tanto hay mucha menos corrupción y la tentación del Hombre Fuerte, tan querida por los latinoamericanos, no existe de momento.
Aquí celebramos este año Centroamérica Cuenta. Amigos y escritores juntos hablando en torno a historias de libros, en una Feria del Libro en la que gente de todas las edades se arremolinan en torno a escritores y editores asistentes.
Estábamos hospedados en un hotel muy céntrico en San José y desde la ventana de mi habitación veía todos los días el Parque Morazán, con su templete de música en el centro de la arboleda verde y feliz de este parque. Me acordaba de Morazán, de sus correrías militares, de sus guerras, junto a tantos otros; me acordaba de William Walker, el gringo loco que quiso reinar en algún territorio de estas geografías centroamericanas, hasta que perdió la vida en una de sus guerras y dejó su alma al diablo en la violencia de esta tierra caliente, de fronteras dudosas y de muertes por centenares de gentes. Una vez le pregunté a Paul Bowles, durante un desayuno que tuve la suerte de compartir con él en el Hotel Santo Mauro, si la tierra que él llamaba tierra caliente en su novela centroamericana era Guatemala. Me miró con sus ojos claros, y ya serenos, y me contestó con ironía: "Por ahí es...".
Centroamérica ejerce sobre los aventureros gringos, sobre los intelectuales que juegan el papel de marginales y sobre los viajeros que se echan a andar desde el Norte sin otro objetivo que el mismo viaje, una suerte de magia que no ha decaído en estos tiempos de televisión, internet y redes sociales. Los ves por ahí, sentados en los bancos de piedra del Parque Morazán con la mirada perdida en el sueño de los volcanes, en las orillas del peligro, en el juego entre la vida peligrosa y la muerte fácil. Los ves por ahí, mujeres y hombres solos, viajando en un hilo que puede romperse en cualquier momento, con sus mochilas a la espalda, negociando con el paisaje sus próximos pasos, sus descubrimientos, las epifanías del propio viaje. Siempre he pensado, y lo cuento ahora que he regresado de San José, que son almas revueltas que buscan una especie de paraíso perdido que saben, sin embargo, que nunca se encontrarán.
Hay, creo yo, en sus pasos una especie de resignación por el tiempo perdido en esos andamiajes interminables que no tendrán el testimonio escrito de un profesional que cante las hazañas que tal vez no se conocerán nunca. Del viajero sin escriba nada se sabrá. Del loco que quiso poseer un país en Centroamérica y ser el fundador de esa tierra se sabe ya casi todo. William Walker fue de todo: ángel y asesino, contrabandista y padre, señor de la guerra y propietario sentimental de un territorio imaginario siempre por conquistar. Les recomiendo que lean Pura vida, del gran viajero y escritor francés Patrick Deville, un maestro en el arte de la escritura de viajes, en el arte de la vida y del viaje. En suma, un maestro que este septiembre próximo volverá a estar con nosotros en el Festival Hispanoamericano de Escritores, en Los Llanos de Aridane, Isla de La Palma, donde estará también el mismo Sergio Ramírez, Cervantes y artífice de este tan amablemente dulce Centroamérica Cuenta.