Miguel de Unamuno, tal como lo conocemos quienes lo hemos leído y estudiado, es una conciencia indignada. Una conciencia política y filosóficamente indignada. Su pensamiento, incluso el religioso, está lleno de lo que los integristas llamarían "resentimiento", no otra cosa que ansiedad ante la incertidumbre y las idioteces de la vida; que haya sido comprendido o no, es otro cantar. Otro cántico: aquí parece que estamos para no entender por qué la conciencia de un ser humano que piensa se indigna y grita. Acabo de releer este fin de semana, ante los acontecimientos catalanes, algunos párrafos de muchas de sus contradictorias ideas (¿quién no es contradictorio?) y de sus poemas. De Fuerteventura a París me sigue pareciendo su libro más singular y su poesía esencial. Unamuno: una conciencia indignada de la primera mitad del siglo pasado, tan lleno de luces y sombras, tan contradictorio. Amenábar ha dado en el clavo con su película: la gente quiere ver y conocer esa conciencia indignada de Unamuno, da igual que dijera lo que tal vez no dijo (¡Venceréis, pero no convenceréis!) y que no se le quisiera por aquéllos ni por éstos. Lo que nos queda es su biografía llena de indignación y una conciencia filosófica y política, preocupada por su país más allá de la lógica ciudadana.
Benito Pérez Galdós era una conciencia indignada, en los primeros veinte años del siglo pasado, cuando ya casi ciego seguía dando a la imprenta las letras exactas de su indignación ciudadana y política. Como en Valle, a quien también le gustaba el grito público, Galdós presentaba sus credenciales en los periódicos y en sus obras. Como Valle, pero mucho menos histriónico que Valle y, desde luego, muchos menos que Unamuno. Pero los tres eran conciencias indignadas de la España de la decadencia de finales del siglo XIX y principios del XX.
Seguro que muchos, muchísimos de los ciudadanos españoles que hemos visto por televisión el vandalismo de los cachorros bien alimentados del cártel de Pedralbes en la semana pasada, tendremos hoy la conciencia indignada, alterada y contenida. Se atribuye a Unamuno una frase un tanto dogmática con la que no podemos estar de acuerdo, a pesar de todo: el nacionalismo se cura viajando. Ya no: treinta años de adoctrinamiento en las escuelas catalanas han demostrado que la estrategia nacionalista del pujolismo simpático y ladrón está dando unos grandes resultados, aunque no parece que a corto plazo vayan a vencer ni a convencer. El procés: un desajuste total, un juego peligroso de niños que después de intentar el muerto llegan a casa a preguntarle a la madre qué tenemos de cenar y a dormir entre sábanas limpias, blancas o de colores optimistas.
He releído este fin de semana, junto a los poemas y algunos artículos de Unamuno, la Fe Nacional y el discurso de Galdós al tomar posesión de su sillón en la Real Academia de la Lengua. Este último delata y describe una conciencia indignada, casi un oxímoron: indignada pero contenida. El discurso es un pronunciamiento sobre el lamentable estado del Estado español, de España, de lo que entonces ya quedaba de ella, la misma que seguía derrumbándose poco a poco hasta desaparecer de la Historia que ella misma había hecho durante siglos. Galdós, sin levantar mucho la voz, daba el diagnóstico y daba con la enfermedad, esa que sigue violentándonos hoy, un siglos después; violentándonos e indignándonos como si el tiempo no hubiera pasado. Dos siglos de demolición, sin embargo, no fueron suficientes para acabar con los cimientos de España y ahora se continúa con esta labor imparable en esta guerra de guerrillas urbana que hemos visto por televisión todas las noches de la semana pasada. ¿Qué hacemos, qué hacer?
En la Fe Nacional, Galdós se dirige a sus paisanos canarios, que le hacen un homenaje en Madrid. La soflama de ese texto tiene una inmensa vitalidad hoy mismo, cuando el entreguismo y la debilidad empiezan a abrir dudas en la conciencia indignada. Estamos a finales del siglo XIX y España camina hacia la bancarrota política en la que ha respirado siempre su ciudadanía. La esperanza de vivir de verdad un país, o de vivir un país de verdad, sin excesivos sobresaltos en su rutinaria cotidianidad, se esfuma cada vez que un golpe de efecto de verdad sugiera que ese mismo país se viene abajo definitivamente. El pronunciamiento de Galdós, aunque dirigido a los canarios, es español de los pies a la cabeza. Relean el texto: los invitados a ese acto de esperanza a quienes todavía, con la indignación contenida en la conciencia, siguen pensando que tenemos solución.
Galdós, Valle, Unamuno: cada en su estilo, conciencias ilustres e indignadas. Alguien puede preguntarse, porque está en su derecho, sin exageraciones ni hipérboles, dónde están hoy los hombres con conciencia, los hombres ilustrados con conciencia indignada, dónde los hombres con esperanza, dónde, en fin, los hombres.