Conocí a Enrique Serpa a través de sus libros, de dos de sus novelas, cuando yo estaba escribiendo Así en La Habana como en el cielo y, de repente, me encontré perdido en el Atlántico cubano, el mar que pasa por delante del malecón de La Habana. Norberto Fuentes, hoy en Estados Unidos, me había hablado de él, de Serpa y de su novela Contrabando: "En esas páginas encontrarás la solución a tus problemas para la novela que estás escribiendo", me dijo. Le hablé a mi amiga Rosa Marquetti preguntándole por Serpa y le dije que me buscara un ejemplar de Contrabando. "Dame cincuenta dólares, yo soy amiga de su hija, que es quien guarda su biblioteca, aunque a veces tiene que quitarse de encima algún libro valioso para sustentarse. Le voy a comprar un ejemplar de esa novela y le voy a decir que es para ti", me dijo Rosa. Así fue, y esa misma tarde tuve el ejemplar de Contrabando en mis manos, y en mis ojos porque la devoré como un marlín azul a un cardumen de sardinas en ese mismo mar tan lleno de tantas cosas buenas y malas. Y, en efecto, Fuentes, que me había presentado a Gregorio Fuentes en Cojímar, porque allí vivía quien fuera el patrón del yate Pilar, el último barco de Hemingway en Cuba, tenía razón.
Ahora acabo de leer la noticia: Andrew Feldman, que lleva investigando la vida de Papa Hemingway en Cuba muchos años acaba de publicar The untold story of Hemingway in Cuba Revolucionary. Y ahí, en esas páginas, hay un personaje de la literatura y el periodismo cubanos que ha sido olvidado durante muchos años por casi todos los que saben de literatura y periodismo cubanos: Enrique Serpa. Ahora su nombre ha resucitado, y también el interés por leer Contrabando, una novela que califiqué de extraordinaria cuando la leí y que ahora también ha resucitado en mi memoria literaria. Feldman "descubre" que Hemingway fue íntimo de Enrique Serpa. Hablaban mucho los dos de mujeres, de literatura, de periodismo, y del mar. Sobre todo del mar, del mar de Cuba, de historias del contrabando cubano y norteamericano en esos mares. Tanto hablaron y tanto bebieron juntos que Serpa terminó impregnando a Hemingway y su literatura de los conocimientos de la mar y de sus acontecimientos secretos, incluidos sus escondidas geografías, sus puertos naturales (también escondidos), los caminos de la mar y muchos de sus secretos. De ahí, dice Andrew Feldman, que Serpa influyera en las crónicas que el Gran Viejo escribía para la revista Life y, sobre todo, para la escritura de El viejo y mar. La historia trágica de Santiago se le había contado a Hemingway otro de sus grandes amigos cubanos, que fuera patrón de sus sucesivos barcos y guía indispensable de Papa en sus travesías peligrosas, en una de las cuales casi se mata el propio Hemingway en un golpe de mar que lo tiró de cabeza desde el puesto de mando a la cubierta del yate. Esa es la cicatriz que Hemingway mostraba en su frente en las fotografías que le hicieron cuando ganó el Nobel.
Se dice en Cuba, por quienes lo saben de verdad, que Hemingway y Fidel Castro sólo se vieron una sola vez, en Cojímar, tras una pesca en altamar. De esa encuentro salió toda una ilustración de una amistad entre el Jefe y el Viejo que muchos desmienten y que Feldman recupera ahora. Conste que no he leído el libro de Feldman y no puedo hacerme a la idea de su texto cabalmente, pero me alegro en el alma de escritor que llevo por dentro y por fuera de la resurrección de Enrique Serpa y de Contrabando, de cuyo texto salió un guión cinematográfico titulado To have or not to have, interpretado por Bogart, creo recordar, una película en blanco y negro que no me terminó de gustar.
Recalco hoy, un día para mí de verdad lleno de satisfacciones que he pasado en los curso de El Escorial rodeado de amigos y cómplices, que Contrabando me resolvió todas las dudas sobre el mar que yo tenía cuando escribí, de 1995 a 1998, Así en La Habana como en el cielo. Le agradezco a Serpa la lectura de esa novela suya, Contrabando, que cuido en mi biblioteca como uno de los objetos sagrados más valiosos que alguna vez me traje de La Habana. No he regresado a Cuba desde el año 2000, cuando en el Aeropuerto José Martí, al borde mismo del embarque para volver a Madrid, la policía me llamó a las dependencias de emigración y me adjudicaron cinco o seis maletas que no me pertenecían. Era una clara advertencia: te podemos meter en cualquier maleta lo que queramos, te la adjudicamos y te detenemos si va algo prohibido. Pero con esta noticia del libro sobre la amistad de Hemingway y Serpa con la literatura de por medio, y de la vida de Hemingway en Cuba, me ha entrado una nostalgia que estoy matando esta noche veraniega con dos tragos de ron en tierra adentro y los boleros de Benny Moré. Tendré, de todos modos, que preguntarle a Norberto Fuentes sobre este libro que habrá que leer, porque Norberto Fuentes escribió el mejor libro que yo he leído sobre la vida de Hemingway en Cuba. Pero esa es otra historia, aunque parezca la misma.